Artículos

Pena de españolitos

Actualizado: Guardar
Enviar noticia por correo electrónico

Me encontré hace unos días, por casualidad, mientras hacía mi habitual repaso a esos canales de la televisión en los que casi nunca me paro, con un documental que me dejó clavado en el sillón. Una señora mayor en bicicleta recorría una ciudad. Empiezo a ver calles, edificios que me son familiares. Por fin pasa la señora por un pequeño arco de piedra y al fondo se ve una fachada blanca con unos listones marrones y clic. Núremberg, Alemania. Hará tres o cuatro años que estuve allí, de vacaciones. Fue solo una parada en el camino, pero aquella fachada se me quedó grabada en la memoria. Es un recuerdo grato, de momentos felices, de días en los que alquilar un coche y recorrerse media Europa era un lujo que nos podíamos permitir algunos españolitos que unos años antes, como le pasó a la señora de la bici, ni siquiera se contemplaba como una posibilidad. La señora, ahora elegante, de pelo blanco, cuidado, llegó a Núremberg en tren, hacinada en un vagón junto a otros cientos de emigrantes españoles que buscaban no ya un sueño, se conformaban con despertar de la pesadilla que vivían en España. Salían de un país en el que no había trabajo, en el que las distintas sensibilidades políticas manchaban las porras con sangre, en el que miles de familias vivían de la caridad, en el que si la miseria no te ahogaba decidías irte de España para mandar oxígeno por vía postal a tu gente. Da miedo. Daba miedo antes y vuelve a dar miedo ahora. Contaban los protagonistas del documental que Alemania buscaba en la década de los 60 personal cualificado para sus fábricas en el resto de Europa. No lo encontraron, y la decisión que se tomó fue ascender a los puestos especializados a los trabajadores alemanes y dejar a los españoles, portugueses, italianos y demás inmigrantes ferroviarios como mano de obra no cualificada, obreros pegados a una máquina de coser cuellos de camisa. Entonces bastaba. No sé que pasará hoy, cuando el nuevo éxodo hacia la dignidad europea vuelve a convertir a los inmigrantes españoles, que ya no van en tren, sino que viajan, casi igual de hacinados que en los 60, en aviones low cost, en mano de obra. A la pena de la señora de la bici, habrá que sumar ahora la frustración de los españolitos que ya van llegando a Alemania con sus títulos y másteres en una carpeta. Miedo, pena, frustración, fachadas blancas con listones marrones. Y el coche alquilado que se queda sin gasolina.