Manuel Marín - Análisis

Sánchez esgrime cinco razones para ir a elecciones

Manuel Marín
Madrid Actualizado: Guardar
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Una vez cerrada la fecha de la primera sesión de investidura por Mariano Rajoy, todo el empeño de Pedro Sánchez se basará en soportar la presión para no dar su brazo a torcer e impedir la formación de un Gobierno en minoría del PP. Rajoy cuenta inevitablemente con ello y se abre paso la tesis de que a una primera investidura fallida seguirá una segunda a finales de septiembre en la que pueda contar con el apoyo del PNV, Coalición Canaria, Ciudadanos por supuesto, y la incógnita del único diputado de Nueva Canarias, que es la única concesión que desde el grupo parlamentario socialista se consideraría admisible desde la dirección del PSOE. Así Sánchez dejaría a salvo su férreo compromiso de que ningún diputado socialista podría su aval a disposición de Rajoy.

Sin embargo, las ideas de Sánchez siguen derroteros distintos. En el análisis de dirigentes socialistas se percibe la repetición de elecciones como un mal menor que no necesariamente sería demoledor para el PSOE. Estos son los cinco argumentos que esgrimen:

El silencio de los barones

Sánchez está haciendo gala de una extrema autoridad interna en el partido frente a la debilidad que se le atribuye desde fuera de él. Sus réplicas a anteriores secretarios generales como Felipe González o José Luis Rodríguez Zapatero no han tenido contestación, y el «debate interno» que reclaman para sopesar una hipotética abstención favorable a Rajoy, ha sido conjurado por los hechos y la obstinación. González y Zapatero responden a parámetros de otras épocas políticas, y se les respeta. Pero con Sánchez es evidente que no influyen en la toma de decisiones, y su capacidad de articular alternativas de liderazgo parece cada vez más limitada. Ni siquiera los dirigentes territoriales más críticos con la actual dirección socialista han hecho amago este agosto de amplificar la conflictividad interna en el PSOE.

Sánchez está soportando estoicamente la presión tirando de galones y asumiendo personalmente la decisión, probable, de concurrir a terceras elecciones. «Que sean otros los que cedan», repiten sin cesar desde su entorno. Y además crece en el PSOE la percepción de que es Rajoy quien debe resolver el problema de su investidura con otros partidos porque lo contrario sería regalar argumentos a Podemos para erigirse en el Parlamento en la oposición real. Ese es el principal temor de Sánchez.

Sin Comité Federal ni congreso de sucesión

Sánchez juega además con los tiempos internos del PSOE. Difícilmente propondrá ninguna Federación socialista la celebración en próximas fechas de un Comité Federal para rectificar el «no» a Rajoy aprobado unánimemente. Tampoco agosto ha demostrado una especial beligerancia pública de las secretarías generales autonómicas para impulsar un congreso federal que ponga n marcha la sucesión de Pedro Sánchez. Además, el tiempo se agota, y salvo que se convoquen terceras elecciones y se abra un proceso in extremis de primarias para designar nuevo candidato, Sánchez seguirá contando con todos los avales para repetir. Su enrocamiento despista a algunos barones, pero no oponen la resistencia necesaria. No hay una unidad de criterio en el PSOE sobre cómo actuar, y en la confusión el único capaz de sacar rédito en términos de supervivencia sigue siendo Sánchez. De hecho, cuenta con seguir si no candidato porque los tiempos agotan cualquier otra opción.

Un fracaso de Rajoy beneficia al PSOE

Esta es una tesis extendida entre los socialistas. «Si a Rajoy le viene bien visualizar una imagen de aguante paciente, por qué no puede Sánchez imitarlo a su manera. Sus convicciones en este sentido son muy firmes», argumentan desde el PSOE. El fracaso del líder del PP en una primera sesión de investidura no tiene por qué ser perjudicial para el PSOE.

La tesis de que Sánchez sería el único culpable de un nuevo bloqueo no sería creíble para los votantes de la izquierda, cuyo único objetivo es que Rajoy no consiga gobernar. Muy al contrario, en el PSOE interpretan que sería un ejemplo de resistencia numantina para que la derecha no fragüe una investidura, una especie de símbolo coherente frente a la presión social para evitar nuevos comicios a toda costa. Con esa apuesta juega Sánchez sus cartas, y difícilmente tolerará una revuelta interna que, a día de hoy, carecería de fuerza suficiente para impulsar una rebelión organizada contra Sánchez.

Podemos, en fase de desguace

La debilidad aparente de Podemos es otro factor con el que Sánchez hace cábalas electorales. La impresión de que en febrero era Sánchez quien «mendigaba» el voto de Podemos a su investidura ha sido sustituida por la sensación de que es Pablo Iglesias ahora quien implora suscribirse a un gobierno del PSOE bajo la aceptación de cualquier condición. Desde el 26-J, Podemos está en una fase decadente de liderazgo, generación de ilusión alternativa, y motivación interna. Se desangra en luchas intestinas, y emerge un cierto complejo de inferioridad respecto al PSOE en el liderazgo de la izquierda. Sánchez así lo entiende y está dispuesto a asumir el riesgo de una nueva cita con las urnas si ello supone arrebatar una quincena de escaños a Pablo Iglesias. Sería de facto la desactivación de su principal amenaza y gozaría de la ayuda humillada de la extrema izquierda para desalojar al PP si entre ambos sumasen más de 160 escaños. Sánchez lo ve factible, y en posición de superioridad.

Ciudadanos, un sucedáneo

El PSOE considera que ante unas nuevas elecciones, Ciudadanos no es una amenaza para su electorado porque desde el 26-J ha quedado plenamente identificado como un sucedáneo del PP. Entre los escaños que pudiera arrebatar a Podemos y a Ciudadanos, y los de Albert Rivera que retornarían al PP por un puro criterio de pragmatismo político, el PSOE no tendría nada que perder, y sí un buen puñado de votos que ganar. Entre los socialistas, atribuyen a Rivera ciertas dosis de miedo escénico a las urnas por el riesgo de convertirse en una reedición de UPyD. Por eso consideran conveniente «aguantar el tirón». El desgaste que inicialmente podría deducirse para el PSOE por su pertinaz negativa a abstenerse de investir presidente a Rajoy se vería beneficiado en las urnas en una nueva, y más clara, pugna del bipartidismo clásico en detrimento de los otrora emergentes, Podemos y Ciudadanos.

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