Francisco J. Poyato

«¡A éeeesta es..., alcaldesa!»

San Rafael culmina la conversión estratégica de una alcaldesa alertada por viejos socialistas

Francisco J. Poyato
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Desde el mismo momento en que tocó el llamador, sabía que ya nada iba a ser igual. Ni siquiera por el remordimiento de conciencia que en forma de camisola roja mostraba ante la verde Esperanza de Córdoba. Ahora, que tanto se estila entre la pléyade política la colorista semiótica del niqui, o la raída mochila expiatoria. «¡¡Va a llamar la alcaldesa!!», declamaba a su cuadrilla por los respiraderos de la canastilla Rafael Ramírez, capataz de la Señora de la hermandad «gitana» de San Andrés, ante la máxima autoridad. «¡¡Que le dé mucha fuerza la Virgen, para sabernos gobernar en condiciones...!!».

Los «viejos» socialistas que aún quedan en Córdoba, con la capacidad camaleónica de parecer más de derechas que los dirigentes del PP aunque con mucha mano izquierda, avisaron a María Isabel.

Algún puntapié espinellero también le sobrevino por parte del aparato. Las elecciones generales están cerca. Las perspectivas del PSOE en Córdoba son buenas. No vaya a ser que la ambrosía de nuestra alcaldesa, derramada cual fragancia en los primeros compases del mandato municipal, desconcierte a la demoscopia despertando más antipatías y recelos. Y fue cuando a Ambrosio le tocaron el «llamador» estratégico para desmarcarse de sus pérfidos socios que la estaban maleando y llevando al callejón del «no» y el laicismo de bote siendo la primera regidora del PSOE en la historia de la ciudad. En una Córdoba donde la participación ciudadana ya la inventó la Iglesia hace siglos con las collaciones extramuros. «!A éeeeesta es..., María Isabel¡».

No tardó en hacer acto de contrición como buena discípula. Y tal que Saulo cuando cayó del caballo persiguiendo a Jesús, convirtiose en Pablo, su fiel apóstol; cogió lápiz y papel, y dictó carta evangelizadora desde el púlpito de las bien pagadas vanidades. «En verdad os digo, cordobeses y cordobesas, que cuando decía no, en realidad quería deciros que sí, pero no me entendíais...», sostuvo que matizaba (sic) María Isabel. Será San Rafael quien culmine la conversión estratégica de nuestra alcaldesa. Nunca sabrá estar lo suficientemente agradecida al Custodio de Córdoba, medicina de Dios en su etimología, y a este periódico (permitan la inmodestia) cuando avanzó su éxodo de la planta noble de Capitulares, lugar al que ayer volvió con arreglo de chapa y pintura, y magna para su alma pictórica: Antonio del Castillo. San Rafael, al principio y al final de todas las cosas de los cordobeses. La luz.

La alcaldesa quiere buscar la centralidad, y eso sólo se consigue peleando a diario con sus socios de dentro y fuera del gobierno municipal. Los que acogotan su inseguridad y los que beben los vientos por entrar en la casta oficial. Mejor ser rehén impostado, que no ferviente devoto de ideas alejadas del sentido común por una malentendida asepsia ideológica, muy propia de los tiempos que vivimos. Sabedora de su debilidad en la aritmética plenaria, no debe cerrar las puertas al acuerdo con el PP cordobés que salga del culebrón del 20-D. Llegarán tiempos a cuchillo. Consciente del nivel de su equipo, configurado para permanecer cuatro años en la oposición, debe dirigir y rentabilizar la buena gestión que pudiera resultar del otro ala del equipo de gobierno. Es ahí donde más le susurran los «viejos» socialistas camaleónicos que sobreactúe con su destreza en la cercanía.

El Ayuntamiento de Córdoba no es la Delegación del Gobierno de la Junta, una especie de embajada de un paquidérmico sistema burócrata y a la par oficina de contraespionaje del régimen. Esos «viejos» socialistas, a los que acude con frecuencia en la noche cerrada o las tinieblas del teléfono conspicuo, también le han aconsejado que no sea sectaria, defecto que se multiplica si además se administra desde la fría burbuja del poder. Tan fácil como una marcha cofrade: paso corto, movimiento de caderas en el sitio o chicotá hacia delante para tomar aire.

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