Mas y Urkullu, en Ajuria Enea, antes de reunirse el pasado mes de diciembre
Mas y Urkullu, en Ajuria Enea, antes de reunirse el pasado mes de diciembre - BLANCA CASTILLO

Urkullu deja en evidencia la sinrazón de Mas

El lendakari se desmarca sistemáticamente del rupturismo unilateral de su homólogo catalán

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«No se crea un Estado independiente en la Unión Europea de la noche a la mañana. En un mes es imposible. Hay que decir las cosas con claridad. Cualquier declaración pasa por un proceso de conversaciones, de diálogo y negociación con el Gobierno del Estado. Yo no creo en la unilateralidad, y vengo defendiendo en relación a España y el Estado español la bilateralidad, en la que se basa el sentido de pacto». Es fácil suponer que estas palabras pronunciadas ayer por Iñigo Urkullu no sentaron precisamente bien a Artur Mas y sus socios secesionistas, embarcados en su huida hacia delante con la ruptura con España como única meta.

A la esperada firmeza de PP, PSOE y Ciudadanos en el rechazo al desafío del secesionismo

catalán se suma la cordura pragmática de quien lidera un ejecutivo, el vasco, desde un partido nacionalista. Entrevistado en la Ser, Urkullu no solo perseveró en su estrategia de marcar distancias con Cataluña, sino que dejó varios mensajes de calado: «Hay una vida cotidiana que es la que refleja todas las realidades institucionales, no solamente políticas, sociales, económicas, que nos vinculan también al ejercicio diario. No se rompe de la noche a la mañana con el ejercicio diario. Es un proceso largo, en todo caso. El de, en el supuesto de una independencia, que también hay que mirar el contexto en que vivimos. No solo es el Estado español, también es la Unión Europea».

«Va en la línea de Urkullu: más realista, más pragmática e intentando evitar meterse en un callejón sin salida como el caso catalán», analiza Santiago de Pablo, catedrático de Histórica Contemporánea en la Universidad del País Vasco y autor del libro «La patria soñada», sobre la historia del nacionalismo vasco. «Una línea de procurar no irse hacia un extremo y romper, sino de integrar un poco más a la sociedad vasca. Hay una estrategia clara de no dejarse, entre comillas, arrastrar por la situación catalana y de marcar distancias. En política las cosas no son casuales», recuerda de Pablo.

En efecto, Urkullu viene marcando sistemáticamente esas distancias en las últimas semanas, meses incluso, mucho antes de las elecciones del 27-S. Que Cataluña y País Vasco siguen «caminos diferentes» se ha convertido casi en un mantra para el lendakari. «Los catalanes apostaron por un modelo de autogobierno y Euskadi por otro, basado en los derechos de los territorios forales. Los dos hemos sufrido la recentralización, pero las situaciones de partida hoy son diferentes, en parte por las decisiones que se tomaron en 1978 y 1979», recordaba durante el debate de política general celebrado a finales de septiembre en la Cámara de Vitoria.

Cada vez que Bildu le pide en el Parlamento vasco que «pise el acelerador» y siga los pasos de Mas, Urkullu responde que los tiempos de unos y otros son diferentes. Urkullu es, ante todo, pragmatismo. «Hay una necesidad de conformar un Gobierno en Cataluña, ese proceso está en el aire. [Los catalanes] necesitan que se gestionen las cuestiones del día a día», razonaba ayer, en clara contraposición con esa venda que se ha puesto el secesionismo catalán y que les lleva, como apuntaba el ministro de Sanidad, Alfonso Alonso, a estar «financiando la ruptura con España» cuando «no son capaces de pagar a sus farmacias».

«No podemos engañar a la gente»

Urkullu se ha caracterizado desde que asumió el cargo de lendakari por asumir el rol más sensato e institucional del PNV, pero incluso otros dirigentes del partido, como el presidente Andoni Ortuzar, que se prodiga en declaraciones extemporáneas, admitía el pasado mes de septiembre lo descabellado de los planes de Mas y sus socios: «[Que Cataluña tenga un Estado propio] es difícil. Tampoco podemos engañar a la gente. Hoy en día uno no se declara independiente, lo declaran independiente otros países cuando lo reconocen. Si la canciller Merkel reconoce a Cataluña, ya puede decir Rajoy lo que quiera, pero si no la reconoce, habría una dificultad tremenda para que consiga esa estatalidad, ese entrar en el club».

