ARTES&LETRAS CASTILLA-LA MANCHA

Diario de un jubilado en Nueva York (38): Santo Tomé, un barrio sin fronteras (y II)

«Aún nos queda, a los viejos del lugar, la farmacia, la iglesia, la sombra de la torre, el olor a aceite hirviendo de la churrería..»

Calle de Santo Tomé. Toledo. Años 60

POR HILARIO BARRERO

En junio volvían las golondrinas , los vencejos y las ruidosas tormentas de verano y aparecían en la calle los puestos de sandías y melones. A veces venían titiriteros con una mona y un tambor , o charlatanes vendiendo ungüentos milagrosos, y de vez en cuando aparecía, como una tormenta, una mística, que al niño le llenaba de terror, una mujer que se había hecho monja y creado su propia orden, que se arrodillaba, pidiendo perdón por los pecadores delante del Cristo que preside el barrio desde los muros de la iglesia. El viento movía la melena del Cristo , regalo de una vecina devota que prometió cortarse la cabellera si su marido volvía vivo de la guerra, y el niño se imaginaba un milagro.

Pero vinieron los primeros turistas y en la fachada de una casa que había enfrente de la Iglesia, donde vivía una familia numerosa, pusieron un indicador en cuatro idiomas con una flecha en rojo, que orientaba por donde se iba a la Casa y Museo del Greco y que uno de los niños de la casa se aprendió de memoria, sin saber cómo se pronunciarían, ignorante de que más tarde echaría de menos la «house» y el «museum».

La calle se llenó de Seiscientos y la alpargatera y la estanquera y la del puesto de pipas y la de la tienda de hilos se murieron. Pusieron un nuevo alumbrado y asfaltaron la calle. El librero y el pescadero y la taberna de los boquerones famosos y la churrería cambiaron de negocio y aparecieron espadas, ceniceros con la estrella de David, pulseras y falsos guerreros , cerámicas hechas en serie y hasta las monjitas de San Antonio, en otro tiempo de clausura y misteriosas, abrieron sus puertas e inventaron unas galletas franciscanas. Entonces el barrio dejó de ser un lugar seguro, un paraíso, para ser un garaje , un continuo pase de modelos de turistas con minifaldas y sin sostén y es que el futuro estaba llegando.

Aún nos queda , a los viejos del lugar, la farmacia, la iglesia, la sombra de la torre, el olor a aceite hirviendo de la churrería, el chillido de los vencejos acordonando al verano , el olor a incienso y el olor a almendra dulce, azúcar santa, harina artesanal de la confitería, un recinto que permanece en el recuerdo de un niño que iba los domingos a comprar una docena de pasteles «con dos cafeteros» para su madre.

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