El exboxeador Javier Castillejo
El exboxeador Javier Castillejo - MATÍAS NIETO

Javier Castillejo: «El fútbol es un deporte más violento que el boxeo»

El periodista de ABC Jorge Sanz Casillas publica «Javier Castillejo: Asalto al cielo», una biografía del exboxeador ocho veces campeón del mundo

Madrid Actualizado: Guardar
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A un lado, un hombre ocho veces campeón del mundo en un deporte olímpico, el único español en conseguirlo en dos categorías y el primero en ganar el título en 22 años. Al otro, su país, que nunca ha querido comprender al deporte que le apasiona: el boxeo. «Estoy un poquito jodido y enfadado con mi país». Habla Javier Castillejo a ABC sobre España, un lugar difícil para dedicarse a boxear. Pese a su DNI, el expúgil completó una trayectoria colosal en los rings de todo el mundo que ahora repasa el periodista de ABC Jorge Sanz Casillas en «Javier Castillejo: Asalto al cielo», la primera biografía publicada sobre el boxeador español.

«El boxeo es como la vida», proclama Castillejo.

Desde luego, el boxeo es su vida: tras pasar la mayor parte de su infancia, empezó a boxear de adolescente en Parla y tardó 21 años en soltar los guantes. El talento de Castillejo para boxear era irresistible, y en cuestión de meses le habían reclutado para entrenarse en El Espinar en el mismo grupo que Poli Díaz. Su carácter también era irresistible: Castillejo, con 21 años, era el único que se atrevía a adelantar al ídolo Poli cuando corrían todos juntos. «Yo no me arrugo. Yo respetaba a Poli, él era el campeón. Pero yo quería pasarle, quería ser el campeón yo», comenta.

El gusanillo había nacido mucho antes, cuando su padre le despertaba de madrugada para ver combates de Mohamed Ali. Dos décadas después se convertía en campeón del mundo por primera vez en la velada perfecta. «Fue en la Cubierta de Leganés ante 15.000 personas», recuerda. «Hacía 22 años que España no tenía un campeón del mundo. Y yo fui a pelear contra un campeón del mundo de Estados Unidos, negro, americano». Es un recuerdo redondo: «Le gané. Había hecho buena estrategia: estuve concentrado tres meses, tuve seis sparrings... Todo salió perfecto esa noche».

La pelea contra De la Hoya

Aquella fue la más especial de las 62 victorias –por solo ocho derrotas– que consiguió el púgil de Parla, y la primera de las ocho veces que se hizo campeón del mundo. Lo retuvo año y medio y cinco combates, hasta que se cruzó con Oscar de la Hoya, quizá su combate más famoso. Dieciséis años después de aquella pelea en Las Vegas, Castillejo cree que la derrota se debió a una preparación errónea.

«Estuvimos dos meses y medio concentrados en Las Vegas y eso es mucho tiempo para un deportista», explica. También tuvo muchos problemas con el peso, para él, el factor más duro en la vida profesional de un boxeador. Casi hasta se le tuerce la mueca cuando habla del tema: «El peso es el enemigo número uno del boxeador. Con el peso se pasa mal». En 2005 participó en el programa de televisión «Supervivientes»; al volver famélico del «reality», en Kenia, el hambre que había pasado durante el programa le hizo ponerse en los 90 kilos, más de veinte por encima de los necesarios para pelear en el superwelter (69,85 kg.).

De la Hoya y Castillejo, en el pesaje antes de su pelea
De la Hoya y Castillejo, en el pesaje antes de su pelea - REUTERS

Sanz Casillas cuenta en «Asalto al cielo» que los meses siguientes fueron una tortura para cumplir con el peso, lo que, junto una derrota contra el americano Fernando Vargas, le hizo pensar en cambiar de categoría. Así que se recicló al peso medio, ganó casi tres kilos de margen con la báscula y con 38 años se convirtió en campeón del mundo de la categoría. «En Estados Unidos -escribe Sanz Casillas en la biografía-, un caso como el suyo habría sido portada de las mejores publicaciones deportivas».

Constante lucha con el peso

A Castillejo, como se deja ver en tantos pasajes de «Asalto al cielo», no le molestaba tanto la lucha por el peso, los entrenamientos constantes y los golpes de los rivales. Al fin y al cabo, eso era parte de una forma de vivir que él amaba y que le ha dado todo lo que tiene, incluso a su mujer, a la que conoció en aquellas concentraciones permanentes en El Espinar.

