Crónicas de Pegoland

Las pegasus del barrio

Hay un grupo de señoras en el Realejo que te hacen lo mismo que el programa espía pero gratis y mejor

El Realejo durante la pandemia Valerio Merino
Rafael Ruiz

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El día que me mudé al Realejo -que no es un barrio de Córdoba sino un territorio literario- mis queridas vecinas más veteranas (es decir, las viejas) investigaron en apenas unos minutos nombre y apellidos de los dos contrayentes que ocupamos el piso , si estábamos casados, quién de los dos era mayor (evidentemente, el menda) y algunos de los datos esenciales para construir un retrato robot. Por ejemplo, nuestros oficios , el sentido de nuestro voto, antecedentes penales si los hubiere, el contenido de las cajas que con tanto esfuerzo subimos por la escaleras y si habíamos tenido problemas con el fisco. El análisis de ADN no recuerdo hacerlo -palito por orificio no hubo- pero vaya usted a saber con el equipo de investigadoras de mi barrio. Que no tienen límites.

Mohamed VI , que sepas que, si eres tú el que ha pagado la licencia del Pegasus para pillarle los selfis a nuestro querido líder, hay un grupo de señoras en el Realejo (en cualquier barrio o pueblo andaluz que se precie de serlo) que te hacen lo mismo pero gratis y mejor . Con todo el cariño, rey moro, porque a la gente hay que conocerla. De la gente hay que saber. Y ahí hay un grupo de profesionales , armadas con la batita fresca, que se lo sabe todo de todos. Son la CIA, la NSA, el Mossad . Qué panda han dejado las agencias de inteligencia de todo el mundo por reclutar. Ríete tú del KGB o como se llame ahora lo de los rusos que te echan polonio en la cocacola.

Las pegasus no necesitan teléfono móvil , ni siquiera el artefacto básico de cualquier espía que se precie: un periódico con dos agujerillos para poder bichear con calma. Ellas tejen redes socioafectivas, que es como dicen ahora los modernos al referir de toda la vida, hasta que no hay novio que se le escape a la niña en edad emancipatoria. O novia, que a ellas les da igual porque lo que hay que ser es buenas personas. Hay una pegasus en cada puerta de la calle sentada a la fresca que baja la voz lo suficiente para todo el barrio se haga cargo de las nuevas, malas y buenas, sobre las cosas que le pasan a la gente. Una pegasus te vigila porque hay que estar en el mundo, Antonia, que no te enteras .

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