Misterios en Almería: los fuegos de Laroya

Se buscan explicaciones para arrojar luz sobre la combustión humana y se habla del «efecto mecha» en los seres humanos

ABC

José Manuel Bautista

Llamamos pirogénesis o fenómeno de combustión espontánea a aquellos casos en los que un objeto comienza a arder sin un motivo aparente o causa ígnea que lo justifique. Este fenómeno se puede dar en las personas bajo el nombre de combustión espontánea humana . En estos casos, se produce la incineración de una persona viva sin que medie ninguna acción ni fuente de calor externa.

El fenómeno tiene defensores y detractores al 50%. En el siglo XVII se contabilizan alrededor de 200 casos , número que fue disminuyendo en el tiempo a medida que iba avanzando nuestro conocimiento en determinadas materias y se han investigado con mayor profusión este tipo de incidentes.

Se buscan explicaciones para arrojar luz sobre este inquietante fenómeno y se habla del «efecto mecha» en los seres humanos.

El cuerpo humano está compuesto de un 80% de agua y que costaría el que prendiera, no arde bien. Sin embargo, en los casos de combustión espontánea, los cuerpos de las víctimas fueron reducidos a cenizas. Para llegar a tal estado se necesitan temperaturas de más de 1.700ºC . Temperaturas que, incluso en los modernos crematorios, no se alcanzan puesto que trabajan con temperaturas de 870-980 °C y los huesos no se consumen completamente.

La falta de datos es el mayor problema que aparece al estudiar las alegaciones de combustión espontánea. En la mayoría de los casos no se cuenta con datos forenses o investigaciones detalladas y, en muchos casos, se carece de información tan básica como el nombre de la víctima o la fecha del suceso.

En los casos en los que se cuenta con descripciones detalladas y fiables aparecen una serie de elementos comunes:

- El fuego suele estar localizado en el cuerpo de la víctima . Los muebles y electrodomésticos cercanos a la víctima suelen quedar intactos. Los alrededores de la víctima sufren poco o ningún daño.

- La zona alrededor de la víctima y, a veces el resto de la habitación, se encuentra cubierta de un hollín grasiento .

- El cuerpo de la víctima suele quedar mucho más quemado que en un incendio convencional . Las quemaduras, sin embargo, no se distribuyen uniformemente por todo el cuerpo. El torso suele quedar muy gravemente dañado, a veces reducido a cenizas, pero las extremidades de las víctimas a veces quedan intactas o poco dañadas.

- Todos los casos ocurren en el interior de edificios .

- Casi siempre las víctimas tienen algún problema de movilidad (invalidez, sobrepeso...) o se encuentran incapacitadas (consumo de alcohol, barbitúricos...).

- En todos los escenarios hay alguna posible fuente externa de ignición .

- Nunca hay testigos oculares del momento del suceso.

- Las víctimas son encontradas un largo tiempo después de ser vistas con vida por última vez (típicamente más de 6 horas).

- Las víctimas, en los casos citados, tienden a ser adultos mayores.

Las explicaciones racionales de estos sucesos se engloban en dos categorías básicas: crímenes (incendiando el cadáver para eliminar huellas) y efecto mecha (ignición nutriéndose de la grasa del cuerpo para arder).

El caso de la Sierra de los Filabres

Hay casos realmente espectaculares, en España destaca el de los llamados fuegos de Laroya en Almería, en la Sierra de los Filabres. María Martínez, de 14 años de edad, se encontraba jugando en el conocido como « Cortijo Pitango» a las siete de la tarde un 16 de junio de 1945.

De repente, vio cómo se echaba una espesa niebla que era contemplada como algo habitual en la zona. Una luz azul ovalada alcanzó a la chica y le incendió el vestido . Afortunadamente, unos trabajadores que se encontraban allí pudieron socorrerla y no pasó más que un susto que concluyó con un delantal chamuscado.

La joven regresó a su casa con su familia y se echó en la cama a descansar. Sin embargo, el descanso se tornó en tragedia cuando, de nuevo, una luz azul entró por la ventana y comenzó a originar pequeños incendios por todas partes . La familia, rezando a Dios, comenzó a sofocar aquellos peligrosos focos.

De forma paralela, en el Cortijo Fuente del Sax , ocurría algo muy similar así como en el Estella y en «El Cerrajero». La Guardia Civil de Macael creyó, inicialmente, que podría tratarse de un pirómano y pese a que se tomó declaración a los sospechosos y se les retuvo, los nuevos incendios obligaron a dejarlos en libertad ante la imposibilidad de que hubieran sido ellos los causantes de los mismos.

Desde el gobierno central se tomaron cartas en el asunto, máxime cuando un guardia civil vio cómo su chaqueta prendía sin haber causa que lo originara . Así, el 20 de junio de ese mismo año, el ingeniero Rodríguez Navarro, jefe del Observatorio Meteorológico, y un ingeniero de la Jefatura de Minas, se trasladaron a Laroya para estudiar los fenómenos incendiarios siendo testigos de cómo, ante ellos, útiles como escobas, dos sillas y hasta una gallina ardían.

Cuatro días más tarde, los fuegos cobran especial virulencia al provocar diferentes incendios en otros varios cortijos de la zona. Se comienza a hablar de «fuego inteligente» , ya que cuando apagaban un conato de incendio se encendía otro a pocos metros e incluso si se les echaba agua para ahogarlos se hacían más intensos, como si de un «fuego griego» se tratara. La semana concluyó con unas pérdidas valoradas en un millón de pesetas de la época, una importante cantidad.

