Merkel conversa con Hollande en presencia el primer ministro belga, Elio Di Rupo.:: EFE
Economia

¿QUIÉN ESTÁ AL MANDO?

Los escarceos constantes y las indecisiones permanentes, los titubeos y las demoras... Todo conduce a la chapuza que ennegrece un prestigio ausente

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Hace ya mucho tiempo que el proyecto europeo camina desorientado. No tiene director, carece de dirección y no coge el ritmo de avance. Estarán de acuerdo en que no era necesaria ninguna demostración, pero el desarrollo del reciente caso chipriota ha colmado todos los vasos de la vajilla. El proceso descarriló definitivamente cuando los imperativos democráticos vencieron a las necesidades económicas y se admitió en el club, sin estudio ni reposo, a casi todos los países que transitaron -más bien penaron- durante la segunda mitad del siglo XX por el lado frío del telón de acero. Cuando nosotros entramos, en 1986, la Europa 'de los Doce' era difícilmente manejable, pero ahora es una jaula de grillos desquiciados.

Ya no hay políticos de la talla de Adenauer, De Gasperi, Schuman o Monnet. Merkel manda pero sus actos están dirigidos por intereses demasiado egoístas y cortoplacistas y no por los ideales en los que un día creímos.

Tampoco los demás hemos cumplido y es evidente que las alegrías de la bonanza nos nublaron la razón y nos lanzaron al precipicio. El modelo de ortodoxia alemán resulta impecable en la teoría pero es imposible aplicarlo 'al por mayor' dada la disparidad enorme de las situaciones respectivas. Por eso crece la desafección hacia Europa por parte de los propios europeos y hemos dejado de ser un modelo admirable para el resto del mundo, que nos observa con más conmiseración que envidia.

El caso de Chipre rebosa todos los límites. Nadie entiende cómo se permitió llegar a esta situación. Nadie entiende por qué razón la Unión tardó tanto en tomar medidas, para después adoptar unas que fueron inmediatamente rechazadas por el Parlamento chipriota, y por la opinión pública europea. En Nicosia no votaron a favor ni los miembros del partido que apoya al Gobierno y en Europa todo el mundo se escandalizó con la decisión de castigar a los depósitos menores de 100.000 euros, a los que supuestamente protegía la ley, pero perdonar a los bonistas y demás tenedores de deuda pública. Los escarceos constantes y las indecisiones permanentes, los titubeos y las demoras... Todo conduce a la chapuza que ennegrece un prestigio ausente.

Europa necesita un proyecto ilusionante y unos líderes carismáticos. Y los necesita con urgencia. Se enfrenta en el exterior a su terrible falta de competitividad y en el interior a su demoledora falta de coherencia. Es difícil decirlo y es duro aceptarlo, pero Europa no puede avanzar si sigue siendo un tren con tantos vagones, tan pesados y tan lentos.

Algunos se deberían de ir, como los siempre descontentos británicos; otros se deberían desenganchar, como los países del Este que no pueden seguir el proceso ni de lejos; otros, como nosotros, deberíamos clarificar si queremos permanecer y si estamos dispuestos a cumplir las reglas del juego; y, por último, algunos, como Alemania, deberían sopesar los costes y los beneficios del modelo actual, algo que siempre olvidan. Porque no podemos seguir tirando cada uno desde una punta de la manta. La vamos a romper.