El presidente chino, Xi Jinping, inspecciona la guardia de honor acompañado del Duque de Edimburgo
El presidente chino, Xi Jinping, inspecciona la guardia de honor acompañado del Duque de Edimburgo - AFP

El Reino Unido corteja al líder chino, Xi Jinping, en busca de sus yuanes

El presidente de la segunda potencia mundial podría dejar inversiones por 40.800 millones, incluida una planta nuclear de tecnología china

Corresponsal en Londres Actualizado: Guardar
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Xi Jinping, de 62 años, ha iniciado una estancia de cuatro días en el Reino Unido entre el boato y las protestas. Es la primera visita oficial de un líder chino en una década. David Cameron intenta que una lluvia de yuanes fertilice la otra Inglaterra, la que se está quedando rezagada a espaldas del fulgor de Londres. En una controvertida pirueta diplomática, ha abierto una sutil fisura en la relación privilegiada con Estados Unidos y ha decidido cortejar al máximo a su potencia rival, China, con el explícito deseo de convertirse en «su mejor socio en Occidente».

Mientras Estados Unidos mantiene contenciosos con China por vulneración de patentes industriales, cíber-ataques e inquietantes maniobras navales, el Reino Unido descolocaba al presidente Obama a comienzos de año al convertirse en el primer país occidental que se sumaba al Banco Asiático de Infraestructuras e Inversiones, que aspira a ser la alternativa china del Banco Mundial.

La visita de Xi Jinping casi semeja una versión inglesa de «Bienvenido Mr. Marshall». El Gobierno y la Corona han lanzado lo que llaman «una ofensiva del encanto» para complacer a los chinos. Xi Jinping, que gobierna desde 2012 y ha ahondado en la represión, ha sido recibido con el máximo mimo protocolario. Este martes habló en el Parlamento, con un breve e insustancial discurso de once minutos donde citó a Shakespeare y proverbios chinos, y cenó en Buckingham en un banquete de gala.

La jornada comenzó con una parada ecuestre y salva de 41 cañonazos de saludo. Isabel II y Xi se desplazaron en carroza dorada desde «House Of Guards» hasta Buckingham. A ambos lados de The Mall centenares de chinos con banderas saludaban arrobados a su líder. El centenar de personas que protestaban por la vulneración de los derechos humanos y la represión en el Tíbet pasaron más bien desapercibidos, tapados por un cordón policial y por los seguidores oficialistas. Los disidentes, entre los que también había simpatizantes de la secta Falung Gong, prohibida por el régimen autoritario, repitieron sus protestas antes de la cena palaciega.

Cameron aseguró antes de la llegada de Xi Jinping que no soslayaría el espinoso tema de los derechos humanos, pero si lo hace será un levísimo pellizco de monja. Jeremy Corbyn, el líder laborista, conversó este martes con el dirigente chino en Buckingham y había prometido sacarle el problema de la represión. Al ministro de Asuntos Exteriores, Philip Hammond, un analista llegó a decirle en la BBC que el Reino Unido parecía «un cachorro jadeando ante China». A lo que respondió que la relación es «madura y de interés nacional». La orden es no molestar.

Otro tema de controversia con China es el acero. Seis mil empleos británicos están en peligro porque las plantas locales, como las de Tata, están cerrando por la competencia desleal de sus rivales asiáticos, subvencionados por el Gobierno.

En la visita hay mucho en juego, sobre todo para los británicos, que aspiran a que el dinero chino vivifique algunas ciudades inglesas que fueron mecas de progreso en la Revolución Industrial y ahora languidecen. El Reino Unido es el séptimo país al que más exporta China, pero los británicos venden al gigante asiático poco más que a Chile, Omán y otros diecinueve países.

El oasis económico británico reposa sobre una economía abierta. Su sencillo secreto consiste en atraer capital exterior, ofreciendo seguridad jurídica y un marco liberal. De ahí viene el milagro de la City. Pero las infraestructuras británicas se están quedando añejas. El AVE es todavía un proyecto en Gran Bretaña. Las carreteras del interior sorprenden a los españoles por su atraso. La gira de Xi podría dejar inversiones por valor de 40.800 millones de euros. La operación estelar es la construcción de la primera central nuclear de tecnología china en Occidente, que se ubicaría en el canal de Bristol, al suroeste de Inglaterra, con un gasto oriental de 21.700 millones (curiosamente para ojos españoles, el tema atómico no suscita aquí la menor controversia).

También hay acuerdos en componentes sanitarios, servicios financieros, industria aeroespacial, educación… Se habla de un parque de atracciones de la Paramount en Kent y hasta de las primeras dos granjas de gambas en la costa inglesa (que no estimulan mucho el apetito, pues serán posibles gracias al agua caliente que generarán dos plantas energéticas chinas). La City también forma parte de la ecuación como el primer centro financiero de fuera de China que emitirá bonos de deuda del gigante oriental en yuanes. El presidenet chino quiere que su moneda se convierta en una divisa de referencia y la City es la mejor pasarela.

China sufre el estallido de una burbuja de exceso de capacidad productiva. En el tercer trimestre ha crecido un 6,9%, un revés para una potencia donde todo lo que fuese bajar del 8% se veía como un fracaso. La segunda economía del mundo necesita lugares donde invertir y emplear su fuerza ociosa.

El maridaje se completa porque el Reino Unido clama por inversiones que compensen el reverso oscuro del serio ajuste fiscal de Osborne, que es que el Gobierno ha cortado drásticamente el gasto en obras de modernización del país. El plan es que lo arreglen los chinos. ¿Una quimera? En una rara entrevista antes de llegar Xi calificó al Ejecutivo de Cameron de «Gobierno visionario».

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