Mayte Alcaraz

Pedro Sánchez, no era el día

No era el día para mandar a la Constitución al desván por vieja sino de glosar, con emoción democrática, su virtualidad frente al golpismo

Mayte Alcaraz

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El martes todos mucho. La astracanada de Carles Puigdemont tuvo a España en un ¡ay! hasta las tantas. También a Mariano Rajoy y Pedro Sánchez que se citaron cerca de la medianoche en La Moncloa. Reconfortaba saber que los líderes de los dos principales partidos de España se encontraban contra reloj para consensuar una respuesta a la tregua-trampa que los independentistas habían dictado para ganar tiempo. Por fin. Pero la realidad siempre sale al paso de los ilusos. Pedro Sánchez tardó doce horas en devolvernos a las aguas pantanosas donde tiene a gala haber situado al partido que más años ha gobernado España, allí donde intenta pescar algún voto perdido por Pablo Iglesias. Sí al apoyo al presidente, que ayer activó el artículo 155 con el requerimiento preceptivo a Puigdemont, pero a cambio de la matraca de promover una comisión constitucional en el Congreso para reformar la Carta Magna.

No cuesta imaginarse a Mariano Rajoy , sentado de madrugada con el líder de la oposición para afrontar conjuntamente el desafío más grave a la democracia desde el 23-F , impaciente por la urgencia de la sedición, dando el visto bueno con la boca pequeña a una reforma que vergonzosamente el PSOE usó la noche del martes como moneda de cambio para apoyar lo que debería ser un obligado compromiso de Estado. Grave me parece el canje de cromos planteado por el líder socialista en circunstancia tan delicada para la nación, ridículo que alguien que aspira a convertirse en presidente del Gobierno crea que los golpistas de la Generalitat se van a conmover por aplicarle un barniz federal a la Constitución (que de facto ya lo es) y triste que Sánchez, representante de un partido que, como él mismo recordó, contribuyó a elaborar la Constitución no se empleara ayer en defenderla, en remarcar sus inequívocos perfiles democráticos y en glosar con emoción democrática su virtualidad como marco imprescindible del ordenamiento español. Ayer era la hora de declarar el amor a la Constitución no de mandarla al desván de la historia por vieja con una reforma incierta que, a juzgar por el tactismo de Sánchez teledirigido por Miquel Iceta , probablemente estará encaminada a diferenciar a Cataluña del resto de España. Una cataplasma insolidaria que, empero, tampoco serviría para contentar a los independentistas.

Es de desear que Rajoy aceptara como un mero trámite tamaña exigencia en tamaña tesitura. Si algo ha repetido en los últimos años es su negativa a abrir ese melón sin saber para qué. No acierto a creer que, con la tinta de la firma de Puigdemont todavía fresca declarando la independencia, Rajoy y Sánchez dedicaran ni un solo minuto a tratar los términos de la modificación de un texto legal que goza todavía de buena salud. Tanta que está a punto de dar vida al artículo 155.

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