Familias reconstituidas: Se puede ser una buena madrastra

El juez de Familia José Luis Utrera, autor del libro «Guía para un buen divorcio», explica cómo

MADRID Actualizado: Guardar
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Una de las consecuencias del creciente número de divorcios en España es la aparición de las denominadas «familias reconstituidas», es decir, aquellas donde uno o varios miembros de la pareja aportan a esta nueva unión algún hijo de una relación anterior, bien temporalmente o de forma permanente. Aunque hay discrepancia e cuanto a su número, se estima que actualmente existirían en nuestro país unas 500.000 familias de este tipo, con una clara tendencia creciente.

Hay casos en los que esta situación en las que se integra el menor se puede dar por duplicado o triplicado, según el número de parejas que se vayan teniendo y los hijos que nazcan de las nuevas relaciones. En estos supuestos se habla menores pertenecen a más de un sistema familiar.

Para el juez de Familia José Luis Utrera, autor del libro «Guía para un buen divorcio» y de la App Buen Divorcio, «es lógico pensar que esta nueva forma de relación familiar necesita ser asumida poco a poco, ya que no es una familia convencional. Esto supone un reto para todos sus integrantes. Los diferentes miembros que la componen han podido tener diferentes experiencias anteriores, positivas y negativas, algunas incluso traumáticas, que de una u otra forma van a condicionar la integración en esta nueva unión».

Los miembros de este tipo de familias, prosigue Utrera, «están sometidos a rápidos cambios , pues los adultos se unen siendo ya padre y madre antes que pareja. Y a su vez, tienen que continuar las relaciones con el padre/madre biológico que no forma parte de esta nueva unidad, pero que ojo, sigue teniendo sus derechos y deberes sobre los hijos biológicos». Todo ello, reconoce, «configura unos núcleos familiares con unas características muy especiales».

Hábitos y costumbres previas

Una de esas características de la familia reconstituida es que parte, según describe este magistrado en su «Guía para un buen divorcio», de hábitos y costumbres previos existentes en la familia anterior. «Ello hace necesario que la integración de la nueva pareja a la familia se deba planificar adecuadamente, dado que no es fácil concretar el rol que los adultos van a desempeñar con cada uno de los hijos, muy especialmente el papel educativo que tendrán en la vida de estos».

Hay estudios, asegura Utrera, que indican que los hijos menores de diez años se adaptan más fácilmente a estos cambios, aceptando mejor a la nueva pareja e, incluso, si su influencia es positiva, llegando a asignarles el papel de madre o de padre». Esa «suplantación» resulta «difícil de comprender por el ex cónyuge, pues lo vive como una "usurpación" de su papel de padre/madre, pudiendo incluso generarle celos las relaciones que sus hijos mantengan con esa persona», explica.

¿En qué se traduce esto? «En no aceptar que la nueva pareja intervenga en la educación de los hijos, o poniéndole límites en su intervención; situaciones que a veces aprovechan los menores en su propio interés, manipulando a todos los adultos».

Por todo ello, se debe cuidar este tipo de situaciones desde el primer momento, «empezando por la forma de comunicar a su ex pareja la decisión de formar una nueva unidad familiar, para que no desconfíe, ni lo sienta como una pérdida de rol en la vida de los hijos».

Estos son los consejos que ofrece el juez de Familia José Luis Utrera en su libro «Guía para un buen divorcio» a las personas que han decidido «reconstituir» una familia, ya sea de forma voluntaria o involuntaria:

—La introducción de esa tercera persona (la «madrastra» o el «padrastro» en terminología literaria de nuestra infancia) en la vida de los hijos ha de hacerse con tacto y progresivamente, a ser posible cuando la relación esté suficientemente consolidada. Debe dejarse bien claro al niño que ello no supone renunciar a su padre y/o madre.

—La nueva pareja debe saber que al principio su papel respecto a los hijos ajenos no debe ser el de «educador», sino más bien el de «amigo».

—No se debe caer en contradicción con la imposición a los propios hijos de normas diferentes a las que se ponen a los hijos de la pareja.

—Se aconseja que el conocimiento entre los hijos menores que formarán la nueva familia sea progresivo y previo a la integración, ya que ir generando sentido de pertenencia requiere su tiempo. Se evitan en los menores sentimientos de usurpación de espacio, de tiempo de afectos de sus seres queridos.

—Para alcanzar una buena integración hay que fomentar mucho el diálogo y la comunicación real y efectiva entre todos, informar y ser informado, aumentar la confianza, delimitar, sin dudas e inseguridades, el rol de cada uno en la nueva familia. Igualmente, es importante saber hasta dónde se puede llegar con los hijos de la pareja y los límites a establecer en el papel de los adultos para con los hijos, con el fin de no caer en contradicciones.

—Los adultos deben conseguir que le menor conozca con claridad las normas y sepa quién es el responsable de la disciplina, para que no se disipe la autoridad ni el niño evada las reglas.

—A veces los conflictos surgen cuando el hijo no vive de forma permanente en la nueva unidad familiar donde conviven la nueva pareja y otros menores, sino que se incorpora en vacaciones o en otros momentos (fines de semana), encontrándose con que existen unas normas y hábitos que pueden ser diferentes a las que él conoce. Ante esta situación, hay veces que el adulto puede tener sentimiento de culpa y se vuelve permisivo con su hijo, contradiciéndose con el resto de los menores y generándose algunos conflictos que no existen cuando el menor no está y que pueden terminar por afectar a la relación de pareja.

—Si usted es el progenitor «externo» a la nueva familia, procure facilitar a su hijo el permiso psicológico para relacionarse con la nueva pareja, es decir, que el menor no sienta que traiciona o decepciona a su madre/padre. Se trata de una nueva estructura familiar, donde no se ha sustituido a nadie.

—Recuerde que el menor puede querer a todos y a cada uno de forma diferente. La incorporación del menor a la nueva relación se debe hacer progresivamente, si hay dificultades no se debe imponer, sino trabajarlo para que no existan rivalidad, celos o inseguridad.

—Finalmente, no podemos dejar de hablar de la relación de los menores con m iembros de las familias extensas (primos, tíos, abuelos), ya que es fácil que también se vean afectadas por la nueva situación. A veces, llegando incluso a desaparecer, o a dar lugar a litigios judiciales. Este es uno de los casos donde la intervención de la mediación esté más justificada.

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