Un guardia civil y su hija saliendo del Alcázar de Toledo tras dos mese sitiados en el baluarte
Un guardia civil y su hija saliendo del Alcázar de Toledo tras dos mese sitiados en el baluarte - TOLEDO OLVIDADO
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El Alcázar y su leyenda

El libro «Rehenes del Alcázar» es la crónica estupefacta de unos hechos insólitos...el asedio de tres meses que resultó un desastre

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Se ha reeditado en 2015 un libro que se publicó en 1967 en Ruedo Ibérico. Entonces pasó desapercibido, ahora posiblemente también. Nada más terco que la resistencia a la verdad o la obcecación ante la realidad. El titulo: «Rehenes del Alcázar». El autor: un protagonista de aquellos días de irrealidades y fantasmagorías. El fenómeno en su globalidad (la guerra civil) fue una manifestación del más atávico surrealismo hispano. Su nombre: Luis Quintanilla, amigo de Largo Caballero, Araquistaín, Zugazagoitia. Como otros muchos españoles quiso ser pintor. Y como otros muchos españoles creyó que en París encontraría la fama y la inspiración. Para una comprensión divertida de la época, vean la película de Woody Allen «Midnight in Paris». Quién aspiraba a ser alguien en el mundo de la pintura, de la literatura, de la música, de la escultura, de la danza si no había pasado por París nunca llegaría a nada.

Que se lo pregunten a Hemingway y la Generación Perdida.

Luis Quintanilla llegó a ser pintor, aún dando muchos tumbos. Aunque, para lo que interesa aquí, también escribió. Es el libro que se reseña. Cuenta, desde su visión de testigo directo, los acontecimientos de aquellos meses en los que el Alcázar de Toledo se convirtió para unos en anuncio del fracaso y para otros en símbolo del triunfo, ingredientes necesarios con los que formar una leyenda. La leyenda del Alcázar, como toda leyenda contiene reflejos de realidad, pero escasa relación con la verdad y el rigor histórico. La leyenda se construyó para que los vencedores la usaran como instrumento de propaganda ante las potencias internacionales. La casualidad quiso que la esposa del general Moscardó se llamara María de Guzmán. Con lo que la copia de la otra leyenda medieval, la de Guzmán, el bueno, estaba apuntada. Himmler, en su visita a un Alcázar destruido, puso el broche final. El libro de Quintanilla, desde la honestidad de alguien que no se considera historiador, pretende desmontar la leyenda. Y lo hace sobre estos tres ejes: una parte de los allí encerrados fueron rehenes, es decir, contra su voluntad; ninguna gestión del Gobierno de la República hizo posible que esos rehenes, niños y mujeres, fueran liberados; nadie amenazó a Moscardó con la muerte de su hijo, si no rendía el Alcázar.

Se intentaron, por parte del Gobierno del Frente Popular, varias estrategias para evitar lo que creían terminaría en masacre. El objetivo humanitario consistía en liberar a quienes estaban dentro del Alcázar contra su voluntad. Se calcula en unos 500. Desde la intervención de un general, pasando por la del embajador de Chile, hasta la entrada del canónigo de Madrid, padre Camarasa. Los hechos protagonizados por este último son especialmente dramáticos. El padre Camarasa entró en pleno cerco -suspendido por varias horas- en el edificio casi derruido para confesar a los encerrados, celebrar misa e insistir en la salida de las mujeres y los niños. Su esfuerzo también resultó estéril. Al salir del Alcázar, según cuenta Luis Quintanilla, lo hizo en estado catatónico. Abstraído, desencajado, como si hubiera vivido los terrores de una narración de Lovecraft. Solo acertó a repetir, tras repetida insistencia: «dantesco…dantesco». A los pocos días el padre Camarasa, a petición propia, obtuvo un salvoconducto del Frente Popular para marchar a Bélgica.

El episodio de la muerte del hijo del general Moscardó gira en torno a la inexistente conversación telefónica en la que se dice que se le hizo chantaje con el fusilamiento si no se entregaba el Alcázar. El teléfono y la luz estaban cortados desde la fecha anterior -se han barajado distintas fechas- en la que se sitúa la conversación. Posiblemente Moscardó, hijo, murió en algunos de los enfrentamientos de la larga guerra u, otra hipótesis, en el Cuartel de la Montaña. En una guerra en la que «solo las estrellas eran neutrales» lo normal es que se emplearan toda clase de trucos, incluido el falseamiento de la realidad, para conseguir el apoyo de Italia y Alemania y favorecer los movimientos de deserción del bando adversario.

El narrador de aquellos días fue uno más de los exiliados que se ilusionaron con la idea de que las democracias occidentales, tras la Guerra Europea, no tolerarían la existencia de una dictadura. Según trascurrían los años sufrieron los efectos demoledores del derrumbamiento de su ilusión. La nostalgia se apoderó de ellos y se fue imponiendo la idea de volver a España. La decepción sería total. Una más. Los que volvieron comprobaron que habían llegado a un país extraño, a un país que les ignoraba, como ha contado Max Aub. Eran extranjeros de su antigua patria. Nadie les reconocía, nadie sabía sus años de sufrimientos, las penalidades de la guerra, las miserias del exilio, los muertos, los sueños frustrados, sus nostalgias trasterradas, sus ideales apasionados. La España que descubrían andaba inmersa en otros proyectos. Para sobrellevar esa situación, Luis Quintanilla escribe un libro de memorias. Los libros de memorias suelen parecer dudosos. Cuentan lo que el autor vivió, tras la criba discriminatoria de una memoria subjetiva. Aún así lo que relata resulta incuestionable. Todo, en aquellos tiempos bélicos, ocurría como por una voluntad autónoma, independiente de los protagonistas, simples marionetas. El libro es la crónica estupefacta de unos hechos insólitos: el encierro de unas gentes en el Alcázar y el asedio de tres meses que resultó un desastre.

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