Albacete se rinde al TBO

El Museo del Niño ha querido homenajear a la revista cuando se cumplen 100 años del primer ejemplar

IVÁN DUEÑAS

El tebeo, tal y como lo conocieron nuestros abuelos, ha pasado a ser pieza de coleccionista. El Museo Pedagógico y del Niño de Castilla – La Mancha (Albacete) hace un repaso por la historia de este pasatiempo, que a lo largo del siglo pasado entretuvo a niños de todas las edades. Se cumplen 100 años del primer número del TBO, una efeméride que la propia revista no ha podido contar, ya que dejó de existir en los años 90. La exposición luce hasta 100 ejemplares, que podrán verse todos los días por la mañana de 9.00 a 14.00 y en horario de tarde, los lunes y los miércoles, de 16.30 a 18.30, hasta últimos de diciembre.

Una sala destinada a enseñar el mundo del cómic aloja la muestra. Las vitrinas de la serie TBO coexisten con otros personajes clásicos del imaginario popular infantil, como el Guerrero del Antifaz, el Capitán Trueno, Roberto Alcázar y Pedrín , el Jabato , Jaimito o el gato Pumby . Todas las colecciones forman un fondo de 1.500 unidades.

Como la sala del cómic, hay otras 10 que informan sobre otras facetas del periodo de la niñez: la familia, la educación, las instituciones de protección social, juguetes y ajuar infantil, la marginación de los niños pobres, historias de infancia robada… El Museo del Niño de Albacete es el único de España que aborda todos los temas vinculados al periodo controvertido de la infancia, el más heterogéneo, según indica Juan Peralta , maestro, comisario de la exposición y gran aficionado a la historia de la educación.

La exposición arranca con una breve explicación de los orígenes del TBO. El número inicial, del que por entonces era el «Semanario festivo infantil», de 1917, inspirado en las tiras cómicas de los diarios neoyorquinos, ilustra una viñeta en su portada en la que una señora le comenta en el cine a un niño: «Mira, Pepín, una calle de Nueva York; donde están las casas más altas del mundo», señalando los rascacielos que aparecen en pantalla, a lo que el ocurrente espectador contesta: «No, señora; las casas más altas están aquí. Papá dice que le han subido el entresuelo tres veces… ¡Calcule usted donde estarán ya los quintos pisos!». Esta primera historieta costó 5 céntimos y, en los años 30, ascendió a 10 – una perra gorda -. Paralelamente, ABC sacó el suplemento «Gente Menuda» y en Cataluña ya era un éxito la serie «En Patufet».

Tras la interrupción de la Guerra Civil, en los años 40 el TBO cobró popularidad con la tira cómica de los inventos del profesor Franz de Copenhagu e, de la mano del dibujante Nit , inspirado en la serie estadounidense El Profesor Lucifer Gorgonzola .

Una curiosidad acerca de uno de los dibujantes que continuó en los años 60 con la ilustración de estas historietas, el perito industrial Ramón Sabates , fue que él mismo experimentó realmente con estos chocantes e innovadores inventos. Y cuando murió, en 2003, donó la colección de todos ellos al Colegio de Ingenieros de Barcelona.

En los años 50, la revista comenzó a despojarse del «humor blanco» infantil e incorporó en sus páginas historietas de corte más satírico con las aventuras de la Familia Ulises, de Benejam . Eran los años de la posguerra, cuando al TBO se le conocía como el «cine de los pobres». Este periodo fue esplendoroso para la revista, hasta 1972. Se llegaron a publicar 792 números del que fuera por entonces el «TBO 2000» y sus editores crearon otros afamados personajes, como Melitón Pérez, Morcillón y Babalí, Maribel es Así o Joaquinito y su Chupete . Tal fue la difusión que en 1968 la Academia de la Lengua concedió el nombre de «tebeo» a toda publicación infantil, y se coló en el refranero popular el dicho «¡estás más visto que el tebeo!», ya que consiguió llegar a todos los rincones de España.

En los años 80 el TBO se despide del público infantil y pasa a ser un medio de referencia para adultos, que cambia su cabecera a «Semanario de Diversión y Reflexión», codeándose con las publicaciones de sátira política y social. Llega a costar 100 pesetas y en 1998 se extingue.

Lo que leían los abuelos

El tebeo fue para muchos niños una manera de ponerse en la piel de justicieros, personajes heroicos y también humorísticos. La época en que Juan Peralta disfrutó los tebeos, la posguerra, fue difícil, de pobreza y carestía. Según cuenta, estas publicaciones sirvieron para que los niños de su edad «soñaran con mundos mejores» y ofrecieran a la imaginación «lo que la triste realidad de aquellos años no les permitía tener».

Él fue un gran lector de tebeos, tanto que junto con un amigo intentó montar un pequeño negocio, colgando de unas cuerdas tensadas entre un árbol y un poste de telégrafos sendos ejemplares que luego cambiaban o vendían a 10 céntimos la unidad.

La exposición pretende que grupos de escolares conozcan «lo que leían sus abuelos», afirma Peralte, y se sientan animados a leer un cómic, porque «viéndolos ahora, parece que son de la prehistoria, pero al leerlos te sigues imaginando otros mundos de ensueño». El niño cuando lee un tebeo «desarrolla la creatividad e imaginación», indica el maestro, pero volver al pasado es difícil, porque sabe que en la era digital de hoy en día «la afición ha desaparecido».

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