Jesús Fuentes Lázaro - ARTES&LETRAS CASTILLA-LA MANCHA

Extraños entre nosotros

«Llegaron a Toledo como si un mecanismo voluntarioso les empujara hacia una ciudad legendaria»

Jesús Fuentes Lázaro
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Llegaron a Toledo como en un acto automático. Como si un mecanismo voluntarioso les empujara hacia una ciudad legendaria. Tal vez se debiera a la inspiración de un genio cibernético o a un espíritu de inteligencia artificial compleja. También pudo ser el sustrato activo de los tiempos antiguos, aquellos en los que se escribió la Materia de Bretaña. O fue la lectura de Tolkien, cuando por aquí nadie sabía nada del «Señor de los Anillos». Peter Jackson aún no había filmado su popular trilogía. Aunque bien pudieron ser las añoranzas distópicas que impulsan a los humanos a encontrar en el pasado las verdades y los secretos de la sabiduría y la felicidad. Ignoramos qué buscaban. Ni siquiera si lo que buscaban, lo encontraron.

¿Iban detrás de las fórmulas antiquísimas de los antiguos magos que en antiguos tiempos habitaron en Toledo?

Responder estos interrogantes será tarea del futuro. A nosotros y a otros les corresponderá teorizar sobre los motivos de su presencia en la ciudad a través de sus obras. Habrá que desentrañar el texto titulado Ravahil, editado por Siruela. Analizar la obra plástica que permanece en Toledo. Y a pesar de los esfuerzos es probable que nunca podamos comprender la simbología que aquí construyeron. Una obra insólita, desbordante, de una fuerza espectacular, con un colorido rabioso y unos personajes tan polimorfos que podrían sospecharse seres de alguna entidad cósmica del universo en expansión.

Conjunto
Conjunto

Como vinieron, se marcharon. En silencio. Ocurrió allá en el lejano año de 1985. Regresaron a su país, Francia. Tal vez porque siempre se vuelve a las primeras luces que se ven al nacer, a los sonidos que suenan cuando aún no se comprenden, a los paisajes particulares, a las palabras que se aprenden en la única infancia. O por otras razones, pero qué más da. De ellos nos queda su misterio no desvelado. De ellos nos queda la obligación de descifrar en lo posible las claves de su obra.

Suzanne Grange y Raymond de Nêve llegaron a España en 1962. Buscaban un lugar en el que instalarse. Descubrieron Toledo. Toledo en los años sesenta y setenta se parecía con mucho a la ciudad que admiraron los románticos, los impresionistas o los marchantes de arte del siglo XIX y comienzos del XX. Aún flotaba abundante patrimonio mobiliario con el que mercadear e ingente patrimonio inmobiliario que podía contemplarse en sus deshilachadas ruinas.

En Toledo conocieron a Pablo Sanguino. ¿Quién de la ciudad podía ser más cercano a ellos? Queda pendiente, también para el futuro, averiguar si Sanguino es un individuo sideral que vive de prestado en este planeta. A través de él llegaron en busca de trabajo a la conocida como Universidad Laboral. Una exageración lo del nombre, desde luego, aunque también una concepción moderna, al menos en la arquitectura, de la educación. Orgánica en la organización de los espacios, en las avenidas amplias, en los módulos diseminados entre un jardín que funcionaba a la manera de oasis. Constituía un micromundo heteróclito.

Según ha escrito el propio director de entonces, querían dotar de contenido estético aquella construcción excepcional. Y tuvieron la osadía de pensar en propuestas para decorar un salón destinado a bar de alumnos. ¡Qué tiempos! ¿Se imaginan algo así en los colegios o universidades actuales? Suzanne y Raymond presentaron un proyecto en cerámica que se convertiría en mural. Se narraba el comienzo de una historia que debería ser completada en otros lugares. Una fiesta galante en un escenario saturado de vegetación y seres aéreos. Y de fondo un original skyline de la ciudad. Les adjudicaron el contrato. No había competencia, eran únicos.

Tatiana
Tatiana

Como los antiguos maestros de las catedrales góticas o del Renacimiento, establecieron el taller en la misma Universidad y se pusieron a trabajar. En la actualidad el centro dispone de un mural de 130 metros de cerámica, que se asemeja a un gran tapiz. Se contiene un universo de seres divididos; de caballeros fantásticos, tan apuestos como modelos de pasarela; de damas de ensueño, con ojos rasgados, caras ovaladas, de una sensualidad contenida y esquemática, como si fueran personajes de Joan Perucho; de espíritus que revolotean entre una jungla vegetal y animal con la liviandad de seres imaginarios de Borges o de Ítalo Calvino.

Y como si contempláramos a través de un mirador, la ciudad que evoca a las ciudades de la mítica Persia. En la composición se materializan el azul de Nínive, el amarillo de Babilonia, el ocre de Turfan, este en la Ruta de la Seda. Es una ciudad de «Las Mil y una Noches», o Camelot (la corte mitificada del Rey Arturo), cosmopolita, abigarrada, imponente en sus construcciones a las que el color y los personajes, que sobrevuelan la escena, confieren un toque de irrealidad que convierte el conjunto en un espacio ideal de este o cualquier otro planeta.

Solo cuando pasen años, los futuros habitantes de Toledo, sean humanos o androides, completarán en su multiplicidad el legado de aquellos espíritus que, un día, se afincaron en Toledo por un tiempo impreciso. Ella se llamaba en el siglo Suzanne Grange, él, Raymond de Nêve.

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