Tribuna

La familia.

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Podría haber sido la obra maestra de Berlanga, si no fuera porque Berlanga se fue y se llevó todo el sentido del humor de este país al otro mundo. La historia comienza así, va un secretario de administración de un sindicato y compra en una conocida tienda de bolsos un maletín -feísimo, por cierto- tipo ministro, luego encarga a una fábrica de chinos -no pierda de vista la relación entre el sindicato de trabajadores y la fábrica de chinos- 700 copias lo más parecidas posible al original para repartirlas entre los asistentes de un congreso regional en Andalucía, y carga la factura de 81.000 euros (más o menos catorce millones de pesetas, por si es usted de los que ya no hacen la equivalencia) al sindicato en concepto de 'publicidad para planes formativos a desempleados'. Sale a continuación el secretario general del sindicato, que ya había salido en un plano anterior a cuenta de las cuentas del marisco, y dice que se siente muy preocupado por «el sentimiento de los afiliados», y que hay que asumir la responsabilidad, pero que la asuman «allí, en Andalucía» -un yonohahecho en toda regla- y que todo esto es un plan orquestado para tapar el caso de los sobres. Alterando la secuencia, en flashback se nos recuerda que el tesorero de un partido político llevaba una contabilidad paralela y repartía habitualmente sobres con dinero a destacados políticos. Un momento muy Sazatornil o López Vázquez, ¿verdad? Al mismo sindicato lo acusan de haber gastado más de 3.000 euros en globos con logotipo y de haber cargado la factura a un Ayuntamiento. Globos blancos, a un euro -podían haberlos encargado ya puestos también a los chinos, que son más baratos- impresos por una sola cara que, posiblemente, repartieran en algún mitin o acto público. Y el sindicato se defiende como gato panza arriba recordando los globos del cumpleaños de la hija de una ministra que fueron mucho más caros, más privados que los suyos y que pagó el jefe de la trama Gürtel. Adoben ahora el argumento principal con el sufrimiento de una sufrida tonadillera -muy berlanguera ella, por cierto-, con los desnortes del hijo de un desnortado extorero -también muy de berlanga, todo hay que decirlo-, con el éxito en ventas del libro de memorias de la princesa del pueblo y con el espanto del anuncio de la Lotería de Navidad. Ya lo sé. Parece todo sacado de 'Moros y cristianos', o de 'La escopeta Nacional'. Lo triste, lo realmente triste es que nada tiene que ver el talento de Berlanga con lo que vemos cada día.

Como tampoco tiene nada que ver con las escenas surrealistas que presencian los cruceristas en la nueva terminal del muelle gaditano nada más bajarse del barco. Escenas que incluyen, «disfunciones, interferencias, discusiones y comportamientos inaceptables en el servicio de auto taxis», en palabras de Albino Pardo, director de la Autoridad Portuaria, y que traducido resulta que «en ocasiones, allí se viven escenas más propias de países tercermundistas que avergüenzan al más pintado» como afirmaban algunos taxistas. Hostigamiento a los cruceristas, conductores que duermen en el vehículo a la espera de la presa perfecta, manipulación de precios. muy de Cádiz todo.

Porque si a los daneses les ha espantado el retrato -hiperrealista dicen, terrorífico, diría yo- de su familia real que ha pintado Thomas Kluge y que ha dividido por completo a la opinión pública, a nosotros nunca nos ha espantado el retrato grotesco y esperpéntico que nuestra mejor literatura y nuestro mejor cine nos han hecho para la posteridad. Quizá porque la realidad, la nuestra, siempre, siempre supera a la ficción. Por eso precisamente, hemos llegado a un punto en el que nada nos turba, y nada nos espanta, que diría la santa de Ávila.

A la presidenta de la Junta -a la que Tom Martín Benítez llama siempre señora Díaz- le da vértigo asomarse al Guadalquivir, o eso por lo menos le dijo a un periodista la semana pasada «no me preguntes nada ahora que me da vértigo» fueron sus palabras. Lo lleva claro, entonces. Porque de vértigo van a ser los próximos dos años. Dos años en los que no tendrá más remedio que pactar con el diablo si no quiere quedarse en el camino. Ella es también como la princesa del pueblo, tiene parados en su familia -como todos-, dicen que habla como el pueblo -como algunos- y que utiliza coletillas del tipo 'cariño', 'tesoro' y se defiende de aquellos que la criticaron por tardar una década en completar una carrera universitaria -por lo menos, la completó y no como otros que andan por ahí-. Dice Susana Díaz que estudió con beca «hasta quinto» y que no repitió ningún curso «lo que pasa es que con 23 años fui concejala y aparqué algunas asignaturas». Pues no me salen las cuentas. Dice también que compra en el Carrefour y que cocina en la thermomix, que es rociera y trianera y que le gusta leer -cómo no, el topicazo- a Antonio Machado.

Como de la familia, vamos. «Fredo, eres mi hermano y te quiero. Pero nunca vuelvas a tomar partido contra la familia. Nunca», le decía Michael Corleone a su hermano en 'El Padrino III'. Así no nos coge nada por sorpresa. Que para eso la familia es la familia, sea la familia real danesa, la de los sindicatos, la de los taxistas en el muelle, la de Bárcenas o la de la señora Díaz. ¡Ay, la familia, si Berlanga levantara la cabeza!