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El euro que vivimos peligrosamente: los complejos 16 años de la moneda única

Introducida el 1 de enero de 1999 para las operaciones financieras sin efectivo, la nueva divisa impulsó el crédito a familias y empresas para, a partir de la crisis de las subprime, revelar unas debilidades estructurales aún en vías de solución

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Las últimas turbulencias alrededor de Grecia son sólo un apéndice más de la ya muy agitada historia del euro. La divisa de 19 países europeos (Finlandia, Estonia, Letonia, Lituania, Alemania, Bélgica, Holanda, Luxemburgo, Austria, Eslovaquia, Eslovenia, Italia, Irlanda, Francia, Grecia, Malta, Chipre, España y Portugal) ya ha pasado por l a experiencia de los dos rescates a Grecia, de los salvavidas para las economías de Irlanda, Portugal y Chipre. Además de la ayuda condicionada para recapitalizar el sistema financiero español, cifrada en hasta 100.000 millones de los que apenas se usaron 40.000 millones de euros.

Pero si alguno recuerda aquel lejano mes de enero de 2002 recordará el entusiasmo (o curiosidad) por la novedad que representaba la moneda única, y las innumerables imágenes de personas con sus flamantes billetes y monedas de euro acaparando los medios de comunicación: .

Sorprendentemente el Tratado de Roma (1957) que creó la Comunidad Económica Europea (CEE)e impulsó una hoja de ruta hacia el mercado común europeo, mantuvo un sorprendente silencio sobre la creación de una moneda única. Entonces, el sistema de tipos de cambios fijos pergueñado en Bretton Woods (1944) no había mostrado al desnudo sus debilidades. No fue hasta finales de los años ochenta cuando los gobiernos europeos comenzaron a plantearse la posibilidad de buscar una unificación monetaria entre los países miembro.

En concreto, encargaron un informe a un comité de sabios coordinado por el presidente de la Comisión Europea, Jacques Delors, cuyas conclusiones se dieron a conocer en 1989.El denominado «Informe Delors» establecía tres fases: primero incorporación de todas las economías al Sistema Monetario Europeo con unos bancos centrales más independientes; segundo se crearía el Sistema de Bancos Centrales y en una tercera etapa, se pasarían a fijar los tipos de cambio, para crear la moneda única. ¿Les resulta familiar? Pues, esa fue la metodología que siguieron nuestros gobiernos para introducir el euro. Eso sí, los «sabios» de Delors se cuidaron mucho de fijar fechas concretas.

En 1992, con la firma del Tratado de Maastricht o «Tratado de la Unión Europea» (1992) ya incluía un compromiso de transitar hacia una moneda única hacia el final de la década. En concreto, se establecía la creación del Instituto Monetario Europeo (futuro Banco Central Europeo) formado por los bancos nacionales d y destinado a armonizar las diferentes políticas monetarias. Pero lo más importante es que se fijaban una serie de criterios a cumplir antes de acceder al euro: Entre las más importantes, que el déficit público no excediera del 3% o que la deuda pública no superara el 60% del PIB.

Por último, se ponía fecha al examen para que todos los países miembro cumplieran con estas condiciones y acceder a la siguiente fase de la moneda única. Estos requerimientos quedaron definitivamente grabadas en letras de oro con el Pacto de Estabilidad y Crecimiento (1997), que además introdujo el denominado «Procedimiento de Déficit Excesivo» que preveía sanciones para los países incumplidores.

El debut

El BCE nacía el 1 de junio de 1998 y el último día de aquel año las monedas de 11 países europeos (Austria, Bélgica, Finlandia, Francia, Alemania, Irlanda, Italia, Países Bajos, Portugal y España) se les fijo un tipo de cambio respecto a la nueva moneda. En el caso de España, un euro era equivalente a 166,386 pesetas. El dracma griego se incorporó dos años más tarde. Por su parte, Reino Unido, Dinamarca y Suecia decidieron quedarse al margen voluntariamente.

A partir del uno de enero de 1999, los euros se comenzaron a utilizar como moneda para las operaciones financieras, que no supusieran efectivo, y no fue hasta el primer día de 2002 que tuvimos entre nuestras manos las diferentes monedas y billetes. ¿Final feliz? Hasta el estallido de la crisis subprime en Estados Unidos (2008) el euro se consolidó como una divisa de referencia internacional, e incorporó a tres miembros más (Eslovenia, Malta y Chipre).

Caminando sobre el alambre

Sin embargo, el nuevo gobierno griego reconoció en 2009 que habían minusvalorado su déficit, y que habían pedido prestado demasiado dinero. Aquello fue el principio de una historia que nos resulta muy familiar porque la desconfianza cundió y, de repente, la prima de riesgo comenzó a marcar el paso de nuestras vidas diarias. Los helenos terminaron por pedir ayuda a sus socios europeos y al FMI, que en mayo de 2010 dispusieron un rescate de 100.000 millones de euros para que saldase sus deudas. Pronto se vio que no era suficiente y se repitió el procedimiento en julio de 2011, a cambio de reformas y medidas de austeridad.

No fueron los únicos, como fichas de dominó fueron cayendo otros miembros acuciados por unos mercados desconfiados: Irlanda lanzaba su particular llamada de SOS en noviembre de 2010 en forma de 85.000 millones de euros para paliar los efectos del estallido de su particular burbuja inmobiliaria; le siguieron Portugal en abril del año siguiente (78.000 millones) y Chipre dos años después (10.000 millones). En medio España, quien tuvo que requerir la ayuda de los mecanismos europeos para reestructurar su sistema financiero en 2012.

«Zonas monetarias óptimas»

Lo que parece obvio es que hubo quienes olvidaron que compartir una moneda única suponía ceder soberanía al BCE en asuntos monetarios y que esto privaba a los países de un arma importante: la devaluación. Además, números expertos tanto españoles como extranjeros, han recuperado las teorías de estudiosos como R. Mundell, Ronald MacKinnon o Peter Kenen sobre las «zonas monetarias óptimas», para señalar que la Eurozona nació con defectos de forma.

En su opinión, para que una zona monetaria funcione es necesario, entre otras condiciones, que exista una fuerte movilidad laboral que permita desplazarse hacia zonas más prósperas. Así como una intensa relación comercial entre las economías participantes, que estas estén muy integradas o que exista algún tipo de transferencias entre los participantes para compensar posibles diferencias. Es decir, una suerte de fondos de solidaridad o ayudas a nivel europeo. ¿Cumplía esto la Eurozona en 2008?

Sea como fuere en estos últimos años se han dado pasos decisivos hacia una auténtica Unión Económica y Monetariacomo el establecimiento de diferentes fondos de rescate o recapitalización y, sobre todo, desde finales del año pasado de una supervisión única dirigida por el BCE, para las principales entidades financieras de la Eurozona.

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