Fernando Conde - Al pairo

La palabra y el dogma

«La casualidad -o no- ha querido que en la misma semana hayan pasado a mejor vida dos personajes que lo encarnaron de muy distinta forma»

Fernando Conde
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El comunismo está de luto. La casualidad -o no- ha querido que en la misma semana hayan pasado a mejor vida dos personajes que lo encarnaron de muy distinta forma. La del uno, como opresor de disidentes en una dictadura -se vista como se vista-, que dura más de medio siglo y que es hereditaria tanto como las monarquías que no toleran; la del otro, como oprimido por disidente en otro régimen dictatorial. Fidel Castro, abrazado por esa generosidad maniquea que suele gastar la progresía para con los suyos, recibirá homenajes y parabienes, los mismos que algunos, indignamente, le han negado en España a una demócrata a la que ellos ya habían juzgado sumarísimamente. Marcos Ana -o Fernando Macarro-, el otro, encarna en cambio a quienes, desde una ideología totalitaria como la comunista, supieron ver a tiempo que España no necesitaba sustituir una dictadura por otra, sino apostar por el entendimiento con el rival, cosa que sus nietos políticos parecen no haber comprendido aún.

A Marcos Ana lo conocí hace pocos años, cuando esta Comunidad le otorgó la máxima distinción institucional en forma de Premio Castilla y León de los Valores Humanos, «ex aequo», con Francisco Laína. Un jurado, en el que un servidor actuaba como secretario, quiso agradecer en las figuras del abulense y del salmantino ese ejercicio de comprensión, de entendimiento, de futuro, que después de 1975 protagonizaron las dos Españas. Y todavía recuerdo la conversación íntima y cómplice -también breve, por necesidad- que aquellos dos hombres, maduros, con la reciente historia de su país marcada en el rostro, mantuvieron en un aparte mientras esperábamos el comienzo de la ceremonia. Aquella sí que era una foto para el recuerdo y una instantánea que los jóvenes apóstoles del neocomunismo español deberían llevar en sus camisetas. Mucho mejor que esa otra del Carnicero de la Cabaña, que tanto éxito ha tenido. Porque, sobre el pecho, luce más la palabra que el dogma.

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