Carrera contra el cáncer de mama en Ciudad Real. La Asociación de Mujeres afectadas de Cáncer de Mama y Ginecológico de Castilla La Mancha (Amuma) llenó las calles de participantes
Carrera contra el cáncer de mama en Ciudad Real. La Asociación de Mujeres afectadas de Cáncer de Mama y Ginecológico de Castilla La Mancha (Amuma) llenó las calles de participantes - EFE

Una nueva vida tras el cáncer de mama: actividades que nacen para superar la enfermedad

Bailan hip-hop, pintan, hacen zumba... Cada año 26.000 españolas son diagnosticadas con cáncer de mama. El 80% lo supera con ayuda de la ciencia y con nuevas rutinas. Cuatro mujeres cuentan cual fue su salvavidas

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Un grupo de mujeres baila en una competición de hip-hop. Llevan consigo un pañuelo rosa al que primero arrojan y pisotean en el suelo para después recogerlo y, finalmente, mostrarlo al público con orgullo y chulería. La coreografía hace honor a los enfermos por cáncer de mama y a los cambiantes sentimientos que surgen mientras se combate la enfermedad. Un camino de emociones que recorrió una de las bailarinas. Se llama Mercedes y un día de mayo de 2014 detectó un extraño bulto en su mama izquierda.

Ese mismo día fue al médico para someterse a una mamografía. Le dijeron que un tumor maligno se estaba desarrollando en el tejido de su glándula mamaria:Mercedes sufría cáncer de mama.

Una enfermedad que afecta a una de cada ocho mujeres en España (también a los hombres) y de la que se diagnostican 26.000 nuevos casos cada año, según la Asociación Española contra el Cáncer (AECC). Mercedes se desmayó al saberlo: «Yo tenía la idea, como mucha gente hoy en día, de que cáncer es igual a muerte». Afortunadamente, la realidad es otra: sobreviven el 83% de los casos a los cinco años del diagnóstico, de acuerdo a los últimos datos de la AECC.

«Mi hijo me cortó el pelo»

Sí, Mercedes sobrevivió, pero para ello fue necesario destruir las células que componían su tumor por medio de cirugía, sesiones de quimioterapia y radioterapia. Los siete meses de quimioterapia la debilitaron tanto como para ser incapaz de sujetar una cuchara o ducharse sola. Además de sus fuerzas, en esta etapa perdió también el pelo de la cabeza. «No tuve ningún tipo de complejo-indica Mercedes- por estar calva. Iba sin el pañuelo cuando salía a la calle. Hice que mi hijo mayor me lo cortase con tijeras y luego con la maquinilla para que se sintiera involucrado en el proceso».

Después, vinieron las quince sesiones intensivas de radioterapia. Actualmente solo debe preocuparse de tomar una pastilla diaria de tamoxifeno durante cinco años. Un medicamento que bloquea los receptores de estrógeno en las células de la mama para prevenir la reaparición del cáncer. A día de hoy, Mercedes, directora comercial de 44 años, lleva una vida normal. De lo único que se tiene que preocupar es de los efectos secundarios derivados del tamoxifeno, como dolor articular o bruscos cambios de humor.

No todas las mujeres afectadas por cáncer de mama tienen esa suerte. Ana Belén, enfermera de 38 años, tampoco. Pasó por los mismas fases que Mercedes: detección de un bulto en su pecho en 2014, cirugía y sesiones de quimioterapia y radioterapia. Sin embargo, el cáncer de su pecho izquierdo había alcanzado su sistema linfático y lo iba a utilizar para extenderse por el resto de su organismo. Para evitarlo, se le extirparon varios de sus ganglios. Y, a consecuencia de ello, desarrolló una de las secuelas crónicas de la enfermedad: el linfedema. Un tipo de edema producido por una disfunción linfática. Como explica Belén Alonso Álvarez, médico especialista en medicina física y rehabilitación del Hospital Universitario Ramón y Cajal, esta disfunción provoca que se acumule la linfa (líquido rico en proteínas) en el espacio que hay entre las células, dando lugar a un aumento de tamaño o hinchazón de la región corporal afectada.

