Luis Miranda - VERSO SUELTO

Colocarse

Al dejar los museos cerrados, el Ayuntamiento mantiene la cultura de la conformidad y el trabajo seguro y sin exigencias

Luis Miranda
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Fiel a la costumbre de dudar de todo, cada vez que leo algún reportaje sobre el viaje desde una dictadura a una democracia me gusta ver los contraluces, los testimonios de quienes no pudieron sumarse al optimismo de la política porque perdieron el trabajo o porque se dieron cuenta de que la falta de libertad se podía admitir con la tibia tranquilidad del trabajo y el techo sin más preocupaciones. Me pasó hace unos años con un reportaje sobre la caída del Muro de Berlín, que entre fiestas y abrazos de alemanes de un lado y del otro, contaba que había gente que vivía al Este y que al poco de la cacareada reunificación se quedó sin trabajo y lo pasó mal.

No justifica nada, desde luego, porque el siguiente paso sería aquella frase que en la gran «La vida de los otros» decía con todo el cinismo un viejo capitoste de la RDA: «La gente se da ahora cuenta de que vivíamos bien en nuestra pequeña república».

De poquito antes es la tragicómica «Good bye, Lenin», en la que Daniel Brühl busca en vano tostadas suecas en plena liquidación de la Alemania socialista, guiño quizá a la hipocresía de las empresas que fabricaron allí donde, igual que pasa ahora, las condiciones laborales eran más favorables para ellos que en las economías liberales. El caso es que el envés de los regímenes totalitarios o autoritarios puede ser cierta satisfacción si se ha conseguido un poco de bienestar, cierta mecioridad que, sin contentar del todo, al menos permite la vida algo cómoda sin inquietarse con nada.

También pasaba con la España de Franco, que bajo la carcasa de las camisas azules y la primacía de la Iglesia tenía sus cositas de estado socialista, con un sistema de protección de los trabajadores muy amplio, la creación de la Seguridad Social y una economía entre lo paternalista y una amplia vía libre para el enriquecimiento rápido a poco que uno tuviera los contactos apropiados en las cacerías y las cuestaciones de la Cruz Roja.

De aquella época tomaron los sindicatos su ideal, que se puede resumir en una palabra propia de aquel tiempo que todavía no se ha desterrado: «Colocarse». Igual que el funcionario que lleva durante muchos meses una vida de anacoreta, si logra aprobar, se puede entregar a una vida sin más exigencias que el mínimo trabajo de fichar y cobrar el expediente, en esta tierra el ideal todavía se resume en que el sueldo suba, la responsabilidad se mantenga y el esfuerzo no sea más que mínimo. Todo se cubre bien de una prosapia de derechos y de leyes y se toman las desgracias e injusticias ajenas para conseguir dar un poco de pena, pero lo que los sindicatos enseñan y lo que la sociedad entiende como propio es el ejemplo del empleado sin más interés que acumular trienios sin que el puesto peligre ni le pidan más que un poco.

Es lo que hace el Ayuntamiento de Córdoba con los museos cerrados: fomentar la cultura de la conformidad y la mesa camilla, de los domingos y fiestas de guardar, sin la ambición de que la gente gane el dinero por sí misma y haga posible que los demás lo hagan. Lo dijo Pedro García: «Que se planifiquen los viajes y no estén en Córdoba cuando cierren los museos», lo que quiere decir que él y los liberados tienen el sueldo seguro y no se tienen que preocupar de que nadie deje dinero en el restaurante o en el hotel, de que alguien recomiende venir a Córdoba. Como si al final sirviera el paro para seguir clamando contra la pobreza, la desnutrición y la indefinible pobreza infantil.

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