El ya exdirector del FBI, James Comey
El ya exdirector del FBI, James Comey - REUTERS

Comey: Héroe o villano según la coyuntura

La suerte del ya exdirector del FBI ha sido errática: tan pronto fue querido como detestado por demócratas y republicanos

Corresponsal en Washington Actualizado: Guardar
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No se recordaba ayer en el Washington de las últimas décadas a un director del FBI que hubiera afrontado semejante catarata de reacciones políticas, en un continuado y agitado ojo del huracán, desde que abordara la investigación del escándalo de los e-mails, con Hillary Clinton como principal responsable. Si hablamos de un jefe del FBI relevado por el presidente de Estados Unidos, el único precedente se halla en la persona de Williams Sessions, destituido por Bill Clinton en enero de 1993, tras ser investigado por la utilización de aviones y coches oficiales para uso privado. Aunque detrás se hallase también una prolongada batería de críticas a los Clinton. Pero su impacto político y mediático fue extraordinariamente limitado, en comparación con las vicisitudes del neoyorquino nombrado por Barack Obama el 4 de septiembre de 2013.

Su destitución fulminante por Trump es la culminación del particular calvario que afronta James Comey desde que el 5 de julio protagonizara la primera de unas incursiones públicas que no han dejado indiferente a nadie. Teniendo en cuenta que el país estaba en campaña presidencial, lo contrario habría sido sorprendente. Pero no sólo han servido ahora como justificación para el relevo, por «invadir funciones que competen al fiscal general del Estado», según el fiscal adjunto, sino también como arma arrojadiza por uno u otro candidato, según fuera el sentido de su decisión.

Carrusel político

Cuando en aquellos primeros días de verano Comey compareció para proponer el fin de la investigación del escándalo que entonces podía comprometer la suerte electoral de Hillary Clinton, por falta de pruebas para presentar cargos, el director del FBI contaba con suficiente prestigio político y la vitola de independiente. El momento se las traía, pero le avalaba que en su currículum constara también el cargo de fiscal general adjunto de Estados Unidos (2003-2005), a propuesta del republicano George W. Bush. El año anterior ya había ejercido como fiscal federal del Distrito Sur de Nueva York, también a propuesta del mismo presidente.

Pero aquella decisión conllevó la primera batería de críticas. La ofensiva partió de los republicanos, con Trump a la cabeza, quienes se veían perjudicados con el archivo de la investigación a Clinton. Para ellos, el hecho de que en sus conclusiones Comey incluyera el calificativo de «extremadamente descuidado» para valorar el comportamiento de la candidata demócrata y su equipo en el Departamento de Estado, donde Clinton utilizó dos servidores privados para su gestión, poniendo en riesgo la seguridad del Estado, según muchos expertos, habría sido motivo suficiente para la presentación de cargos. Primer acto: héroe para los demócratas, villano para los republicanos.

Los correos

Se cambiaron las tornas cuando a sólo diez días de la elección presidencial, en otra comparecencia pública, el director del FBI desvelaba el descubrimiento de «miles de correos» nuevos que podían comprometer a Hillary Clinton y que era obligado investigarlos. Segundo acto: júbilo en el Twitter de Trump, que ensalzaba la «valentía» de Comey, mientras la avalancha de críticas arreciaba desde el lado demócrata. Incluida la fiscal general, Loretta Lynch, y otros fiscales cercanos a Barack Obama, que le reprochaban que no mantuviera el secreto a esas alturas de la campaña. El tercer acto, casi en vísperas de las urnas, volvía a girar la veleta de las reacciones.

Pero fue su anuncio de la investigación criminal sobre las presuntas conexiones rusas de la campaña de Trump el principio de su fin al frente del FBI. Desde que hablara de posibles indicios, la inquietud presidencial fue en aumento hasta la decisión final de su destitución. James Brien «Jim» Comey Jr. (Yonkers, Nueva York, 1960) nunca habría pensado en un final político como éste cuando tras doctorarse en Derecho en la Universidad de Chicago, comenzó su carrera pública como ayudante del Fiscal del Distrito Este de Virginia. Pero dos investigaciones como las que hubo de afrontar habrían llevado a la lona a cualquier aspirante bienintencionado.

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