Chimen y Miriam Abramsky, los protagonistas de «La casa de los veinte mil libros»
Chimen y Miriam Abramsky, los protagonistas de «La casa de los veinte mil libros»
LIBROS

Sasha Abramsky: «Si millones de personas aceptan los delirios de un fanático, es que la culpa está muy extendida»

Chimen Abramsky no fue un coleccionista de libros cualquiera: además de regentar una librería en el East End londinense, atesoró una de las bibliotecas privadas más importantes de Inglaterra. Su nieto, Sasha Abramsky, le rinde homenaje en «La casa de los veinte mil libros», «un trabajo de amor absoluto»

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¿Politólogo, economista, filósofo, periodista? Es difícil definir a Sasha Abramsky (Londres, 1972), un autor que, a juzgar por sus títulos, está más cerca de la investigación que del ensayo: ha analizado la pobreza en Estados Unidos («The American Way of Poverty») y su sistema de prisiones («American Furies»); e incluso se ha atrevido a adentrarse en el cerebro del presidente Obama («Inside Obama’s Brain»). Ahora publica en España «La casa de los veinte mil libros»: la que albergó la biblioteca de su abuelo, Chimen Abramsky, uno de los mayores expertos del mundo tanto en Historia del socialismo como en Historia judía.

¿Qué le ha costado más, «entrar» en el cerebro de Obama o abrirse paso entre los libros de su abuelo?

Son proyectos tan diferentes que es difícil compararlos. El libro sobre Obama exploraba un personaje político fascinante y complejo, y el momento del que surgió ese personaje. El libro sobre mis abuelos es mucho más personal y supuso mucha más introspección por mi parte. Al ser una forma de recordar a mis abuelos, se convirtió para mí en un trabajo de amor absoluto, y la escritura se volvió muy diferente, en el aspecto estilístico, de todo lo que había hecho antes.

¿Qué es «La casa de los veinte mil libros»? ¿Una investigación bibliográfica, histórica, familiar?

Todo lo anterior: un viaje por la historia de mi familia, a través del siglo XX (la Historia, la política, las grandes transformaciones culturales, las guerras, los movimientos sociales); un relato de obsesiones: la obsesión de mi abuelo por la palabra escrita, de mi abuela por la comunidad, por convertir la casa en un espacio maravilloso y abierto para las reuniones y el calor humano; y un relato sobre la inmigración y sobre las batallas del alma entre la tradición y la modernidad. Trata de grandes culturas de imprenta y grandes culturas coleccionistas. Una de las reseñas que le hicieron en Inglaterra decía que el libro era como husmear en una tumba faraónica del antiguo Egipto recién descubierta; me gusta esa analogía. Es un viaje misterioso por un mundo extinto.

¿Cómo se aborda con objetividad una historia tan personal, tan cercana?

No pretendía ser completamente objetivo. Mucho más que un libro periodístico, como mis otros títulos, escribía unas memorias, una historia, un relato personal. Obviamente tenía que considerar la historia de mis abuelos en toda su complejidad, y en ocasiones, su ambigüedad moral: ¿cómo es que personas buenas e idealistas encontraron excusas para el estalinismo y los crímenes de Stalin? Pero eso no fue, de hecho, tan difícil, porque eran preguntas que les había planteado a mis abuelos durante décadas. Todos somos humanos, lo que significa que todos somos imperfectos; somos en parte buenos y en parte no tan buenos, y nuestro reto es hacer que en nuestra personalidad domine lo bueno tanto como nos sea posible. Este libro se volvió, en muchos aspectos, una meditación muy personal sobre este proceso.

«En casa de mi abuelo escuchábamos absortos las conversaciones de Isaiah Berlin y otros muchos intelectuales importantes»

Ya que menciona a Stalin: a su muerte, su abuelo escribió: «El mundo ha perdido a uno de los mayores genios de toda la Historia». ¿Se arrepintió de estas palabras?

Enormemente. Se pasó la segunda mitad de su vida luchando contra la culpa que sentía por haber excusado las acciones de Stalin.

Su abuelo poseía una de las bibliotecas privadas más importantes de Inglaterra. «Fue mi escuela, mi universidad, mi biblioteca, mi refugio», escribe usted en su libro

Fue mi brújula moral, intelectual y filosófica. Eso también lo aprendí en la casa de mis padres, pero pienso que en la del número 5 de Hillway, la casa de mis abuelos, había algo completamente único.

