Depósito de material radiactivo en Borssele, en la provincia holandesa de Zelanda
Depósito de material radiactivo en Borssele, en la provincia holandesa de Zelanda - m. t.

Viaje al centro del almacén nuclear

ABC visita el corazón del depósito radiactivo de Borssele, en Holanda, muy similar al futuro ATC de Villar de Cañas

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Cuando uno accede a un almacén de residuos nucleares tal vez espera un lugar siniestro. En cambio, el HABOG de Borssele, en el suroeste de Holanda, es un espacio más bien alegre. En medio del verde paisaje rural de la provincia de Zelanda, el almacén temporal centralizado neerlandés se encuentra en una zona industrial donde conviven una planta de energía nuclear, una refinería y multitud de aerogeneradores.

El HABOG (que significa en la lengua neerlandesa Edificio para el Tratamiento y Almacenamiento de Residuos de Alta Actividad) ocupa 21 hectáreas, aunque el corazón de las instalaciones es un edificio pintado por fuera en un llamativo color naranja, sobre el que se destaca en caracteres verde fosforito de tamaño gigantesco la fórmula de la teoría de la relatividad de Einstein: E=mc2.

De la mano de Enresa (Empresa Nacional de Residuos Radiactivos) y su homóloga holandesa ( COVRA), ABC ha visitado estas instalaciones, muy similares en su funcionamiento a las que constituirán el futuro Almacén Temporal Centralizado (ATC) de Villar de Cañas (Cuenca). El HABOG holandés lleva en funcionamiento desde 2003, mientras que las obras del ATC español se prevén para el primer semestre de 2015 y su puesta en funcionamiento en 2018.

Para acceder al almacén de Borssele hay que atravesar por un torno de seguridad la verja que lo rodea. Al entrar al edificio, se coge un dosímetro para medir la radiactividad absorbida durante el recorrido, pero no se requiere ningún tipo de traje ni máscara especial. Una vez en el interior, sorprende la inmaculada limpieza de las instalaciones, en las que no se ve una mota de polvo ni un resto de grasa.

Manipulación automatizada

El almacén del HABOG, como el futuro ATC de Villar de Cañas, está dividido en tres áreas. La primera es la zona de recepción, adonde llegan en contenedores los residuos procedentes de la central nuclear que está al otro lado de la carretera, pero también de otra situada en Dodewaard, ya cerrada y ahora en proceso de desmantelamiento, así como de otros dos reactores de investigación y diversas instalaciones industriales y sanitarias con desechos radiactivos. Al llegar, los recipientes de los residuos se giran para colocarlos en posición vertical y poderlos manipular. Al otro lado de una gruesa puerta metálica de color verde, espera la segunda zona, la de procesado.

Esta parte está protegida con un muro de 1,7 metros de espesor, preparado para impedir que un avión de combate que se estrellara contra el almacén o un terremoto pudieran amenazar con provocar una fuga radiactiva.

En el procesado, todo está automatizado. Se abre una primera tapa del recipiente y se comprueba el contenido, bien combustible gastado de las centrales o bien material vitrificado tras su reprocesamiento en Francia y Reino Unido. Luego se abre una segunda tapa para extraer el material, que en lo que se llama en el argot nuclear una «celda caliente» se introduce en las cápsulas para su almacenamiento. Se trata de estructuras cilíndricas de acero inoxidable en las que se introduce helio.

Estos depósitos se introducen a su vez en otros cilindros. En el espacio entre uno y otro se rellena con argón. Periódicamente se hacen análisis en este gas y si se comprobase que hay algún resto de helio, significaría que se ha producido alguna fuga en la cápsula interna y saltarían las alarmas. Hasta ahora, no ha sucedido.

Cuando el material está en su recipiente ya sellado, pasa a la tercera zona, la de almacenamiento, donde permanecerá durante cien años. En el caso de España, serán 60, al menos inicialmente, a pesar de que las instalaciones también están preparadas para un siglo.

Los responsables del centro holandés planean ya ampliar el área de almacenamiento con otros dos módulos, ya que se les ha quedado pequeño.

Puesto que el material radiactivo emite calor, los tubos se refrigeran de forma natural con aire, que no llega a entrar nunca en contacto directo con los residuos por la doble protección en que están encerrados. Por ello, sale luego al exterior sin riesgo para el medio ambiente ni la salud. Incluso, es posible caminar tranquilamente sobre las tapas de las cápsulas sin temor a los 30 metros cúbicos de material radiactivo almacenado bajo los pies.

A la salida del almacén, se introduce el dosímetro en una ranura. Un mensaje en neerlandés, acompañado de una lucecita verde, tranquiliza en una pantalla: «0 microsieverts. Control concluido. ¡Devuelva el dosímetro!».

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