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Nancy Reagan y su maravillosa corte de modistos

La ex primera dama, fallecida el fin de semana pasado, simbolizó el estilo clásico norteamericano durante los años 80

Madrid Actualizado: Guardar
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Por mucho que ahora se diga lo contrario, Nancy Reagan nunca fue guapa. Suplía su escaso atractivo con una impecable presencia en cuanto a vestido y peinado, y una escondida obsesión por su peso que describió su hija Patty Davis en su autobiografía. Tampoco se puede afirmar que Nancy fuese un icono del estilo, pero es cierto que cumplía perfectamente el protocolo, con elegancia, prudencia y corrección. No en vano, tenía los mejores consejeros. En un tiempo en el que el modisto ejercía de estilista, ella supo rodearse de los grandes de la moda estadounidense.

Uno de sus favoritos fue el elegante dandy americano Bill Blass, un creador que pronto se erigió en árbitro de la moda en América.

Nancy encontraba especialmente útiles sus trajes sastre para el día y valoraba la capacidad de Blass para unir elegancia y confort. Además, el modisto, que fue un próspero empresario, supo crear sportswear con glamour y su encanto personal le facilitó contar entre sus clientas habituales con Nan Kempner, Nancy Kissinger, Gloria Vanderbilt, Barbara Bush y la periodista Barbara Walters.

Los Reagan fueron a veces tachados de gastosos, sobre todo Nancy, a quien se le criticó que comprase carísimas vajillas y cuberterías en su afán por dotar a la Casa Blanca de un servicio adecuado para las grandes recepciones. Viniendo como venía de Hollywood, daba mucha importancia a su atuendo y no escatimaba en gastos de vestuario. Incluso llegó a ser clienta de dos genios de la costura mundial como Valentino Garavani y el irremplazable Yves Saint Laurent. En ocasiones, también compró en la prestigiosa casa Chanel.

Vestidos prestados

La primera dama tenía su estilo propio e incluso tenía la virtud -o el defecto- de que al final todos los vestidos parecían el mismo. Pero nada más lejos de la realidad: Nancy fue criticada por su afición a «pedir prestados» vestidos a los grandes modistos norteamericanos, como Geoffrey Beene, un creador con clientas tan destacadas como Lady Bird Johnson, Pat Nixon o Faye Dunaway. Beene fue el maestro y mentor de modistos actuales de renombre, como es el caso de Alber Elbaz, que ha salido recientemente de Lanvin.

En reacción a las críticas, la señora Reagan comenzó a donar sus vestidos «prestados» por Bill Blass, David Hayes o Adolfo a museos varios, distribuyéndolos por la escuela de moda Parsons de Nueva York. Adolfo -conocido únicamente por su nombre y llamado en realidad Adolfo Sardiña- era un cubano que comenzó como sombrerero en los años 50 y trabajó para Balenciaga durante un tiempo. Hijo de español e irlandesa, su madre murió al nacer, haciéndose cargo de él su tía, una gran aficionada a la alta costura. Una vez en Nueva York y con la ayuda financiera de Bill Blass, abrió su casa de modas en 1963. Entre su conocida clientela destacaban la duquesa de Windsor, Babe Paley o C. Z. Guest, algunas de las norteamericanas más elegantes de la época. Sus prácticas con Coco Chanel influyeron en su creación de chaquetas y trajes del corte de los de la casa francesa.

Los vestidos que llevan las primeras damas en el baile de inauguración tras la toma de posesión del cargo de sus maridos, siempre inolvidables, se alojan en una sala del Smithsonian de Washington. Nancy Reagan contó con su modisto favorito, James Galanos, para los vestidos de los bailes de las investiduras de 1981 y en 1985. El primer vestido, un elegante modelo crudo de escote asimétrico y un hombro al aire, fue una de las circunstancias excepcionales en las que no eligió el color rojo, llamado «Reagan red».

En la Casa Blanca, los Reagan habían adaptado una habitación junto a la suya como gimnasio, y reformaron el vestidor, añadiendo una pequeña zona de peluquería. A Nancy Reagan le preocupaba impulsar la moda americana. No obstante, una de sus excepciones fue Jean-Louis, de apellido Berthault, nacido en París pero afincado en Los Ángeles, donde trabajaba para los estudios de cine. Vistió a Marilyn, Rita Hayworth, Lana Turner, Joan Crawford y Marlene Dietrich.

«No me gustan volantes ni exageraciones», declaraba la first lady, que adoraba el trabajo de Oscar de la Renta. Carolina Herrera, Mark Zunino y Nolan Miller fueron otros de los afortunados elegidos. La protectora de Ronald Reagan, su más poderosa consejera, vivió también para impulsar el estilo norteamericano.

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