Así las primeras conclusiones no se hicieron esperar: los fuegos no estaban provocados por el ser humano. Los fuegos se producían en un radio de unos dos a tres kilómetros , entre las cinco de la tarde y las once de la noche y eran de color claro. Se achacó a una extraña nube que apareció en esos días en la zona y del que había un precedente en el siglo XVIII, en el mes de noviembre de 1741 , se cuenta que el viento llevó a Almería una nube procedente de un volcán italiano, que provocó chispas incendiarias en diversos lugares.

Un informe de José Cubillo, ingeniero del Instituto Geográfico, estableció las etapas que tenían estos intrigantes fenómenos de combustión. La primera etapa el día 16 de junio y la segunda los días 23, 24, 25 y 26 del mismo mes . Se descartó que pudiera tratarse de actividad volcánica por las características del suelo, igualmente de emanaciones de gases que entran en ignición o de la misteriosa nube referida, tampoco tenían un origen eléctrico o meteorológico ni de ionización, ¿qué estaba provocándolos entonces?

Los incendios se localizaron en seis cortijos: «Pitango», «Fuente del Sax», «El Cerrajero», «Don Miguel Acosta», «Estella» y «Cortijo Franco». Y se da un consejo: « Si los fenómenos se vuelven a producir, deben de desplazarse a Laroya entendidos en otros ámbitos , ya que ellos no se consideran preparados para desvelar este absurdo misterio».

Cayetano, vecino de Laroya, fue testigo de cómo una esfera de fuego sobrevoló los cortijos y en su interior se podía ver un tipo de niño en estado cadavérico, tras ello se originaron los primeros fuegos.

A nivel de superstición y creencias populares, se comenzó a hablar del Diablo y de las llamas con olor a azufre que se relacionaban con él. También se habló del «moro Jamá» , un musulmán al que se mandó a la hoguera al estar vagabundeando por la zona y cuya presencia incomodaba a la Iglesia inquisitorial.

Pero María Martínez sigue siendo la triste protagonista de Laroya cuando, mientras ayudaba a sus padres, el fuego la sorprende en plena siega y el mismo afecta al Cabo Segundo Rodríguez Rodríguez sin producir daños físicos.

Llega a Laroya el 11 de julio el ingeniero Carlos Ortí, enviado por el Instituto Geológico para acabar con el misterio junto a José Cubillo y De Miguel, enviados por el Instituto Geográfico , los expertos Lorenzo y López Azcona, que se personaron también representando al Instituto Geofísico. Días después llegarían Morán Samaniegos, teniente coronel meteorólogo y catedrático de la Facultad de Ciencias de Madrid, y el ayudante de Meteorología, el señor Sierra Silva, enviados por el Servicio Meteorológico del Ministerio del Aire.

Un hecho curioso se da en torno a uno de estos expertos, el ingeniero Cubillo, que ve como ante sus ojos se produce uno de estos fuegos y opta por abandonar la investigación convencido del origen paranormal de los mismos.

Sus compañeros no llegan a resolver el caso y abandonan Laroya sin tener una explicación al respecto después de mil y una pruebas.

A María Martínez le queda el estigma de ser el inicio de estas combustiones y comienzan a llamarla «la niña de los fuegos». De hecho, desesperada, trata que los ingenieros vuelvan a estudiar el origen de los mismos y coloca pozos de petróleo (cuencos) en determinadas zonas del Cortijo Pitango, pero estos sí tenían un origen provocado y fue descubierta, ella sólo quería que la exculparan de un fenómeno que la estaba torturando poco a poco a ojos de amigos y vecinos.

Manuel Medina le comentó al buen investigador almeriense Alberto Cerezuela que « el cura tocaba las campanas de la iglesia cuando veía humo , y todos los jóvenes subíamos a la montaña para ayudar a apagar los incendios. Se perdieron muchas cosechas y enseres. La gente sufría bastante y nadie ha regresado a Laroya a darnos una explicación».

Es el mismo investigador quién rescata una carta anónima que se recibió en el diario «Yugo» y que decía sobre los «Fuegos de Laroya»:

«Hace más de veinticinco años que estudio la formación geológica de la Sierra de los Filabres y el fenómeno que se ha producido ahí está ocasionado por emanaciones de hidrógeno arseniado mezclado con hidrógeno fosforoso gaseoso y un poco de hidrógeno líquido. Este gas, por su medio de comportarse, parece que no tiene afinidad por el aire, conservándose en forma de burbujas de diferentes tamaños y siendo arrastradas por el viento; cuando tocas objetos que contienen celulosa, potasa o materiales que tengan afinidad con esta mezcla, se inflaman inmediatamente; las burbujas que no han tocado nada inflamable se elevan en el espacio hasta buscar en él su equilibrio. Nada de extraño tendría que esa nube aparecida allí o esas bolas de luz mencionadas por los testigos, fueran una acumulación de este gas en una zona de calma y que al ser arrastrado por el viento provoque incendios al tocar objetos inflamables».

El misterio sigue sin explicación y mirando al pasado encontramos que ya en tiempos cartagineses, siglo III a. C., cuando llegaron a la Sierra de los Filabres a explotar sus cuencas minera y una vez perdieron la II Guerra Púnica con Roma abandonaron las tierras maldiciendo toda aquella extensión de terreno que fue su hogar. Para ello invocaron al dios menor Reshef, dios de la venganza y del odio, que significa «fuego» y «plaga» o, en hebreo, «ascua ardiente». Quizás la mejor forma de definir aquellos «fuegos de Laroya».

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