El retrato de Carlos III que se conserva en el Museo del Prado
El retrato de Carlos III que se conserva en el Museo del Prado - wikimedia
historia

Por qué el Rey Carlos III es considerado «el mejor alcalde de Madrid»

El monarca adoquinó las calles y creó una red de alumbrado, alcantarillado y recogida de basuras. La Cibeles, Neptuno, la Puerta de Alcalá, el Botánico se levantaron gracias a él

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Cuando Carlos III llegó a Madrid, a mediados del siglo XVIII, se topó con una ciudad de aspecto miserable. La limpieza pública era tan escasa que el propio Fernán Núñez, el biógrafo del Rey, no dudó en calificar a la capital de «pocilga». Barro, basura y excrementos componían una lamentable y maloliente imagen de la cabeza del Estado.

Ante esta situación, la necesidad de emprender una reforma profunda era evidente e imperiosa. Por eso, Carlos III se propuso encabezar una transformación de la villa y Corte. Para llevarla a cabo contó con el asesoramiento de su «mano derecha», Leopoldo de Gregorio, marqués de Esquilache, que junto al marqués de la Ensenada, inició cambios encaminados a la modernización del país.

Así, en Madrid se inició un ambicioso plan de ensanche en el que se proyectaron grandes avenidas, plazas con monumentos como Cibeles y Neptuno; se construyó el Jardín Botánico, el Hospital San Carlos (sobre el que hoy se levanta el Museo Reina Sofía) y el edificio del Museo del Prado (que iba a ser destinado al museo de Historia Militar) y el palacio del Buen Retiro.

También se intervino para establecer un servicio de alumbrado público y de recogida de basuras, se adoquinaron las calzadas y se excavó una red de alcantarillado para recoger el agua de la lluvia. [Consulta el legado de Carlos III en Madrid en 10 pasos]

La principal labor constructora de Carlos III en Madrid perseguía un afán propagandístico. Todos los edificios se levantaron en puntos clave de la capital. Además, se engalanaron las principales puertas de entrada a la ciudad. La más célebre es la Puerta de Alcalá, aunque también le acompañan otras como la Puerta de Toledo o la desaparecida de San Vicente. El Rey consideró que esta era la mejor carta de presentación para los visitantes de la ciudad.

«Mis vasallos son como los niños: lloran cuando se les lava...»

Aunque la intención del Monarca era poner Madrid a la altura del resto de capitales europeas, la nobleza española vio las reformas como imposiciones del que consideraban un «Rey extranjero». Carlos III fue el hijo del primero de la dinastía Borbón que gobierna en España, Felipe V, y de Isabel de Farnesio. Accedió al trono tras la muerte de su hermanastro, Fernando VI. Llegó a la Península con experiencia política a sus espaldas, ya que antes había reinado en Nápoles.

Pero su trayectoria no bastó para convencer a los españoles. Las reformas de Esquilache caldearon tanto el ambiente entre los nobles que tras el famoso motín, que se bautizó con su apellido, tuvo que abandonar España en abril de 1766 de forma definitiva. En el puerto de Cartagena partió con rumbo a Nápoles. Y ese día dejó escrito: «Yo he limpiado Madrid, le he empedrado, he hecho paseos y otras obras... Que merecería que me hiciesen una estatua, y en lugar de esto me ha tratado tan indignamente».

Esta resistencia tan incomprensible hacia Carlos III le hizo declarar que los españoles eran «un pueblo anclado en infantiles torpezas». «Mis vasallos son como los niños: lloran cuando se les lava...», escribió. De esta manera justificaba el principio rector de su reinado: «Gobernar para el pueblo pero sin el pueblo». Dicho de otro modo, el Despotismo Ilustrado.

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