El ilustrador Alfredo, en el Museo ABC
El ilustrador Alfredo, en el Museo ABC - MAYA BALANYA

Alfredo: «Me gustaría dibujar como un niño, sin límites de espacio ni de imaginación»

Este maestro de una generación de ilustradores muestra en el Museo ABC sus recuerdos en forma de dibujos

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Todos aquellos que tenían por costumbre leer periódicos y revistas en los años setenta y ochenta recordarán perfectamente el trazo inquieto y humorístico de Alfredo. Así a secas, porque de esta forma es como firma sus ilustraciones Alfredo González Sánchez (1933). Nació en una aldea asturiana, Agüeria, estudió Teología y llegó a ser fraile de los dominicos. Sin embargo, abandonó el claustro para marcharse, en 1959, a una ciudad que le enamoró desde el primer momento, Madrid.

Allí empezó trabajando de peón, pero también pintaba cuadros que intentaba vender, con más o menos fortuna. Así hasta que entró en la agencia de publicidad «Clarín». Posteriormente, a partir de los años setenta, trabajó para diferentes diarios y revistas, como ABC, «Pueblo», «La Codorniz», «Diario 16» o «El País».

En ellos reflejó la vida política de la Transición, cubriendo, por ejemplo, los juicios por la matanza de Atocha de 1977 o el del 23-F.

En los últimos dos años se ha dedicado a escribir y dibujar los recuerdos de toda una vida. El resultado está reflejado en el libro, «La ventana de atrás. Alfredo, desmemorias de un dibujante», publicado por Treseditores. Hasta 99 de sus ilustraciones se pueden contemplar en el Museo ABC a partir de mañana hasta el 11 de junio.

¿Cómo surgió este proyecto?

Tenía escritos un montón de cuadernos, como yo digo, «conventuales», que, al revisarlos un día, me pareció que no eran válidos, ya que había muchas jaculatorias, culpas, contrición... no me gustaban, y, enfadado, los rompí todos. Entonces mi mujer empezó a darme la lata porque yo le daba la lata a ella con mis recuerdos, y me dijo: «A ver si de una puñetera vez escribes todas tus nostalgias y me dejas en paz». Entonces empecé a escribir de nuevo, sin orden alguno, con lo que venía a la cabeza. Un día se lo comenté a Mauricio D’Ors -editor- y me dijo que le interesaba. Pusimos orden, y una vez pasado casi todo a ordenador, empecé con las ilustraciones

Llama la atención que empezara por el texto.

Sí, soy más dibujante que escritor, pero, afortunadamente, tuve buenos profesores de literatura. Me hicieron leer muchos libros, y a todos los poetas que entonces estaban más o menos censurados. Me ayudó también que en las clases, que además muchos profesores daban en latín, teníamos que tomar apuntes, y ahí aprendí a reducir: cuantas menos palabras, mejor. Y eso me dio cierta agilidad, y adquirí además buena caligrafía. Y en cuanto a los dibujos, me costó entrar, porque aunque parezca mentira, es más fácil hacerlo todo a color que solo con dos colores. Por lo menos eso me parece tras esta primera experiencia. Escogí el rojo porque es el que más me gusta. Y es difícil, porque tienes que estudiar muy bien la composición, y luego, a la hora de hacer la impresión, es mucho más trabajoso, porque tienes que encajar ese rojo a lápiz con todas sus texturas. Y la editorial lo consiguió perfectamente.

De estos personajes que están retratados, ¿a quién destacaría?

A Manuel Eléxpuru. Era el director creativo de la agencia «Clarín», en la calle Zurbano. Él me dio cobijo y me dijo: «Chaval, siéntate ahí». No era mucho mayor que yo, y así descubrí la grafía, los grandes dibujantes americanos, los cartelistas europeos. Y empecé a hacer ilustraciones, porque estuve durante años pintando al óleo y a la acuarela, pero llegó a aburrirme, porque tardaban en secarse las pinturas, y yo ya no tenía tiempo. Seguí con el dibujo, empecé a publicar carátulas para los vinilos y alguna ilustración para periódicos, como para «Pueblo», donde conocí a mucha gente que luego ha destacado, como Máximo, Raúl del Pozo o José María García.

Cubrió con sus dibujos acontecimientos como el juicio, en 1980, de la matanza en el despacho de abogados de Atocha, que ocurrió tres años antes. ¿Cómo vivió aquella época?

Un periodista estaba acostumbrado a toda aquella tensión, pero yo no, porque hablando en plata, yo era un poco gallina. Siempre decía: «Qué hago yo aquí». Porque había amenazas. Cuando salíamos de Las Salesas, donde se celebraba el juicio por lo de Atocha, había gente esperando fuera cantando el «Cara al Sol», y una vez que yo iba con mi carpeta de dibujos oí a alguien que decía: «¡Te voy a rajar, Picasso!». Y luego, en los juicios, no era fácil el trabajo, porque muchas veces tienes al acusado de espaldas, y hay que esperar a que se mueva un poco. Yo normalmente empezaba por relajarme, dibujando escenario, los togados, el juez... y luego encajaba el acusado en el hueco. También estuve en del 23- F, que fue mucho más «Watergate», con muchos controles, y un montón de militares que estaban delante de nosotros, de espaldas, y con un cristal en medio. Más que verlos a ellos, nos veíamos nosotros reflejados. Tengo un dibujo en el que aparezco reflejado.

Una vez terminado este trabajo lleno de recuerdos, ¿cómo se ha sentido?

Con cierta satisfacción. Porque pienso que a estas alturas de mi vida, cumplo 84 años dentro de dos o tres semanas, lo he logrado a pesar de todo. A veces me atascaba con el texto o los dibujos, a lo mejor durante días, y decía: «Bueno, vamos a esperar». Y de pronto, cualquier día me sentaba y, a lo mejor después de caminar un rato, me venía algo a la cabeza. Cuando terminé, entonces me tumbé de verdad, satisfecho.

¿Qué papel tiene la ilustración en el mundo de hoy, de las tecnologías?

Intenté trabajar con ordenador, y me compré uno carísimo, y llegué a la conclusión de que tardaba menos a mano. Hice incluso películas con ordenador, aunque con un chaval al lado. Pero soy un clásico. Digamos que la estética de ese trabajo mecánico me resulta muy fría. Hay cosas que me gustan, evidentemente, sobre todo cuando es dibujo animado de cierta calidad, pero lo que es ilustrar con la máquina, el resultado no me convence. Le falta nervio, le falta la mano. No es lo mío.

¿Se volvió a sentir un niño pintando sus años de infancia?

Más quisiera yo. Porque el niño no tiene límites, ni dificultad ninguna. Coge el papel y empieza sin más, y no conoces límites de espacio ni de imaginación. Lo veo por mis nietos, y eso me gustaría hacerlo a mí. No sé quién lo dijo, aunque todo se atribuye a Picasso, pero los niños dibujan bien hasta que aprenden. Pierdes espontaneidad.

¿Podría elegir un dibujo que representara su vida?

No lo sé. La infancia en general. Y luego detalles, momentos o personajes. Como el dibujo de mi madre, que, la pobre, era asmática, y la veo con el gran cestón del economato, subiendo la cuesta a casa. Mi padre era muy severo, y en una aldea todo se sabía, y si yo cometía una travesura, que cometí muchas, mi padre tenía que zumbarme para que lo viera la vecindad. Tengo una frase que está en el libro, que digo que mi padre puso el pan y la autoridad y mi madre la ternura.

Luego hizo las travesuras en el papel.

Hice lo que pude.

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