MAYORMENTE DESPEJADO

EL BARQUITO

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Enrique Ortiz organizaba cruceros, sí, aunque no era comprando un pasaje como se subía a bordo

EL monumento de Alicante a los tiempos de derroche, atadura de perros con longanizas y posterior caída de bruces no es un puente resbaladizo, un pabellón con goteras, un aeropuerto sin aviones o un centro de congresos sin médicos. El verdadero resumen del pasado reciente de la capital de esta provincia está en el puerto, flotando imponente a la vista de todo el que mira hacia el agua al marchar por el paseo contiguo a La Explanada, exhibiendo altivo y con cierto aire guasón su colosal figura. Responde al nombre de «Elena», tiene 37 metros de eslora y costó a su propietario 9.500.000 euros.

Fue lo que supuestamente pagó Enrique Ortiz por el «barquito», que mandó construir en diciembre de 2004. Esa es la cantidad que figura en la factura, aunque tal y como se las gasta el empresario habría que tener constancia de que haya terminado ya de pagar las letras correspondientes sin acogerse a quién sabe qué fórmula de ingeniería financiera.

Lo que está claro que no hizo fue cumplir con sus obligaciones al respecto como contribuyente. Nada menos que 860.341 euros a través de una de sus empresas, Enrique Ortiz e Hijos Contratista de Obras SA, deberá pagar a la Agencia Tributaria tras la sentencia de la Audiencia Nacional por no abonar a tiempo el Impuesto Especial sobre Determinados Medios de Transporte (IEDMT). La excusa para intentar escabullirse arrancaría una sonrisa si fuera pronunciada por un personaje de película cañí. «Desarrollar una actividad empresarial de arrendamiento de embarcaciones de lujo y pequeños cruceros por el Mediterráneo», alegó. Podría haber colado, sí. Por ese colosal yate ha pasado durante la última década lo más variopinto de la sociedad alicantina. Con mariscos, botellas de champagne y generosas guarniciones se han deleitado políticos imputados, empresarios, futbolistas, directivos y hasta periodistas. Sin duda, un lugar excepcional para hacer relaciones públicas, cerrar tratos y manejar los hilos de una ciudad que durante años ha estado rendida a sus pies. La particularidad es que no era a cambio de un pasaje por lo que se subía a bordo.

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