Durante aquella entrevista en Radio Euskadi, Ortuzar establecía igualmente distancias: «Nuestros caminos son diferentes. La perspectiva del tiempo nos ha situado a cada uno en un sitio». «Indudablemente no es ése nuestro camino», opinaba en el mismo medio, preguntado por la estrategia de Mas, el senador Iñaki Anasagasti.

Un detalle que no deja de ser curioso es que, desde el pasado 27 de septiembre, Urkullu y Mas no hayan hablado. «Me mensajeé con él después de la noche electoral de las elecciones catalanas. Y no tengo problema porque tengo una relación fluida con el president Mas», se excusaba ayer Urkullu. Cuando se le preguntó por la supuesta trama de corrupción que salpica a Convergencia, tampoco hizo una defensa cerrada de su homólogo. Al contrario: «Yo no puedo poner la mano en el fuego por nadie, desconociendo todo lo que son las realidades que se den en otros ámbitos», fueron sus palabras.

Respeto institucional

A Urkullu y Mas no solo les alejan las muy diferentes estrategias con las que canalizan los afanes soberanistas de los partidos a los que representan. También su postura institucional. Frente a la ruptura total de amarras de Mas, el lendakari nunca ha perdido el tono que implica el cargo que ocupa. Sin ir más lejos, con su disposición cordial en las tres ocasiones en las que Don Felipe ha acudido al País Vasco en lo que llevamos de año, en actos donde el primero ejerció de atento anfitrión, por más que en sus discursos nunca faltaran alusiones a reivindicaciones como la «bilateralidad» o el «pacto entre iguales».

Urkullu, junto a Don Felipe, la semana pasada en Bilbao
Urkullu, junto a Don Felipe, la semana pasada en Bilbao - EFE

De Rajoy ha llegado a decir Urkullu que le gustaría que no repitiera como presidente del Gobierno, y han sido múltiples las ocasiones en las que se ha quejado de que, tras su última reunión, en septiembre del año pasado, el presidente del Gobierno no ha atendido sus peticiones en materia como autogobierno, paz y convivencia o política penitenciaria. Pero esta distancia, y el confeso anhelo de que el 20-D se produzca un relevo en La Moncloa que abra la puerta a que se dé mayor recorrido a sus reclamaciones, no es óbice para que el lendakari olvide las responsabilidades inherentes a su puesto.

Ayer lo ratificaba al ser preguntado por una hipotética reunión con Rajoy dentro de la ronda de contactos para hacer frente al desafío secesionista catalán: «Siempre he abogado por el diálogo. No significa necesariamente que haya que acordar todo lo que a uno se le plantea, hay que debatir y defender las posiciones de cada uno. Yo soy representante institucional y si me llamara acudiría, sí».

Cambio de tornas

Diferentes posturas que van de la mano de un cambio de «tendencia». Hoy es el nacionalismo catalán el que plantea un desafío mientras el vasco permanece a la expectativa. «Al principio el nacionalismo catalán era el más fuerte, si pensamos por ejemplo en 1917 o sobre todo en 1931, en el momento de la proclamación de la República», evoca de Pablo. «Sin embargo, sobre todo en la Transición, la cuestión vasca va por delante de preocupaciones a nivel de toda España y Cataluña es el que va mirando lo que hace el País Vasco».

El catedrático subraya que la relación entre ambos nacionalismos «nunca ha sido una relación unívoca. A veces se han mirado para imitarse y otras se han dado cuenta de que eran movimientos distintos. Es verdad que ha habido esa mutua relación, pero no unívoca». En el caso del País Vasco, el fallido Plan Ibarretxe pudo actuar como punto de inflexión: «Fue el momento en que ha habido una apuesta más clara por avanzar no en la independencia, porque esa era una diferencia con el paso catalán actual; ni siquiera entonces Ibarretxe planteaba una independencia directa, sino un autogobierno más fuerte con esa idea de libre asociación».

Una aventura frenada en el Congreso de los Diputados. Una jugada que le salió mal a su impulsor y, por extensión, al PNV: «Provocó una tensión tan potente que a partir de ese momento se ha tendido a ir por otras vías, más de negociación, de ir poco a poco y no plantear ese órdago», plantea de Pablo. «Luego está el tema de ETA, que obviamente los últimos 40 años ha diferenciado a Cataluña del País Vasco, y quizás también en el momento del Plan Ibarretxe la cuestión de ETA, se quisiera o no, se mezclaba. También fue un factor de tensión añadido. Hoy día no existe de esa manera, pero también han aprendido de eso».

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