Jaime Gonzalez

Nuestra vajilla

González, Aznar y Zapatero son piezas de un legado común que pueden gustar más o menos, pero de un valor inmenso

Jaime Gonzalez
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Por taladrar un orificio en la base de un jarrón de porcelana china –quería convertirlo en lámpara–, un ciudadano británico destruyó el sello de autenticidad de la pieza. Era de la dinastía Qing y su valor habría superado el medio millón de libras de no ser por la inmensa torpeza de su propietario. El especialista se quedó boquiabierto: "¡Si el jarrón pudiera hablar!", exclamó mientras acariciaba el agujero de dos centímetros que aquel bárbaro le había hecho para introducir un vulgar cable en su interior.

Dicen que Felipe González, José María Aznar y José Luis Rodríguez Zapatero son los jarrones de porcelana china de una democracia que no funde sus raíces en la dinastía Qing, pero cuyo sello de autenticidad les convierte en valiosísimas piezas de un tesoro común que deberíamos preservar por una elemental razón de lealtad histórica.

Los tres jarrones son tan distintos que nadie diría que pertenecen a la misma época y, sin embargo, viéndoles conversar ayer entre bastidores cualquiera coincidiría en afirmar que sus notables diferencias han sucumbido ante el riesgo creciente de que la banda del cable –taladradores de orificios– pretenda hacernos un agujero en la base que nos sirvió de lanzadera a la libertad.

De un tiempo a esta parte proliferan quienes se empeñan en robarnos el mobiliario de emociones con el que adornamos aquel modesto edificio en el que la izquierda y la derecha empezaron a saludarse en el descansillo, aunque puertas adentro –faltaría más– se pusieran a caldo. Luego, hasta se invitaban a cenar, pero con la inexcusable condición de que en el fragor de la batalla nadie osara romper la vajilla de porcelana que les servía de sustento.

González, Aznar y Zapatero son eso: piezas de un legado común que pueden gustar más o menos, pero de un valor inmenso. Tanto que los de la banda del cable quieren destruirlas para que no sepamos quiénes somos ni de dónde venimos

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