¿Todo coleccionista es, en el fondo, víctima de una obsesión?

Sospecho que sí. Parece ser un tipo de personalidad muy peculiar. A mí los libros me encantan, pero no tengo ese impulso obsesivo por coleccionar, ese impulso que te hace ir al otro lado del mundo a buscar una edición determinada de un libro determinado con una errata determinada. Es una forma muy específica, casi obsesiva, de relacionarse con el mundo.

¿Qué coleccionista posee un libro con anotaciones de Marx y Engels, un documento en el que Lenin escribió notas al margen o un libro que Trotski llevó consigo al exilio? ¿Qué clase de coleccionista es ese?

Mi abuelo estaba obsesionado por la Historia, y por la Historia judía y la Historia socialista en particular. Quería rodearse de los textos que componían el tejido, la arquitectura, de su universo espiritual, intelectual y filosófico. Estaba tan obsesionado con Marx que tiene mucho sentido que atesorase los escritos de Marx y otros documentos relacionados con él y con los movimientos surgidos a partir de su obra y de su vida.

«Chimen Abramsky estaba obsesionado con Marx. Era su filósofo político favorito»

Llegó incluso a comprar parte de la biblioteca de Eleanor, hija de Marx.

Marx era el filósofo político favorito de Chimen. No sé si evaluaba los escritos de Marx como algo distinto de sus ideas. Sin duda, amaba la belleza de los escritos de Spinoza, de Maimónides, Rashi y otras lumbreras de la Historia filosófica judía. Es muy probable que los considerase la expresión más pura de la belleza literaria. También le fascinaban los escritos bíblicos, los salmos, y otros grandes textos religiosos.

Por la casa de sus abuelos pasaron historiadores como Eric Hobsbawm y dramaturgos como Harold Pinter. ¿Qué recuerda de ellos?

Eran sencillamente personas con las que yo cenaba… Nunca vi a Hobsbawm allí; se peleó con mis abuelos cuando dejaron el Partido Comunista, en la década de 1950. Tampoco vi a Pinter. Pero sí vi a Isaiah Berlin, a Arthur Hertzberg, a Schmuel Ettinger y a otros muchos académicos e intelectuales importantes. Fue extraordinario porque, de niños, escuchábamos absortos todas sus conversaciones.

Cuando usted tenía diez años, le preguntó a su abuelo por el Holocausto. ¿Qué le respondió?

Me dio un libro de Lucy Dawidowicz y me sugirió que lo leyese. Recuerdo que cuando veíamos documentales sobre el tema se sentaba y lloraba.

«Mi abuelo se pasó la segunda mitad de su vida luchando contra la culpa que sentía por haber excusado las acciones de Stalin»

Chimen Abramsky se oponía tajantemente a la idea de que Hitler estuviera loco.

Sentía que de algún modo ese argumento le daba a Hitler vía libre para decir que no estaba en pleno uso de sus facultades; y pienso que sentía que eso también le daba vía libre a los alemanes. Hubo demasiada cooperación desde demasiados sectores como para reducir el nazismo a los desvaríos de un loco. En conjunto, creo que estoy de acuerdo con él; y al ver la llegada de Trump a la presidencia de EE. UU., siento lo mismo. Cuando millones de personas aceptan los delirios de un fanático, la culpa está muy extendida.

Su abuelo jugó un papel esencial en el traslado a Londres de más de mil quinientos rollos de la Torá desde las provincias checas de Bohemia y Moravia. ¿Era un Schindler de la cultura?

Hay que aclarar que no lo hizo durante la Segunda Guerra Mundial; lo hizo en la década de 1960, cuando Checoslovaquia estaba bajo el régimen comunista, y los documentos y pergaminos reunidos por los nazis para que formasen parte de su estrafalario museo de una raza extinguida estaban enmoheciéndose en una sinagoga abandonada. No, no fue el Oskar Schindler de la cultura, y creo que la comparación le habría hecho avergonzarse; habría sentido que su contribución fue mucho más modesta que la de Schindler, que salvó un enorme número de vidas durante la guerra.

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