El Juli sólo pudo lucirse en el quinto, que mostró nobleza. :: VÍCTOR LÓPEZ
Sociedad

El Juli y Talavante cuajan un toro cada uno y salen a hombros en Sanlúcar

Los cuatro primeros astados de Núñez del Cuvillo resultaron mansos y peligrosos, sólo los dos últimos salvaron la tarde

SANLÚCAR. Actualizado: Guardar
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El gran ambiente de toros que se vivía en Sanlúcar con el anunciado mano a mano entre dos figuras del toreo, no encontró correspondencia con el resultado artístico que deparó el festejo. La mansedumbre, la violencia y hasta el peligro que desarrollaron los ejemplares de Núñez del Cuvillo imposibilitaron disfrutar en su plenitud con las acreditadas cualidades toreras de El Juli y Talavante.

Sólo el quinto de la suelta mostró algo de raza, nobleza y recorrido, lo que fue aprovechado por el diestro madrileño para lucirse con reposados delantales iniciales, quitar airoso con chicuelinas de mano baja y cuajar después una faena sobria, sólida, de mucha decisión y esfuerzo, por ambos pitones.

Sin que su enemigo constituyera un derroche de virtudes, pues protestaba en ocasiones, se rebrincaba otras, y se revolvía con prestancia, el madrileño firmó una faena redonda y demostró la largura y la grandeza de su tauromaquia. Exprimió hasta la última acometida del animal, se adornó al final con circulares invertidos de extraordinario mérito y abrochó su obra con una estocada algo trasera de colocación, que necesitaría de dos golpes de verduguillo.

Antes de esta postrera explosión de torería, El Juli se había estrellado ante la corta embestida y la carencia de celo de su primero, que en los pases por bajo preliminares ya le había puesto los pitones a la altura de la hombrera. Aun así, logró estirarse en algunos naturales aislados, pero el peligro latente de la res, que a medida que avanzaba el trasteo, desarrollaba más sentido, aconsejaría empuñar la espada con carácter raudo. Algo parecido ocurrió en el tercero, animal sin fijeza, escaso recorrido, sin humillar y con un gazapeo permanente. Manso y descastado ejemplar, que se mostró ajeno a los engaños y muy atento al cuerpo de los toreros, lo que convirtió en imposible todo intento de El Juli de trazar pase alguno.

El toreo volátil, liviano, casi ingrávido de Talavante sólo pudo aparecer, en aislados episodios, durante el trasteo de muleta al sexto de la suelta. Dibujó derechazos y naturales con extrema suavidad y belleza, en los que aprovechó la noble condición de su oponente. Resolvía después las series con recortes airosos, plenos de gracia y espontaneidad. Mató de certera estocada, con lo que conseguía el salvoconducto para franquear también a hombros la puerta grande. Hasta entonces, poco había podido hacer con sus dos primeros enemigos.

El segundo de la tarde acometía siempre con la cara alta y desarrolló mucha brusquedad y aspereza. Y aunque el diestro extremeño se mostró firme con él, tras probarlo por ambos pitones, montaría pronto la espada. Intentó luego estirarse de capa con el colorado, ojo de perdiz, que hizo cuarto, pero éste le enganchó el engaño en el trazo de algunas verónicas y se le revolvía con prestancia.

Con estatuarios y trincheras de mucho sabor, inició la faena Talavante, lo que fue aclamado por el respetable, al atisbar un rayo de esperanza en el nublado páramo que en lo artístico ofrecía la corrida. Pero el toro no aportaba embestidas boyantes ni claras, y aunque Talavante aguantó amagos, miradas y tarascadas, el verdadero lucimiento habría de esperar a los capítulos finales del festejo.