Por culpa del linfedema, Ana Belén no puede coger a su hijo en brazos ni mantener su brazo izquierdo levantado (esta secuela crónica se localiza en el miembro superior del lado intervenido, en este caso la zona axilar del pecho). Raquel, de 55 años, no ha desarrollado linfedema, pero los seis meses de quimioterapia por los que tuvo que pasar perjudicaron sus huesos, tiroides y desequilibraron el colesterol, que mantiene controlados a base de medicación.

Pintura como terapia

Pese a todo, Mercedes, Ana Belén y Raquel han encontrado nuevas actividades con las que superar las secuelas y molestias de su enfermedad. Gracias a la pintura, Raquel es ahora capaz de concentrarse en cualquier actividad y ya no deja que su cabeza se pierda entre los recuerdos más desagradables de su enfermedad. Un cáncer que le privó de un pecho derecho en 1999 y que nunca quiso reconstruir. Le apasiona el impresionismo, el surrealismo y especialmente los retratos porque, como explica, «es muy complicado e importante saber expresar en un lienzo los gestos de las personas». Y hoy, más que nunca, busca siempre llenar sus lienzos de brochazos de vida y color.

Mercedes y Ana Belén se inclinan más por las actividades físicas. Mercedes hace zumba, una actividad deportiva que combina el ballet y el aerobic, y además forma parte de un equipo de competición de hip-hop. Practica hip-hop tres días a la semana y zumba otros dos. «A mí me dan mucha fuerza -indica Mercedes-. Canalizas la energía en el baile, de forma positiva. Te ayuda muchísimo a superar los efectos secundarios del tamoxifeno. Al principio las lágrimas me las bebía, ahora, al trabajar hueso y músculo, cada vez me duelen menos». Por su parte, Ana Belén escucha música, dedica tiempo a la lectura y practica pilates dos veces por semana durante unos cincuenta minutos. «Me ayuda-explica Ana- a descargar los cambios de humor del tamoxifeno. Además refuerza mi equilibrio: antes no podía ponerme un calcetín de pie».

Llanos, vigilante de seguridad de 53 años y presidenta de la Asociación de Mujeres Afectadas de Cáncer de mama y ginecológico de Albacete (AMAC), no hace aguagym (gimnasia en el agua) porque le sirva para paliar sus secuelas, simplemente lo practica por el buen rato que pasa con sus amigas de asociación. También se diferencia de las demás por la naturaleza genética de su cáncer. «Perdí a mi madre y a mi abuela por la enfermedad. Mi hermana y yo estamos afectadas. Mi hija no tiene el cáncer, pero se ha sometido a una operación de prevención». Supo que había desarrollado el «mal familiar», por medio de una mamografía, a la misma edad y mes que su madre. Se le practicó una mastectomía radical (extirpación de la mama, los ganglios axilares y los músculos pectorales) tanto en el pecho derecho (donde hallaron el tumor) como en el izquierdo.

La operación fue bien y, tras dieciséis sesiones de quimioterapia y treinta y cinco de radioterapia, Llanos hace vida normal aunque haya desarrollado un leve linfedema. Solo necesita tomar una pastilla diaria de tamoxifeno durante diez años (normalmente son cinco, pero las condiciones particulares de su cáncer lo prolonga en el tiempo). Cuenta con sus dos mamas reconstruidas a excepción de las areolas (la parte de la piel más oscura que rodea el pezón).

Vivir la vida

Las cuatro coinciden en lo mucho que han cambiado como personas desde que les diagnosticaron el cáncer de mama. Mercedes antes era una ejecutiva que veía pasar la vida antes sus ojos. Ahora, ha aprendido a vivir. «Me doy un paseo con mi marido -indica- y eso me llena». Raquel afirma haberse vuelto más fuerte, mientras que Llanos ya no se amarga por tonterías. Por último, Ana Belén ha aprendido sobre todo a saber delegar. Hoy, todas comparten la idea de que la enfermedad tiene más visibilidad y que, como indica Ana Belén, cada vez se ven más mujeres con pañuelos en la calle. «No se debe mirar como algo que de lástima, al revés. Hay que acercarse y decir: “ánimo, ya verás como puedes”».

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