Opinion

Con el Sahara al fondo

Mientras el Rey de España concluía su esperada visita a Melilla ayer, el de Marruecos se dirigía al pueblo marroquí en lo que ya es una prestación clásica del calendario político, social y nacional del reino: el aniversario de la Marcha Verde. Un 6 de noviembre, pero de 1975, una multitud calculada en cerca de medio millón de ciudadanos controlados por policía y ejército avanzó sobre el Sahara Occidental, colonia española hasta entonces, creyéndose cubierta jurídicamente por el célebre dictamen del Tribunal Internacional de Justicia de La Haya de tres semanas antes.

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El general Franco agonizaba en Madrid. Lo sucedido permite concluir, en términos prácticos, dos cosas: primero, que el dictamen, brevísimo, quiso ser salomónico y ofreció a independentistas y asimilacionistas un argumento lacónico que nada resolvió; y, segundo, que incluso sin La Haya, el reino de Marruecos habría procedido como lo hizo: su designio oficial y popular era el de terminar la descolonización.

Hassan II pasó por ser un estadista refinado, calculador y sin inhibiciones sobre los medios al servicio del interés nacional. Su hijo Mohamed VI fue educado para gobernar y debidamente aleccionado al respecto y su mensaje de ayer fue, bien leído, un calco de las prestaciones anteriores.

Lo mismo que las manifestaciones de los dos días precedentes, no muy nutridas y bien encuadradas por las fuerzas de seguridad, el texto es parte del guión que anualmente se interpreta para ser archivado hasta el año próximo. Madrid hace más o menos lo mismo y no combate diplomáticamente la versión marroquí sobre el Sahara, la prioridad de Rabat.

La oposición conservadora española ha hecho recientemente un esfuerzo loable, protagonizado por Gustavo de Arístegui, para reconstruir los puentes con Rabat que el islote de Perejil había dinamitado. Sus críticas al Gobierno han sido igualmente rutinarias y previsibles. Así, pues, hasta el año que viene. Y todos tranquilos.