El doctor Praphan Phanuphak
El doctor Praphan Phanuphak - ABC

La cruzada frente al VIH del doctor Praphan Phanuphak

El galeno, uno de los principales responsables de que Tailandia se haya convertido en el primer país asiático en eliminar la transmisión del VIH de madre a hijo, muestra a ABC las claves de este éxito

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Cuando en noviembre de 1984 el doctor Praphan Phanuphak recibió a su primer paciente afectado de Sida, pocos podían aventurar que a este primigenio aleteo sanitario, le seguiría un ciclón médico: Solo a día de hoy, cerca de 450.000 personas son portadoras del VIH en Tailandia.

Sin embargo, más de tres décadas después de registrarse el primer caso, la región comienza a dibujar una leve sonrisa. Y el doctor Phanuphak es, quizá, una de las voces que en mayor medida han contribuido a esbozarla.

La semana pasada, la Organización Mundial de la Salud anunciaba que Tailandia se convertía en el primer Estado asiático en eliminar la transmisión del VIH de madre a hijo (su fin implica una reducción de la transmisión tan baja, menor al 2%, que ya no constituye un problema de salud pública).

Como asegura a ABC el doctor Phanuphak, quien dirige el centro de investigación para Sida de la Cruz Roja tailandesa, una de las principales razones de este éxito es la «buena infraestructura de salud materno-infantil desarrollada durante los últimos 40-50 años en Tailandia: por ejemplo, más del 90 por ciento de las mujeres dan a luz en un centro de salud».

Para el experto, quien ha hecho de la lucha contra el VIH una cruzada personal, a esto se añade, además, el apoyo e interés a la causa tanto del propio Gobierno local, como de su institución (la Cruz Roja tailandesa), así como el desarrollo de sistemas eficaces de diagnóstico temprano.

Sin embargo, la subvención de esta contienda no fue fácil. El doctor recuerda cómo, al comienzo de la crisis, los primeros investigadores que trabajaban en el campo del VIH comprobaron la necesidad de proporcionar terapia antirretroviral para personas infectadas, incluidas las mujeres embarazadas, para prevenir así la transmisión de madre a hijo. A pesar de ello, muchos pacientes no podían permitirse este tipo de medicamentos.

Por entonces, la necesidad de obtener tratamientos más asequibles de VIH en Tailandia, así como en otros países de recursos limitados, era conversación habitual. Y para abordar estas cuestiones resultaba básico edificar una organismo de investigación clínica. Bajo esta premisa y gracias a la obcecación de Phanuphak, en 1996 nacía el HIV-NAT (con colaboración holandesa), el primer centro de ensayos clínicos sobre el VIH en Asia.

El compromiso de Phanuphak, por entonces, no era tan solo médico, también moral. En 1998, el galeno mostraba en el New England Journal of Medicine sus dudas éticas sobre los ensayos controlados con placebo en los países en vías de desarrollo. «Las normas éticas pueden variar según la cultura, la disponibilidad de recursos y la evolución de los conocimientos científicos. Por lo tanto, los científicos pueden tener que reconsiderar o cambiar sus enfoques a medida que cambian las circunstancias. Esa es la única manera de que los ensayos clínicos pueden sobrevivir - tanto por el bien de la ciencia como por el bien de los sujetos de investigación», destacaba entonces.

En busca del cero absoluto

La inversión humana y médica dio sus frutos. Sin tratamiento, las mujeres que conviven con el VIH tienen una probabilidad del 15-45% de transmitir el virus a sus hijos durante el embarazo, el parto o la lactancia. En comparación, el riesgo se reduce a poco más de 1%, si se les da medicamentos antirretrovirales a las madres y los niños a lo largo de estas etapas.

Según el Ministerio de salud pública de Tailandia, en la actualidad, el 98% de todas las mujeres embarazadas que conviven con el VIH del país asiático tienen acceso a la terapia antirretroviral y la tasa de transmisión de madre a hijo del VIH es menor al 2%. No obstante, de momento, la incapacidad de reducir este número se encuentra, entre otros motivos, en que algunas mujeres son contagiadas durante el embarazo, no al comienzo de este, sin saberlo. De igual manera, el tratamiento experimentado por algunas encintas durante la gravidez no se prolonga el tiempo suficiente (más allá de los cuatro o seis meses) para evitar su posterior contagio.

«Tenemos que dar lo mejor de nosotros para bajar aún más este número», asevera con confianza el septuagenario Phanuphak.

El cero absoluto, mientras, espera.

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