Madrid y el séptimo arte: la ciudad oculta tras un fotograma

La capital y el cine se han inspirado mutuamente generando rincones singulares en los que la vida cotidiana supera a la ficción

Librería Ocho y Medio, en Madrid MAYA BALANYÀ
Adrián Delgado

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Madrid ha visto pasar su propia vida en fotogramas. Sus calles y sus edificios más singulares han sido explotados hasta límites insospechados como localizaciones de las películas más variopintas. Exteriores que muestran el imán evidente que el urbanismo de la capital ha tenido siempre para el séptimo arte . Pero hay otro Madrid cinematográfico menos evidente que subyace oculto en la vida cotidiana de la ciudad, en sus cafés, en sus barras, en la mesa de un restaurante o en las baldas de una librería. Lugares que guardan con recelo la intrahistoria de nuestro cine, que mañana celebrará su gala de los Premios Goya en su 32 edición. Algunos de ellos han inspirado obras maestras de directores, entonces noveles y hoy consagrados. Otros han recorrido el camino inverso y han partido de una joya del cine para crear un espacio único.

El Café de Pepe Botella (calle de San Andrés, 12), templo de Malasaña, es el mejor ejemplo del primer caso. Las mesas de mármol de este café, afrancesado en honor a su nombre, han visto nacer alguno de los proyectos de la historia del cine reciente. Más allá de las apariciones y cameos –en el que destaca el que hizo el director Mateo Gil en su debut cinematográfico con «Nadie conoce a nadie»–, esta cafetería ha vivido el parto de guiones de numerosos cortos, largometrajes y series. «Aquí se han leído más guiones que cualquier productora de Madrid», explican al otro lado de la barra. Quien entre en este discreto lugar no encontrará en sus paredes el álbum de fotos de celebridades que cabría esperar.

Café de Pepe Botella, en Malasaña MAYA BALANYÀ

«No somos muy amigos de vendernos como un lugar de culto para el cine», explica a ABC Adrián Valdés, su gerente. Aunque sigue siendo un punto de reunión para actores, directores y productores, reconocen que «ya no es igual que antes». Los clientes, sin embargo, siguen preguntando dónde se sentaba Alejandro Amenábar para escribir, cómo llegó Mateo Gil a ser camarero allí o si es verdad que Eduardo Noriega se pasaba las horas muertas estudiando con un café. Sin ser un lugar de peregrinación, sus asiduos disfrutan de la intimidad que ofrece para charlar con unos amigos o disfrutar de la soledad con un buen libro. También si va acompañado de un perro.

Taberna de Ángel Sierra MAYA BALANYÀ

Para encontrar bullicio es mejor adentrarse en Chueca y hacer una parada en la Taberna de Ángel Sierra (calle de Gravina, 11). Centenaria, no ha perdido la esencia castiza que quiso captar Pedro Almodóvar en «La flor de mi secreto» . Es su aparición más célebre en la gran pantalla y, de ella, siguen presumiendo dos décadas después. El tiempo, para esta taberna –auténtica y sin cocina, ya que solo disponen de raciones frías, conservas y montados– es algo relativo. Independientemente de qué celebridades cinematográficas se hayan detenido en ella para tomar un vermú de grifo de Reus –muchas, según sus camareros–, traspasar sus puertas es hacer un viaje de «película». Así lo explica su actual propietario Felipe Gallego. Azulejos de La Cartuja de Sevilla, cubas de madera y su barra de estaño y madera son testigos de la vida que transita por esta esquina de Chueca.

Viridiana, en el Retiro

Desde allí hasta el Retiro hay un paseo. Pero es precisamente en «La Flor de mi secreto» donde el chef Abraham García , propietario del restaurante Viridiana (calle de Juan de Mena, 14), hizo uno de sus cameos. Recién cumplidos los «40 años y un día» –«este restaurante es como una condena, dulce, pero condena», ironiza el cocinero–, el local no se entiende sin la admiración de su dueño por Luis Buñuel . «Comparto con él que soy profundamente anticlerical», dice.

Abraham García en Viridiana, con fotogramas de la película de Buñuel, de fondo MAYA BALANYÀ

En su salón a ras de calle, una hilera de fotogramas de la película que da nombre a este templo gastronómico envuelve las paredes. Un retrato del cineasta recibe a los clientes. «Me apasionan todas sus películas, pero mi favorita es "Los olvidados". Una obra maestra, pero el título era poco comercial. Por eso elegí " Viridiana ". Sonaba mejor», confiesa sin tapujos.

García defiende la analogía entre la gastronomía y el cine asegurando que «en la cocina también hace falta un buen guión». «Pero la diferencia es que en la gran pantalla se puede fingir, en los fogones no», matiza. Desde ese compromiso con la verdad, Abraham lleva conquistando al comensal cuatro décadas: «Por mi casa han pasado los mejores. Hasta Martin Scorsese y Brad Pit se han dejado caer por aquí. Pero lo que más feliz me hace es haber tenido largas sobremesas con cuatro premios Nobel: Cela, García-Márquez, Vargas-Llosa y Saramago. Ese siempre ha sido mi objetivo, tener una tasca ilustrada». Su recomendación para probar un plato «de cine» –a pesar de la fama que precede a sus croquetas – son sus huevos con trufa . «Es un plato en blanco y negro. Me gusta», concluye.

Entre cañas y guiones

Librería Ocho y Medio, en la calle de Martín de los Heros MAYA BALANYÀ

La película « El Bar », de Alex de la Iglesia , puso el año pasado el foco sobre las barras de la capital y, en concreto, sobre una: la de El Palentino (calle del Pez, 8). El local que inspiró al largometraje se negó a cerrar y a acoger el rodaje para no poner en riesgo su clientela fiel, entre la que se encontraba el propio director y su guionista Jorge Guerricaechevarría. Un ejemplo más de la que la vida real supera a la ficción. Cerrado y desaparecido, pero famoso en Usera por su aparición en «Tarde para la ira» fue el Bar Carrasco. Su director, Raúl Arévalo, hijo de tabernero, se crió entre barriles de cerveza y charlas para arreglar el mundo.

La historia del cine –y por ende de ese «otro Madrid»– se guarda en alguno de los miles de volúmenes que atesora la librería Ocho y Medio (calle de Martín de los Heros, 11). Otro templo, en este caso de las letras, relacionado con el séptimo arte. Allí, el cine español no se come, se lee. «El guión es el mapa del tesoro. Ocho y Medio es la biblioteca de Alejandría», presumen sus propietarios tomando prestada una frase del director Daniel Monzón.

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