Antonio Burgos - EL RECUADRO

Ni la fórmula de la Coca Cola

Mucho mayor es el secreto de la receta de la imperial ensaladilla de La Alicantina

Antonio Burgos
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Ya le dediqué el sábado un género literario que me inventé: el Contragorigori. Y el domingo nos daba Amalia F. Lérida los detalles de la gloriosa resurrección de La Alicantina. Resurrección que estamos celebrando más que la de Castilleja, y sin distingos de Plaza o Calle Real. Y es para tirar cohetes que haya un viejo establecimiento al que le devuelven la vida y no le aplican la eutanasia de la uniformidad, en este comercio sevillano que muere a manos de los verdugos de la dictadura franquicista (la tiranía de las franquicias), haciendo nuestras calles del centro exactamente iguales a las calles del centro de cualquier otra ciudad, donde lo que no es Mango es Zara y donde lo que no es un Starbucks Coffee es un Burger King.

Hablaba Amalia con Emilio Guerrero, el hostelero que se ha quedado con el alquiler de La Alicantina para preservarla en su esencia y estilo. Por cierto, que dije que Emilio Guerrero es nieto de su homónimo abuelo que empezó con la saga de Mariscos Emilio en un rinconcito de la barra de Los Corales de la calle Sierpes, y me quedé corto. El mérito de la saga de los Guerrero es anterior. Emilio Guerrero el Viejo, el fundador, empezó como marisquero de canasto, cual ese Brazojierro que muchos alcanzamos a conocer, vendiendo gambas, camarones y cangrejos por las terrazas del Parque, especialmente en la Plaza de América, o de los Jardines de Murillo. De aquel canasto de Emilio surgió toda la cadena de marisquerías de su hijo Antonio, y, ahora, la voluntad conservacionista de su nieto, que mantuvo primero el espíritu de La Isla del Postigo y ahora se dispone a hacer lo propio con La Alicantina del Salvador.

Díjole Emilio Guerrero a Amalia F. Lérida que cuando vuelva a abrir La Alicantina, su artística, histórica y monumental ensaladilla tendrá una sorpresa. Igual que los niños picardean a sus compañeros de colegio y les dicen que los Reyes Magos son los padres, yo voy a romper el misterio de esa sorpresa que prepara Emilio Guerrero en el esperemos que pronto regreso de la ensaladilla a su templo colegial del Salvador. La sorpresa es que la ensaladilla de La Alicantina seguirá siendo exactamente igual que fue siempre la ensaladilla de La Alicantina. Para ello hay un traspaso de poderes que ríase usted del efectuado en el Ministerio del Interior entre Jorge Fernández y Juan Ignacio Zoido, entregándole las claves de la caja fuerte del CNI y el número del móvil del jefe de los espías. Y ríase usted también del traspaso de poderes en la Casa Blanca, con Obama enseñándole a Trump cómo se le da, Currito, al botoncito del maletín nuclear. En el traspaso de poderes de La Alicantina, la sensibilidad y tacto de doña María Teresa Pérez, la viuda de Manolo Postigo, le ha dejado a su sucesor legítimo en el negocio el verdadero patrimonio inmaterial de la casa: la receta de sus clásicas tapas. ¿Saben ustedes lo del misterio de la fórmula de la Coca Cola, no? Pues mucho mayor es el secreto de la receta de la imperial ensaladilla de La Alicantina. El viejo cocinero de los fogones que estaban tras el retablo cerámico de la Esperanza Macarena ya le ha enseñado el secreto de esa receta a Guerrero quien, a su vez, tiene el de su familia, que es la ensaladilla por el rito emilianense: la famosa y cumbre de Mariscos Emilio. Como en una máxima del Libro de los Proverbios, Guerrero el de La Isla sostiene que cada templo debe tener su ensaladilla y cada ensaladilla su templo. Con lo que espera obtener el «cum laude» del ODER (Observatorio de la Ensaladilla Rusa) sobre esa delicia por el plan antiguo de Manolo Postigo. Y con este secreto guardado como el de la Coca Cola en Atlanta, también ha habido traspaso de poderes en los otros grandes misterios gozosos alicantinos: cómo se hacen los champis plancha y cómo las gambas a la plancha en su justo punto de sal. Así que aunque se esté degradando y destruyendo tanta Sevilla, díganme si en el Antiguo e Ilustre Gremio de Taberneros, sin platos cuadrados ni mamarrachás a la reducción del Pedro Ximénez, hay paladar o no hay paladar, ¿verdad, Reyes Morales que conservas tu Templo del Moyate en toda su pureza de la Peña Er 77, «bebe a gusto y orvía los disgustos»?