Juan José Laborda, en una imagen de archivo
Juan José Laborda, en una imagen de archivo - FÉLIX ORDÓÑEZ

«El Rey no es un lujo superfluo y prescindible típico de un viejo país; es la clave de bóveda del sistema»

Entrevista a Juan José Laborda, histórico líder socialista, expresidente del Senado y director de la Cátedra Monarquía Institucional de la Universidad Rey Juan Carlos

Madrid Actualizado: Guardar
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Juan José Laborda (Bilbao, 1947) sigue considerándose político -«homo politicus», dice-, a pesar de llevar retirado casi una década. Su trayectoria en las instituciones comenzó en 1977, cuando fue elegido senador por el PSOE en la legislatura constituyente. Fue presidente del Senado entre 1989 y 1996, y mantuvo su escaño en la Cámara Alta hasta 2008, fecha en la que puso fin a su vida parlamentaria. Además de su perfil político, Laborda es periodista, historiador y académico correspondiente de la Real Academia de la Historia.

El último proyecto en el que se ha embarcado es la creación y dirección de la Cátedra Institucional Monarquía Parlamentaria de la Universidad Rey Juan Carlos, pionera en España. A pesar de su corta vida (inauguró sus actividades el pasado mes de febrero), la iniciativa ha conseguido atraer a relevantes figuras del panorama político, académico e intelectual español, como el padre de la Constitución José Pedro Pérez-Llorca, el magistrado del Tribunal Constitucional Pedro González-Trevijano o los académicos de la Real Academia de la Historia Luis Miguel Enciso y Juan Pablo Fusi.

En el marco del ciclo de conferencias que organiza la Cátedra en el Campus de Madrid de la Universidad Rey Juan Carlos, Juan José Laborda ha accedido a hablar para ABC sobre la Corona, la crisis institucional que atraviesa España y la vigencia de la Constitución de 1978.

-¿Cómo nació la idea de crear la primera cátedra de nuestro país centrada en la Monarquía Parlamentaria y la Constitución de 1978?

-A través de una conversación con Fernando Suárez, rector de la Universidad Rey Juan Carlos. En aquel momento, hace poco más de dos años, nos preocupaba el desgaste que estaba sufriendo la Corona y creímos que era necesario volar por encima de la circunstancia personal de Don Juan Carlos y defender la institución. Después, cuando la cátedra fue formalizada, ya se había producido la abdicación de Don Juan Carlos y la llegada del Rey Felipe. Entonces vimos la necesidad de hacer un debate con todas las características del debate académico: riguroso, científico, comparativo con otros modelos parecidos que existen en Europa y fuera de Europa y con pretensión de divulgación.

-Resulta valiente, en estos tiempos de relativismo y desapego a las instituciones, el defender de forma abierta y sin tapujos la Corona.

-En Europa es evidente que las Monarquías han sobrellevado las grandes tensiones políticas y sociales del pasado con mayor eficacia que las Repúblicas. La anterior crisis económica de 1929 arrumbó a muchas Repúblicas, entre otras, la más emblemática, Francia, que sucumbió a las tensiones entre totalitarismos de un signo y del otro. Sin embargo, Gran Bretaña, que era el ejemplo de la casta gobernante, consiguió ella sola, en unas circunstancias muy difíciles, hacer frente a los dos grandes totalitarismo que dominaban toda Europa. No solamente la democracia representativa salió adelante, sino que a la vez también aumentó en prestigio la Monarquía Parlamentaria.

El principio con el que hemos legitimado esta cátedra es el considerar que la Monarquía no es una especie de lujo de viejo país, sino que es la forma de Estado que en ciertas circunstancias es más eficaz que el Estado republicano.

-¿Es el caso de España?

-Evidentemente. Un jefe de Estado neutral, no afiliado a partido alguno, sin poder pero con autoridad es mucho más conveniente a un país como el nuestro, sobre todo en el periodo en el que tuvo que hacer todas las transformaciones a la vez. Hoy, el Rey es, junto con el pueblo español, el elemento que da estabilidad al sistema porque no depende de ningún partido, no tiene poder y por tanto es capaz de mantener el sistema en funcionamiento.

Imaginemos tener un presidente de República en una situación como la que está viviendo en estos momentos Austria. Los austríacos tienen que elegir entre un extremista xenófobo y un ecologista. Sería una complicación más. Afortunadamente tenemos una Monarquía que como institución hace que todo el sistema siga en funcionamiento. Repito la idea, el Rey no es un lujo superfluo y prescindible típico de un viejo país, sino que es la clave de bóveda del sistema constitucional español.

-No parece que una parte de los españoles comparta esa visión, especialmente las nuevas generaciones, que son las que menos apoyo muestran hacia la Monarquía. ¿Ha faltado pedagogía a lo largo de todos estos años?

-En parte, sí y también en parte se explica porque la gente joven está muy desapegada del sistema. También respecto a Europa, aunque los españoles, menos que otros pueblos europeos. Hace 20 años Europa era los fondos FEDER, era algo que daba buenas noticias. Ahora Europa, mal llamada Bruselas, es la que dice que hay que gastar menos y dónde hay que recortar. La gente está cabreada con Europa, con la Monarquía y hasta con su padre y su madre. Esta situación se vive en todo el mundo occidental, donde las finanzas se han sobreimpuesto a las instituciones democráticas. Además, el debate político hoy en día se desarrolla en los platós, lo que hace que la política esté disminuida. Es necesario que la política recupere la voz y la iniciativa. Hay que hacer más política.

