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Enrique Martín: «Mi ilusión es liarla, pero iremos como la canción:‘Despacito, suave, suavecito’»
En una entrevista con ABC, el nuevo entrenador del Albacete Balompié asegura que la clave en Segunda División es la intensidad: «Con ella puedes ganar en cualquier campo»
En el cuento futbolero más famoso de Roberto Fontanarrosa, «19 de diciembre de 1971» , el viejo Casale es secuestrado y llevado al estadio por unos hinchas de Rosario Central. Que el viejo esté jodido del corazón y el médico le haya prohibido ver fútbol a los hinchas les da igual, porque Casale es un talismán y, con él en la grada, su equipo nunca ha perdido un derbi ante Newell’s Old Boys.
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A Enrique Martín Monreal (Campanas, Navarra, 1956) le dio una angina de pecho mientras era el entrenador de Osasuna y el equipo luchaba por no bajar a Segunda B. Ya en Primera, en otro partido se tuvo que retirar al vestuario al notar dolor en el pecho . Desde hace 15 días, es el entrenador del Albacete, al que, de momento, ha sacado de los puestos de descenso, y por eso la primera pregunta es obligada.
—¿Como está de salud? ¿Sigue sufriendo tanto en los partidos?
—De salud, ideal. Tengo el control emocional y cada vez regulo mejor las situaciones. Estoy bien, sí.
—Desde que ha llegado, de tres partidos dos de ellos han sido victorias. ¿Qué ha aportado al equipo? Creo que hasta ha cambiado la ubicación del banquillo...
—Al final, es un poco sacar a la gente de la rutina. Es una forma de despertar la mente con pequeñas cosas. Deportivamente, dentro de la experiencia que uno tiene, se trata de facilitar el camino adecuado para seguir progresando y conseguir los objetivos.
—¿Por qué prefiere jugar con cinco defensas?
—Es un esquema igual de interesante que otro y me parece que en la plantilla hay mimbres para ello. Por eso lo hago, pero tampoco me cierro a otras opciones. No soy un obsesivo de los sistemas. Para mí es más importante la disposición y la gestión del grupo.
—¿Le molesta que alguien le diga que es un entrenador defensivo?
—Pero, ¿quién dice que jugamos con cinco atrás? ¿Y si le digo que jugamos con tres? Todo depende del espectador, de cómo lo quiera enfocar. Yo respeto todas las opiniones.
—Ha dicho que es «uno de los últimos románticos de la cantera». ¿Cómo está la del Albacete?
—Llevo tres partidos en diez días y primero tengo que conocer a mi plantilla, que no he tenido ni tiempo. He visto un partido del filial y otro del juvenil. He visto a dos o tres chicos que ya venían entrenando con la primera plantilla y, evidentemente, sí que los voy a seguir. Hay otro chico (Álvaro García) que está en la selección española sub-17 y que, cuando regrese (ahora está jugando el Mundial, en La India), va a entrenar con nosotros todos los días. En este aspecto no me voy a cortar: tengo ilusión por ir facilitando la subida de canteranos al primer equipo. Va innato en mí y es una de las cosas por las que vine a Albacete, porque siempre su cantera ha tenido su caché.
—El Albacete es su séptimo equipo en Segunda División (antes entrenó a Osasuna, Leganés, Burgos, Terrasa, Xerez y Numancia), donde acumula una experiencia de más de 360 partidos. ¿Cómo se sobrevive en esta categoría, que parece la ley de la selva?
—La clave es la intensidad. Con ella puedes ganar a cualquier equipo en cualquier campo. Hoy en día, si no tienes intensidad, no ganas ni a un juvenil. La igualdad en la categoría es impresionante. No puedes echar cuentas. La Segunda es muy larga, se hace muy pesada y al final el equipo con más consistencia mental tendrá mucho recorrido.
—¿Por qué le quieren tanto en Pamplona?
—No lo sé. Salvo ocho años que estuve entrenando a otros equipos de Segunda, desde que tenía 17 años estuve en Osasuna de diferentes maneras. Diez años como futbolista en Primera, donde fui internacional con la selección española y el club jugó la Copa de la UEFA por primera vez; y luego como entrenador estuve en tres etapas determinantes en las que se salvó la vida del club: en 1997, hace dos años en Sabadell (en ambas evitó el descenso a Segunda B in extremis) y luego con el ascenso a Primera. La gente valora lo que uno ha hecho. Cuando la semana pasada visité el estadio, tuve un reconocimiento brutal, con el que me quedé anonadado.
—En 1982, siendo futbolista, estuvo a punto de fichar por el Real Madrid. ¿Se imagina cómo habría sido su vida de haberse materializado?
—No tengo ni idea. El hecho de jugar en el Real Madrid no me hubiera garantizado una vida bonita y agradable. Nunca se sabrá que habría pasado: pues igual hubiese sido maravilloso, o me hubiese muerto. De lo que estoy convencido es de que habría triunfado. Entonces para mí fue una putada, claramente, pero en aquel momento los clubes tenían el derecho de retención y no me dejaron salir.
—¿Qué echa de menos del fútbol de los años 80?
—Nada, nunca me paro en el tiempo. Como futbolista y entrenador he tenido logros bonitos, los disfruté y ya está, no miro para atrás. Ni tampoco para adelante, solo vivo el presente. Respecto al juego en sí, hay una cosa que ha desaparecido y que no veo con asiduidad: se ha ido perdiendo el uno contra uno. En aquellos años había individualidades muy chulas y diría que se ha perdido el fútbol de patio. Luego ha evolucionado mucho la velocidad en el juego. El otro día vi una final de Copa del Rey de aquellos años entre el Madrid y el Barça, y pienso que jugábamos andando comparado con el fútbol de ahora. Hoy los defensas son tan rápidos y tienen tanta calidad como los centrocampistas y los delanteros. Por otro lado, antes entre el entrenador, el segundo y el preparador físico se encargaban de todo, y ahora hay un montón de especialistas.
—Le llaman cariñosamente «La Bruja de Campanas». Jugando a predecir el futuro, ¿dónde ve al Albacete en junio?
—Mi optimismo me dice que podemos hacer algo importante. Mi ilusión es liarla, pero vamos a ir como dice la canción: «Despacito, suave, suavecito».