Lo que de verdad le dolía como boxeador era sentirse en medio de un país que no comprendía a su deporte y que por extensión tampoco comprendía su dedicación ni reconocía sus éxitos.

—¿Qué necesita el boxeo para ser reconocido de verdad en España?

—Esa pregunta me la he hecho yo durante los 21 años que he boxeado.

Se ríe con cierta impotencia cuando se le pregunta si hubiera preferido nacer en México, por ejemplo, una meca del boxeo. «No hace falta ir a México», dice. «En Alemania, por ejemplo, no te puedes imaginar lo grande que es el boxeo. Es que no lo entiendo. Por eso digo en el libro que yo que nací en un país equivocado, incluso aunque aquí haya habido campeones y gente importante».

Entonces Castillejo empieza a explicar por qué el cree que es tan grande el boxeo, y donde había una expresión frustrada de repente hay dos ojos que brillan. «El boxeo es como la vida», comienza a explicar. «La vida es una lucha, la vida es dura, y en el boxeo se reflejan muchas cosas: sobrevivir, la dureza, caerte y levantarte. El sacrificio. La recompensa».

En la defensa que hace de su deporte, su argumento favorito es alejarlo de la violencia. «¿El boxeo es violento? No, no lo es», responde tajante. «Es duro, porque la vida es dura, nada es fácil. Pero hay unas reglas y las estás respetando. Cuando hay reglas deja de ser violento, porque los violentos no tienen reglas. El boxeo es una partida de ajedrez».

Castillejo, en el centro, tras proclamarse campeón del mundo
Castillejo, en el centro, tras proclamarse campeón del mundo - Ángel de Antonio

Ahí no acaba su explicación: «¿Sabes lo que es violento? El fútbol. Mi hijo jugaba y fui a ver un partido del Atleti con él y le tuve que tapar los oídos. Me fui. Luego fui a ver al niño y oí unos insultos... ¡Unas barbaridades! Al final se engancharon y dije: “Yo no vengo más”. Eso es violencia».

«Eso —continúa Castillejo— no lo verás en una velada de boxeo en la vida. Esta mañana estaba tomando un café y veo en la tele que en un partido de regional va un chico jovencito y le da una torta a otro. Eso es de locos», termina. Para alguien ajeno al boxeo resulta difícil pensar que la rivalidad con un oponente cuyo objetivo es golpearte hasta derribarte se quede solo en la competitividad por la victoria. «¿Sabes para qué rezaba yo antes de los combates?», explica Castillejo. «Yo rezaba para que no hubiera accidentes. Como tenía tanta confianza en mí y yo había hecho mi trabajo, solo quería eso: que no hubiera accidentes. Los boxeadores somos así, nobles. Tienes tanto respeto...»

La vida después del ring

Como padre de familia, a Castillejo no le importaría que su hijo, que ahora tiene quince años, se dedicase al boxeo, aunque matiza la respuesta. «Hombre, un padre siempre quiere cosas que no sean tan duras para sus hijos. Prefiero que sea otra cosa, que no sufra tanto. Pero si él quiere ser boxeador... le apoyaré, claro que sí».

Cuando dejó los rings en 2009, cuenta que se sintió confundido, un mal común entre los deportistas profesionales. «No sabía qué me pasaba», relata. «De la noche a la mañana se corta la película. Se apagan las luces. Piensas que ya no vas a subir al ring, ya no vas a ver al público que te aplaude, que está contigo, que te apoya, que chilla...». Aunque le costó acostumbrarse a la vida sin los guantes puestos, Castillejo encontró su camino ligado a ellos. Ahora tiene un gimnasio en Parla y entrena tanto a los nuevos talentos del boxeo español como a niños y jóvenes que no tienen intención de competir. «Yo siempre digo lo mismo: yo quiero hacer campeones de la vida, que es más difícil que ser campeón de boxeo. Cuando van las madres me preguntan si se pegan. “No, señora, ahí no se pega a nadie”. Estamos hablando de boxeo sin contacto. Yo tengo cientoypico niños y de esos compiten cuatro».

La vida de Castillejo tras los combates parece normal, familiar, feliz, alejada del feo mito del boxeador que se entrega a los vicios. «Yo también he metido la pata», aclara. «He sido un chaval y no he sido una monja. Pero yo soy un ganador. Yo juego contigo al parchís, me ganas, y estoy enfadado para todo el día». Así explica su vida y su carrera, la de un deportista que empezó de la nada en busca de un sueño. «Y lo conseguí».

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