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Uno para todos

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Confieso que, en ocasiones, le deseo la muerte a la gente. No se alarme, amigo lector, en el 95% de las veces se me pasa a los pocos segundos y es un anhelo sobre personas cuyos nombres desconozco y que, huelga decirlo, no llevan LA VOZ bajo el brazo. Pero si hay un lugar por excelencia para odiar a la raza humana, sin excepción de razas, credos o talla de zapato, es el autobús, especialmente la línea 1.

Desde que tengo uso de razón (es decir, desde 3º de BUP), he pensado que el 1 es el gran igualador de la vida gaditana, que es el río que va a dar a la plaza de España, que es el morir (porque cascar en Cortadura queda menos poético). Precisamente, es que sea una metáfora de la vida y la sociedad lo que convierte el gesto de esperarlo junto al bar Lucero para bajarse en Telegrafía en algo feo, tosco y desagradable. Mis compañeros de cola me miran con sospecha, la misma que yo les dedico a ellos... Llega el autobús, todos protestan por lo que ha tardado pero, al subir, todos callan. «Buenos días», le digo al conductor. Me mira y no me responde. Si los líderes, los que tienen que manejar el cotarro, son los primeros que están quemados y carecen de empatía con los conducidos, mal vamos. Se cierran las puertas, no cabe nadie más. Algunos se quedan fuera ante la indiferencia de los que ya están dentro, que suspiran un «venga, vámonos». Fuera, uno de los dos monumentos del Doce nos ve pasar. En un lugar, no autorizado, el conductor para que se baje un amigo, prevaricación 'subprime'. Pasamos cerca del Pájaro Jaula.

Y siempre me pregunto, ¿cómo se comportarán estos pasajeros que empujan por subir primeros, gritan sin compasión, se quedan inmóviles al principio sin dejar pasar a nadie o se sientan pretiriendo al anciano, la embarazada o el minusválido en caso de hambruna, guerra o desastre natural? Los hay que protestan en voz baja, pero nadie les hace caso. «Yo me bajo en Residencia». «Me viene mejor la de El Barril». «Es que nadie me deja los 15 céntimos, ábrame y me bajo».

Menos mal que, en algún momento, uno se cruza con una poesía sobre la puerta o una fotógrafa mirada que le devuelve la esperanza.