El escritor Javier Montes
El escritor Javier Montes - ABC
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Javier Montes, saudade literaria de Río de Janeiro

El escritor rememora las estancias en la ciudad brasileña de Rosa Chacel, Manuel Puig, Stefan Zweig y Elizabeth Bishop y las cruza con la suya propia en «Varados en Río», un hermoso ejercicio biográfico

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Lo dejó escrito Honoré de Balzac (1799-1850): «Nunca inventamos más que lo verdadero». Por eso, quizás, la realidad y la ficción son las únicas líneas paralelas que, allá en el infinito de la narrativa, llegan a cruzarse. El resultado de ese cruce, tan improbable como hermosamente literario, es el genio que desprenden algunos creadores. Son contados. Y si ustedes tienen la suerte de leerlos, no los pierdan de vista. Eso debió de pensar Javier Montes (Madrid, 1976) cuando se topó, por un jeribeque de su propio destino, con Elizabeth Bishop (1911-1979), Manuel Puig (1932-1990), Rosa Chacel (1898-1994) y Stefan Zweig (1881-1942). Todos ellos geniales escritores que, en un momento dado, dejaron que su vida transcurriera en Río de Janeiro. Como el propio Montes.

Sin pretenderlo. Sin querer evitarlo.

Ese punto de encuentro geográfico le ha servido al autor madrileño para escribir «Varados en Río» (Anagrama), un hermoso ejercicio (auto)biográfico en el que sus protagonistas, por su aventurado devenir, parecen sacados de una realidad paralela e inventada. Y, sin embargo, real (valga la redundante ortografía). «La literatura no es nada inocente, es algo más elaborado. En este caso concreto, estos cuatro escritores son muy interesantes como personajes de ficción, suficientemente autónomos como para que la lectura resulte atractiva», explica Montes en su casa madrileña. Hace tiempo que dejó Río, ciudad a la que llegó «como una pequeña aventura» y en la que se quedó dos años.

Se advierte, en su tono de voz, esa saudade que todo el que pasa por la ciudad brasileña conserva, doliente, en su ánimo y en su espíritu. «A mí me pasó un poco como a Bishop, que de repente esa aventura se alargó en el tiempo. Yo creo que hay flechazos con la gente y hay flechazos con los sitios y, por alguna razón, yo llegué a Río y tuve uno de esos flechazos. Es uno de esos lugares que te atrapan y que te hacen querer más». Porque Río es ese paraíso terrenal que, como todos los paraísos, termina convertido en espejismo. «Te gusta y te repele. Hay una contradicción que intentas resolver. Es muy contradictorio, es capaz de ofrecer lo mejor que da la vida, y también lo peor. Es un sitio muy intenso, de contraste, y quien vive allí deja de ver esos contrastes».

«Los cuatro ensayaron maneras de ‘estar sin estar’ en un lugar paradisíaco y duro»

Por eso a Montes le pareció «interesante hacer un poco el trabajo de detective, siguiendo la pista a los que habían tenido ese recorrido» antes que él. Con la ventaja, además, de que «los escritores dejan más rastro, hay más pistas». Pistas, y rastros, que el autor encontró recorriendo, como si fueran un mapa, las cartas de Elizabeth Bishop, los diarios de Rosa Chacel (hoy descatalogados, pese a su valor literario), las novelas de Manuel Puig y, cómo no, el suicidio de Stefan Zweig. Era la manera que Montes tenía de lidiar con su propio desconcierto.

Sin un techo sobre la cabeza

« Novalis dice que siempre estamos volviendo a la casa del padre. La historia de los cuatro es la historia de todos nosotros, alguna vez, cuando nos hemos ido de casa. Acabas en un sitio que te hace añorar lo que has dejado atrás, en el que a veces tratas de reconstruir lo que has dejado atrás, aquello de lo que estabas huyendo. Me pareció que los cuatro se enfrentaban a esa contradicción de diferentes maneras y tenían en común una ambivalencia con el lugar, una manera de ‘estar sin estar’, que es algo que dice Rosa Chacel. Los cuatro fueron ensayando maneras de ‘estar sin estar’ en un lugar que era paradisíaco y a la vez duro». Porque, en realidad, «Varados en Río» es un libro en torno a la idea de exilio: la necesidad de salir fuera de casa, buscar un nuevo hogar y atreverse a mirar sin un techo sobre la cabeza.

A Javier Montes le conmueve el modo en que Stefan Zweig vivió su exilio, «esa tristeza del que ha perdido su patria ideal, esa idea de judío errante que acabó siendo; es un paradigma de exiliado muy conmovedor». De Rosa Chacel destaca «su fortaleza, ese temple para afrontar una situación muy dura, esa manera de mirar al fracaso, cara a cara, durante treinta años». Elizabeth Bishop representa, por contra, «la manera que tenemos de estar en el mundo hoy, de añorar siempre algo que está en otro lugar, de llegar a un sitio y verlo con los ojos del turista, esa manera de mantener una distancia respecto a lo que ve… No es una poeta convencida, es una poeta reticente». Y de Manuel Puig le gusta «esa manera de ser un grandísimo escritor, alternativa a la figura que se nos vendió en los años 60 y 70, del gran escritor institucional, que se vuelve una especie de santón de la literatura. Se niega a impartir doctrina. Sería una figura antitética a Vargas Llosa».

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