Puigdemont, «traidor» por unas horas

Si al imprevisible tripartito liderado por Pasqual Maragall se le llegó a conocer como el «Dragon Khan de la política catalana» , la gestión de Carles Puigdemont al frente de la Generalitat cada vez se asemeja más a esos infartantes finales de Liga en los que el Barça se lo jugaba todo en Tenerife. Días de nervios y oreja pegada al transistor que, política mediante, se han transformado en días de Twitter y agitación callejera siempre a punto para una socorrida performance o un sonoro bochinche.

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Se vio el pasado 10 de octubre, cuando el independentismo se concentró en el paseo Lluís Companys para ver como Puigdemont inflaba y acto seguido desinflaba el globo de la DUI y se volvió a ver ayer, jornada en que la plaza Sant Jaume asistió un tanto desconcertada a los cambios de guión y giros inesperados que se sucedieron durante todo el día. En realidad, el marcaje a Puigdemont empezó el miércoles por la tarde, cuando la CUP y varios centenares de personas se concentraron frente a la Generalitat para recordarle al presidente catalán que «el pueblo manda y el gobierno obedece». Dentro del Palau aún no había cobrado fuerza la idea de las elecciones , pero la CUP ya empezaba a expresar su malestar por haberse quedado fuera del enésimo sanedrín independentista. «Que no nos roben la República en los despachos. Ayudadnos a llevarla a la calle», clamaba a primera hora de ayer la diputada de la CUP Mireia Boya.

Dicho y hecho, en cuanto la palabra elecciones empezó a copar últimas horas y titulares, la plaza Sant Jaume recuperó su condición de manifestódromo oficioso de la ciudad. Volvieron los transistores, aunque esta vez en forma de auriculares conectados al teléfono móvil, y parte de los estudiantes que a esa hora se manifestaban en plaza Universidad para reclamar la libertad de Jordi Cuixart y Jordi Sánchez y mostrar su rechazo de la aplicación del artículo 155 decidieron poner rumbo a ese lugar. A las 13.30, hora inicialmente prevista para que Puigdemont compareciese y anunciase el adelanto electoral, en la plaza ya circulaban las primeras noticias de dimisiones en el PDECat. Incluso la concejal de la CUP, Maria Rovira , se dejó caer por la sede de la antigua Convergència para sumarse al medio centenar de personas que quería mostrar su rechazo a la que, a esa hora, parecía la decisión definitiva de Puigdemont.

La consigna, la misma que se repetía en la plaza Sant Jaume entre esteladas, señeras e incluso algunas enseña republicanas y de la URSS, estaba clara. Así, en pocos minutos se pasó del repertorio de cánticos habitual -«els carrers seran sempre nostres», «prensa española manipuladora»- a un novedoso «¡Puigdemont traidor!» que ganó fuerza mientras aún reinaba el desconcierto. Los manifestantes, que no acabaron de llenar la plaza, también tiraron de inventiva y rima consonante para convertir el célebre «Convergència, se’ns acaba la paciència» en una versión más actualizada -«Alerta PDECat. la paciència se’ns ha acabat»-. Pero si algo dominaba el ánimo era la incertidumbre y las caras largas. « El pueblo ha hablado . Ahora República», podía leerse en una de las pancartas que aún resistió el enésimo giro de guión y pudo escuchar «in situ» cómo Puigdemont descartaba las elecciones y dejaba la DUI de independencia en manos del Parlament.

Un gesto que, sin embargo, no afloja la presión sobre el presidente catalán. Como muestra, las palabras del diputado de la CUP Benet Salellas en el Parlament -«presidente, escoja bien los compañeros de viaje»- o el mensaje que desde la cárcel de Soto del Real transmitió Jordi Sánchez asegurando que «llega el momento de la Asamblea de Cargos Electos», en relación al foro que según la hoja de ruta de la ANC debería asumir el poder ejecutivo ante la intervención de la Generalitat.