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Utopía o distopía

ASOCIACIÓN ANDALUZA POR LA SOLIDARIDAD Y LA PAZ (ASPA) Actualizado: Guardar
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Utopía y distopía son conceptos relativos, que indican perspectivas divergentes respecto a una misma expectativa social. La lucha utópica de algunas ONG para conseguir medicamentos libres de patentes en países en vías de desarrollo dibuja un escenario distópico para las empresas farmacéuticas que reivindican los derechos de propiedad intelectual que amorticen sus inversiones en investigación. En el siglo pasado, la utopía de la conservación de la selva tropical amazónica defendida por Chico Mendes constituyó una clara distopía para los intereses depredadores de los fazendeiros brasileños que los asesinaron.

Comúnmente el trabajo solidario se ha alineado acríticamente del lado de la utopía. La solidaridad presentada bajo contornos edulcorados de otro mundo mejor ha sido una utopía comúnmente aceptada como ideal apetecible para todos. Sin embargo, basta fijarse en el destino trágico de muchas personas cooperantes de ahora y de tiempos pasados para concluir, sin ambages, que el horizonte de la solidaridad es fundamentalmente distópico. A lo largo de la historia, los guardianes del status quo siempre han cuestionado cualquier intento de construir una sociedad justa, fraterna e igualitaria.

Ciertamente la utopía señala un futuro idílico universalmente deseable, y a él se ha aferrado la cooperación en los últimos años, pero los recortes que se iniciaron en mayo de 2010 y que han ido paulatinamente creciendo, con las medidas de fiscalidad del actual gobierno, han trasladado el mundo solidario al duro peaje de la distopía, neologismo que anuncia una realidad dura, asimétrica, contracorriente, mezclada con los 'ayes' de las personas desahuciadas por las hipotecas, de las que fueron expulsadas del último tren del trabajo, o de las que han caído a ese pozo sin fondo de pobreza radical.

La distopía se hace especialmente patente al tomar conciencia que desde ámbitos de responsabilidad política y de determinados círculos ciudadanos los recortes a la cooperación se justifican con un razonamiento que parece tener de su lado toda la fuerza del sentido común y de la lógica: la situación económica en España es de tal gravedad que no podemos permitirnos ayudar a otros. O en otras palabras, si nos vemos obligados a recortar nuestros servicios, ¿por qué mantener intactos aquellos servicios que nuestro sector público contribuye a financiar fuera de nuestras fronteras? El «primero los de aquí» es un argumento discutible, pero que en la coyuntura actual adquiere tintes de cruzada y hace casi imposible al mundo de la cooperación rebatirlo y contraponerlo a su faceta humanizadora y solidaria.

La distopía, por caminar a ras de suelo, es también más realista, haciendo patente que uno de los mimbres con el que, hasta ahora, configuraba la cooperación su quehacer, que era el derecho a compartir nuestras rentas y nuestros conocimientos con personas de otros lugares, 'la ternura de los pueblos', ha derivado en posturas paternalistas, dicho de otro modo, hace ver que se está pasando de un derecho adquirido al puro asistencialismo.

A su vez una visión distópica ilustra las consecuencias de esos recortes a la cooperación y la desproporción del tijeretazo. Los recortes en la cooperación nos alejan de la práctica de los países de nuestro entorno; en abril del pasado año, la Comisión Europea instaba a los estados miembros a reafirmar su compromiso de alcanzar la ayuda oficial al desarrollo hasta el 0,7 % de PIB de la UE en 2015. La reducción de fondos implica necesariamente el incumplimiento de compromisos internacionales. Ha sido una prestación de España admirada en muchos lugares y contrariamente a la visión de que la ayuda internacional es un gasto superfluo una aproximación rigurosa hace difícilmente aceptable el estigma, como manifiesta un reciente informe del Comité de Ayuda al Desarrollo de la OCDE. La cooperación tiene un amplio apoyo por parte de la opinión española, que según el Centro de Investigaciones Sociológicas es del 67%. El sector en España se está viendo abocado a la destrucción de un importante número de puestos de trabajo. Y, sobre todo, los recortes en la cooperación tendrán un impacto real en la vida de millones de personas en el mundo que dependen de la ayuda para atender a sus necesidades básicas.

Además, la solidaridad de hoy día sigue presente más por su matiz distópico que por el bálsamo descafeinado de la utopía por algunas perversiones de la globalización. Como botón de muestra está el mundo de la alimentación, donde se prima almacenar para especular. Para especular con el hambre. Ahí está la cerealera Cargill cuando vio una oportunidad de negocio en la pérdida de cosecha de cereales que se produjo en Rusia en verano de 2010. Los directivos de esta empresa entendieron que probablemente Rusia suspendería las exportaciones de trigo y cereales, anticipando que esto tendría un efecto de desabastecimiento en países dependientes de exportaciones rusas, y comenzaron a forzar la subida de precios y obtener suculentos beneficios.

Más allá de la moral, las distopías denuncian una situación estructural de injusticia: la mera existencia de riqueza de un pequeño grupo en un contexto de pobreza generalizada indica un fracaso de la familia humana y es una situación escandalosa que exige ser cambiada. El mundo de la solidaridad tiene que poner en la práctica actuaciones distópicas que van contra la cultura dominante y contra la omnipresencia del neoliberalismo, que obliga a copiar millones de veces en el cuaderno de nuestra existencia que poder, riqueza y prestigio son los pilares de un mundo feliz. Frente a este aprendizaje grabado a fuego en el alma de nuestra cultura, el camino hacia la solidaridad propone actitudes distópicas de servicio, renuncia, actitud ecológica y humildad, y exige un cambio de mentalidad personal y social nada fácil.

Si utopía, término que acuñó Tomás Moro, es «lugar que no existe», la distopía es una llamada al realismo, a la ascesis, a negociar cada día, a nadar contracorriente, al esfuerzo, sabiendo que eso de «otro mundo es posible» vendrá por añadidura.