Enriqueta Vila y Hugh Thomas, durante el ingreso del historiador en la Real Academia de Buenas Letras de Sevilla
Enriqueta Vila y Hugh Thomas, durante el ingreso del historiador en la Real Academia de Buenas Letras de Sevilla - Juan Flores

Ha muerto un gran hispanista

La historiadora Enriqueta Vila recuerda la figura de Hugh Thomas

HISTORIADORA Y MIEMBRO DE LA REAL ACADEMIA DE LA HISTORIA Actualizado: Guardar
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Escribo estas líneas apresuradas desde Madrid, donde he recibido la muy triste noticia de la muerte de Hugh Thomas, uno de los más brillantes hispanistas de los últimos sesenta años y amigo desde hace más de veinte, aunque no es tarea fácil compendiar en ellas, como sería mi deseo, su bagaje académico y político, su extensísima y sólida bibliografía.

Toda su variada obra -desde la Guerra Civil española, a la historia de Cuba; desde la conquista de México a la Trata de esclavos o su última trilogía sobre el Imperio Español- se caracteriza sobre todo por la abundancia y calidad de la documentación en que se apoya, por su carácter globalizador, por el esfuerzo de investigación y sistematización para lograr obras en las que a la amplitud y el rigor se unen la ponderación y la claridad. Porque poseía -¡qué difícil emplear el pasado!- esa cualidad que desea todo historiador: conseguir plasmar todo un cúmulo de información, datos, documentos, bibliografía etcétera. que en muchos momentos llega a abrumarnos, en un lenguaje fácil y ameno.

No se puede comprender su obra sin conocer su sólida y variada formación ni su fuerte y vitalista personalidad. Formado en Cambridge y la Sorbona, fue Funcionario del Foreing Office y ejerció varios cargos que le valieron numerosas condecoraciones además del título de Lord Hugh Swinnerton Thomas.

Aunque había estudiado sus obras, sobre todo su trabajo sobre Cuba, no lo conocí personalmente hasta que 1996, en la puerta del Archivo General de Indias, me abordó para hacerme una pregunta sobre el tema que estaba preparando: la trata de esclavos. A partir de entonces nos volvimos a encontrar en muchas ocasiones, conocí a Vanesa, su bella e inteligente esposa, a la que mando un emocionado abrazo, los acompañé a veces con mi marido en Semana Santa y Feria y sabía de su afición a perderse por las calles sevillanas. Por eso no me extrañó cuando ganó el XXIII Premio Joaquín Romero Murube que cada año otorga ABC de Sevilla por un artículo en el que expresa sus sentimientos en un itinerario «ideal» que él traza para caminar entre la Judería y el Archivo de Indias. España y México, sus grandes amores, y Sevilla a la que acudía con frecuencia para asistir al Patronato de la Fundación Duques de Medinaceli, constituían sus más frecuentes itinerarios por el mundo. Apenas hace un año lo saludé en la Real Academia de la Historia, a la que iba siempre que estaba en Madrid. Lo encontré desmejorado pero con su trato exquisito de siempre. Como el buen inglés que fue en todo momento. Hoy, al decirle adiós con la conmoción de su pérdida, no lo hago sólo a un amigo sino al maestro y gran historiador que, como tal, comprendió bien nuestra rica historia en ambos lados del Atlántico.

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