Perder los papeles

Se ponga usted como se ponga, el papel como soporte de comunicación va camino a la marginalidad, incluso probablemente de la muerte. Y si se empeña en llevarme la contraria es posible que esté usted haciendo el papelón de su vida. Y espero que cuando se dé cuenta de que, efectivamente, no tiene razón, no me pierda los papeles.

Hubo un tiempo que el papel de los periódicos se utilizaba incluso para envolver el pescado. Luego se prohibió porque se consideró que era insalubre. Para que luego digan que en este país no hay visionarios.

En fin, que el papel va a pasar a la historia por mucho que algunos ya mayores como yo mismo nos empeñemos en decir con voz muy solemne: Es que no es lo mismo.

Donde esté el olor del papel recién impreso…

Pues, efectivamente, bien, lo que se dice bien, no huele. Y si ahora abundan las tintas ecológicas, no es menos cierto que durante toda la gran mayoría de la vida del papel las tintas han sido tóxicas. Y en ocasiones, lo que se escribía con ellas también.

Supongo que cuando alguien inventó el papiro, los listos del lugar defendieron a golpe de pilum que era mucho mejor seguir esculpiendo sobre la piedra los mensajes. Y cuando llegó el pergamino, alguien dijo: ¿Cómo va a sustituir esa cosa a nuestro amado papiro? Y con el papel, otra vez. Y con la imprenta, de nuevo lo mismo: No hay nada comparable que copiar uno a uno con excelente caligrafía los libros. En fin, que somos resistentes al cambio.

Bueno, resumiendo, que internet llegó hace ya 20 años, los soportes digitales también. Y es muy bueno por dos motivos: la accesibilidad a los contenidos y la posibilidad de salvar el Amazonas. En definitiva, que los papeles ya solo son importantes para los inmigrantes.

Y desde luego, a día de hoy, quien deje fuera a un medio por ser digital es que, efectivamente, está mirando el mundo con la visión del milenio pasado. Y por mucho que diga apreciarlos, no le importa perder los papeles.