-Como posible salida a esta crisis que atravesamos hay quienes han pedido una intervención más directa del Rey. ¿Es esto posible si nos atenemos a lo que marca la Constitución?

-Yo creo que la Constitución, en el capítulo de la Corona, que está hecho con la finura propia de un orfebre (sólo hay que compararlo con el de otras constituciones republicanas y monárquicas de nuestro tiempo), tipifica claramente las funciones y prerrogativas del Rey. Cuando digo que tiene la finura jurídica de un orfebre es porque en él está reflejada la carga histórica del pasado: los Reyes que perdieron la Corona en España, sea Isabel II o Alfonso XIII, la perdieron porque se metieron en política. El Rey no tiene ningún poder, gracias a Dios.

-¿Ni para proponer un candidato independiente?

-El Rey no puede proponer eso, salvo que alguien se lo pida. Esa propuesta debería venir de la mano del Congreso, de su presidente, que le dijera: «Mire, Señor, un grupo de diputados hemos visto que para lograr un acuerdo general podría usted proponer a este físico nuclear o a este poeta para presidente, que tendrá los votos garantizados». Pero eso tiene que partir de los políticos, que son los que tienen poder, no del Rey.

-¿Los principales partidos políticos están actuando con lealtad al sistema?

-Los partidos en estos momentos han estado muy atentos al poder. Es la diferencia con mi generación: nosotros hacíamos política. Queríamos hacer política, hacer cosas.

-¿Supondrían unas terceras elecciones el desprestigio definitivo del sistema?

-Que se produzcan es un grave error en el que incumben los partidos políticos y sus líderes. Pero, desde mi perspectiva de más de 40 años en política, con todo, votar es mejor que meternos en una fase de violencia o de pérdida de libertades. Dentro de lo que cabe, votando es como hemos conseguido resolver los problemas políticos en paz.

-¿La parálisis institucional que atraviesa España podría tener, en caso de alargarse, efectos sobre la Monarquía?

-Considero que es una posibilidad remota porque sería muy preocupante. Tenemos una democracia joven si se compara con Bretaña o Estados Unidos. Estamos pasando una crisis general que afecta a todos los elementos del sistema y que ha desembocado en un crecimiento de las fuerzas antidemocráticas. Sin embargo, tenemos muchos resortes democráticos, resortes de paz, para resolver el problema mediante el diálogo. Tenemos que volver a resucitar la política y olvidarnos un tanto del poder. Sólo con acuerdos funciona el sistema constitucional de nuestro país.

-Sin duda, el bloqueo político es uno de los retos más importantes a los que se enfrenta el Rey. Además de esta, ¿qué otras grandes cuestiones tendrá que afrontar Don Felipe en su reinado?

-El problema más grave que tiene España se llama Cataluña, y ahí tenemos la obligación, todos, de extremar la inteligencia. Y la inteligencia quiere decir capacidad de entender al otro, cosas tan sencillas como decir que no tenemos manía a los catalanes, que nos gusta ir a Cataluña, que admiramos a Cataluña y que es posible alcanzar un acuerdo. La democracia no es como dice el presidente actual de la Generalitat «un voto más es el que vale». La democracia es la capacidad de acuerdo, y yo creo que son posibles los acuerdos para ubicar a Cataluña dentro del sistema constitucional e incluso para contar con Cataluña en la tarea de la necesaria reforma de la Constitución.

-¿Qué puntos de la misma es necesario reformar a su juicio?

-Muchos, como por el ejemplo el Senado. El actual no funciona, no sirve para el Estado que tenemos. Las Comunidades se relacionan con el Estado a través de los partidos políticos, cuando lo lógico en un Estado descentralizado como el nuestro es que las Comunidades se relacionen con el Estado a través de instituciones. Y esa institución no puede ser otra que un Senado territorial.

-Precisamente la Cámara Alta es una de las instituciones más criticadas actualmente por su supuesta inutilidad, pero ¿alguna vez ha funcionado?

-No, nunca. Según se ha ido desarrollando el Estado autonómico se ha ido notando cada vez cómo el Senado estaba inadaptado. El Senado ha cumplido perfectamente sus funciones, lo que pasa es que son muy pocas. No es verdad que sea una cámara de representación territorial, es una cámara de diputados de segunda. Es una anomalía, la criatura peor diseñada de la Constitución. ¿Cómo puede ser que una cámara que no elige al Gobierno pueda ser disuelta anticipadamente por el presidente del mismo? Eso es dejar atados de pies y manos a los únicos parlamentarios que son elegidos personalmente por los ciudadanos.

Esto no quita que el Senado haya desarrollado grandes tareas legislativas, como la Ley del Tribunal Constitucional, la originaria de 1979, que salió del Congreso con sólo los votos de la UCD y CiU. Llegó al Senado y durante dos meses estuvimos debatiendo la ponencia y logrando el acuerdo. Llegamos al pleno sin enmiendas. Todos la asumieron.

-Al inicio de esta entrevista comentaba usted cómo la idea de esta Cátedra surgió a raíz de los últimos episodios protagonizados por Don Juan Carlos. ¿No da la sensación de que su última etapa como Rey, salpicada de polémicas, ha opacado su trayectoria anterior?

-Efectivamente, nos hemos olvidado del legado del Rey Juan Carlos, como también del de Suárez, Felipe González o Aznar. Yo creo que la perspectiva histórica es distinta a la memoria histórica, flaca y confusa. La Historia, rigurosa y sometida al mecanismo de prueba y error, mostrará que la Monarquía y el Rey cumplieron un papel que era el adecuado al momento. El carácter de aquel Rey fue carismático e irrepetible, como lo fue el proceso constituyente.