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Esto escribió Alberto Rodríguez en su Facebook tras la jornada inaugural - ABC

Alberto Rodríguez, con la lucha de clases en el pelo

El diputado de Podemos por Tenerife es uno de los nuevos protagonistas del Congreso de los Diputados

Las Palmas de Gran Canaria Actualizado: Guardar
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«Los señores y señoras de traje, corbata y bonitos peinados roban mucho, pero respetan poco», fue la conclusión, tras la primera jornada parlamentaria de su vida, de Alberto Rodríguez, diputado tinerfeño por Podemos que llamó la atención en el hemiciclo por su aspecto y por haber sido retratado en una fotografía justo cuando Mariano Rajoy lo miraba desde su escaño con indisimulable sorpresa.

Tiene 33 años y el pelo tan largo como Cristo, aunque en su caso lo lleva en forma de «dreadlocks», esa especie de sogas gruesas propias del tocado rastafari que han popularizado los músicos de reggae. «No les molestan nuestras pintas o nuestros orígenes (que también), les molesta que hayamos registrado ya el proyecto de Ley 25, para que nadie en este país se quede sin luz, sin vivienda o sin medicinas por no poder pagarlas», expresaba a cuenta del revuelo que ha causado la irrupción de un «look» como el suyo en el otrora almidonado Congreso de los Diputados.

Hoy una recomendación como la de José Bono en julio de 2011 instando a que se cuidase el aspecto y se acudiera con corbata solo provocaría risas.

Pulcro y elegante es sin duda el Real Casino de Tenerife, que el pasado diciembre abrió sus puertas al entonces candidato, en un debate público donde los asociados pudieron ver cara a cara a uno de los futuros diputados isleños. Una vez comprobado que no mordía, sino que incluso se expresaba mejor que alguno de sus adversarios, llegó el momento del rumor: ese tipo de «rastas» concitaba las simpatías de no pocos de los empleados del Casino, que incluso pensaban votarlo para que llegue a la Carrera de San Jerónimo.

La idea marxista de la lucha de clases está presente en casi cada una de sus intervenciones. Él mismo relató en un mitin que su abuela Concha cosía para las familias pudientes de la isla, entre ellas los Oramas de los que proviene Ana, a la que el destino ha colocado hoy compañera de hemiciclo por CC. «Cuando pasaba a cobrar, le tiraban el dinero al suelo», dijo para fundamentar su orgulloso resentimiento social hacia todo lo que huela a Coalición Canaria, partido que en Tenerife es sinónimo de statu quo.

Si no fuera porque le ha tocado otra época, le habría gustado tener problemas con «los grises», aunque de algún modo los tuvo, ya que uno de los méritos que exhibió en campaña fue el de haber sido detenido por «haber defendido los derechos de todos y todas». Un calabozo al que llegó como «fruto de las políticas de reprimir la disidencia» que señalan él y sus correligionarios podemitas.

Este chicharrero más alto que Íñigo Errejón y nacido en el popular barrio de Ofra es técnico superior en Química Ambiental y trabajador de la refinería «Tenerife», de Cepsa. Es decir, para una de esas multinacionales petroleras que con frecuencia son objeto de ataques por sus compañeros de partido. Él, con orígenes sindicalistas al fin, sin embargo, defiende la permanencia de la refinería, en pleno Santa Cruz, ya que da mucho «trabajo de calidad» a familias isleñas.

Fue esa faceta sindicalista la que le jugó una mala pasada en plena campaña, cuando escribió un artículo de opinión en el que afirmaba que mientras en Canarias se bate récord tras récord de llegadas de turistas, «una camarera de piso cualquiera, se parte el lomo en un hotel cualquiera, durante 10 horas al día por 700 euros; si tiene suerte, el contrato le durará tres o cuatro meses». Sus palabras recibieron la inmediata desmentida de la patronal hotelera tinerfeña, cuyo presidente le explicó que eso es sencillamente imposible por el convenio vigente, que obliga a trabajar menos horas y pagar más sueldo que los que el entonces candidato afirmaba.

En las redes sociales cuenta con auténticos fans, que lo definen como «el primer diputado verdaderamente de izquierdas que tiene la provincia de Santa Cruz de Tenerife desde la Segunda República», que piden que a la gente se la mire «por su talento y corazón, no por sus cabellos o vestiduras». Para ellos, Alberto Rodríguez es solo «dos metros de buena gente y lucha social con raíces de barrio».

Y ha llegado al Congreso. El día en que recogió su credencial aseguró que los funcionarios les decían «menos mal que ustedes han venido» y que los taxistas le relataron «que estaban hartos de ver cómo los hijos de los diputados salían de marcha, de fiesta por la noche y pagaban con la tarjeta del Congreso sus salidas nocturnas». Pelos aparte, él cree que eso es lo que ha venido ocurriendo hasta ahora. «Y con eso queremos acabar», promete.

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