Tribuna

El empoderamiento

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A punto de presentarse la nueva edición -la vigésimo tercera- que será posiblemente la última en papel, el diccionario de la Real Academia Española vuelve a poner de manifiesto lo lejos que estamos de nuestra propia lengua y lo rematadamente mal que la empleamos. Ni siquiera hacía falta que vinieran los del PISA a decirnos que también los adultos españoles somos los peores en lectura y matemáticas, incapaces de entender ni el recibo de la luz ni un breve texto del Quijote. Total, llevamos toda la vida dándole patadas al diccionario y utilizando el castellano de aquella manera, así que no vamos a echarnos ahora las manos a la cabeza. Aunque sí que me llama la atención, poderosamente, el uso retorcido y convenido que hacemos de las palabras. «No están bajando los sueldos, están moderando su crecimiento», dice Montoro demostrando que maneja el eufemismo con la misma maestría que Zapatero -no era crisis, sino desaceleración- y sus secuaces. Mi sueldo crece tan moderadamente que cada vez gano menos, pensará usted. Pero no debe perder de vista que una mentira repetida mil veces se convierte en verdad, y al final terminaremos todos hablando del crecimiento moderado cada fin de mes, cuando no nos llegue para la luz, el gas, el agua... En esto consistirá la riqueza lingüística de la que siempre se habla, en tener la capacidad de deformar la realidad con el poder de la palabra.

Empoderar era un término en desuso que significaba apoderarse, hacerse dueño de algo, ocuparlo indebidamente, ponerlo bajo un poder por la fuerza. Un término feo, la verdad, de esos términos que los coaches psicológicos desecharían si no fuera porque en los últimos tiempos se utiliza como traducción del término inglés empower, y se ha cargado de una ideología políticamente correcta. Empoderar, ahora, es hacer visible, hacer fuerte a un individuo o grupo social desfavorecido. El Diccionario Panhispánico de Dudas va más allá y dice que el empoderar y el empoderamiento inciden directamente en la mejora de las condiciones de vida de determinados colectivos en riesgo de exclusión. Total, que es un término de moda. De esos que de pronto irrumpen en los medios de comunicación y como si fuera una campaña viral -¿qué querrá decir campaña viral?- a la media hora lo estamos todos utilizando. Empoderar a las mujeres, a los niños, a los ancianos. ya sabe. El empoderamiento.

Empoderados están, y desde hace tiempo, ese colectivo de ciudadanos al que el Ayuntamiento se encargó de darles vidilla y ahora no sabe como quitárselos de encima. Porque irremediablemente el término lleva implícito lo de dar la mano y que te cojan el brazo, lo del circo y los enanos que crecen -y no moderadamente, como lo de Montoro- y todo eso del refranero español que entendemos mucho mejor que el recibo de la luz.

Inmaculada Michinina nos cautivó a todos con su «Déjennos tener dignidad», con su magníficamente bien trabado discurso y con su manera clara y directa de pedir una licencia. Karlos Puest con sus vídeos de protesta ha puesto en valor el insulto amparándose como él mismo dice «en el siglo de Oro, Gonzalo de Berceo, Góngora o Quevedo» -lo que no deja de ser una proeza en estos tiempos de PRISA-. Lorenzo Jiménez tuvo la valentía de dar la espalda a los concejales en un pleno para denunciar el «despotismo» municipal. No les fue difícil empoderarse. Con la que está cayendo -otro nuevo cuño sin significado claro- resulta fácil conseguir un minuto de gloria. Tal vez, cinco minutos de gloria, o diez, pero ya está. Tanta reiteración cansa y consigue el efecto contrario del que se busca.

De las primeras cosas que se aprenden estudiando lenguas es que la estructura superficial y la profunda deben confluir en algún punto, o lo que es lo mismo, que la forma y el fondo son los vértices de una misma línea recta. Si perdemos las formas, seguramente perderemos el fondo. Y ahí es donde la realidad se convierte en surrealismo, el retrato en caricatura, el drama en esperpento, el rito en mamarracho.

Y es ahí donde uno empieza a ver a estas personas como personajes, como simples frases, -te da cuen, pecador?- como nuevos miembros de esa inmensa legión de frikis que cabalgan en este país. Estuvo bien lo de la dignidad, no hacía falta adobarlo con «le invito a vivir mi vida» -letra digna de Carmen Flores en Argentina- o con el desfile de «moscas cadavéricas» y «gusanos rojos de cañería», que sólo sirven para alimentar al descubridor de nuevos talentos que todos llevamos dentro.

Mirando los vídeos de Karlos Puest, los de los plenos, los de los domingos de baratillo, el taquillazo de 'Así vive.', me acordaba de Paco Porras, de Arlequín, de Tamara, de Loly Álvarez, de Leonardo Dantés, de toda aquella panda que llenaba y rellenaba horas de televisión con denuncias, con falsos accidentes de tráfico con collarines incluidos, con montajes estrambóticos, expuestos sin ningún tipo de piedad a las risas, a las burlas y al descrédito por haber caído en la más fácil de las tentaciones, la de creer que una cámara les daba poder, la de extraviar las formas, la de perder la razón, la de empoderarse.

Si conoce usted a alguno de ellos, hágale un favor. Dígale que el camino hacia el descrédito es muy fácil y que una vez iniciado, es un camino sin retorno. Y dígale también que el verdadero poder está en las urnas. Y que no se le olvide.