Manuel Apolonio Valimaña fue administrador del cine Macario hasta que cerró. :: L.R.
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Una década sin el 'Paradiso' de El Puerto

Se cumplen diez años del cierre del entrañable cine Macario El negocio de los Valimaña, que comenzó en 1935, fue la última sala de la provincia que cedió al empuje de los multicines

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La butaca costaba cinco pesetas. Y diez si era festivo. Corría el año 1965 y el tiempo libre se mataba y se disfrutaba en el cine. A finales de los setenta la entrada no pasaba de cien pesetas. Poco después, la aparición del VHS y los reproductores de vídeos caseros comenzaron a minar la costumbre y el placer de ir al cine. Pero en la época dorada de la pantalla grande había hasta cinco salas distintas en El Puerto.

Poco a poco la dictadura de las distribuidoras y la jugosa oferta de los multicines mataron el encanto de los recibidores, las butacas antiguas y las lámparas de araña. Todo el sabor de lo añejo que posee la liturgia del cine y que se ha perdido a golpe de centro comercial y 'supercombos' de palomitas. Manuel Apolonio Valimaña recuerda, ya sin nostalgia, que la afamada cinta de Spielberg, 'E.T. El extraterrestre', que se estrenó en 1982, estuvo durante un mes en cartel. Dos semanas en el cine Macario, y las dos restantes en el Avenida, que solo duró cuatro años abierto. El primero aguantó más, y dentro de escasas semanas se cumplirá una década de su desaparición. Fue el último cine de la provincia que cerró sus puertas.

En el edificio de la calle Misericordia que acogió el cine Macario tiene Valimaña su despacho. Antes de entrar, en el pasillo, un cartel de 'Cinema Paradiso'. «Anoche volví a llorar viéndola, es mi película favorita», afirmaba ayer el propietario del cine, ahora convertido en la discoteca Mucho Teatro. Ya no añora los tiempos en que corría de un lado para otro llevando cintas y proyectando imágenes como el pequeño Totó, del film de Tornatore, que narra la historia de un cine de pueblo y cómo sus habitantes convivían, discutían, se enamoraban e incluso amamantaban a sus hijos en la sala, porque la estrechez de sus vidas los lanzaban a la calle.

Algo de eso tenía el cine Orfeo, en la calle Puerto Escondido. Este cine de verano fue fundado en 1935 por el padre de Valimaña y estuvo proyectando películas hasta 1941. «Los vecinos tenían que pasar por el patio de butacas para entrar en sus casas. Muchos se asomaban al balcón y lo veían de balde». Un año después el negocio familiar se trasladó a Misericordia donde fue cine de verano hasta 1978. Pese a estar a cielo descubierto, la sala solo se cerraba en Semana Santa, para pintarla y hacer pequeñas obras. Un techo de uralita la protegía de la lluvia y los amantes del cine acudían pertrechados con sus abrigos si el termómetro bajaba demasiado.

Resistencia con taquillazos

Varios puestos de chucherías, pipas y refrescos se apostaban en la calle, pero también se podía comprar dentro. Un bocadillo, unas patatas -entonces aún no había palomitas-, una silla de tijera y una historia fascinante en la gran pantalla: la felicidad absoluta. Una obra, la del edificio actual, transformó el Macario en cine de invierno y el aforo pasó de mil butacas a quinientas. Pero con taquillazos como 'Grease', 'Fiebre del Sábado Noche', 'Campeón', 'Instinto Básico' o 'La Bella y la Bestia', fue capaz de aguantar el envite del primer multicines de la ciudad, el del centro comercial El Paseo.

Éste comenzó su actividad con casi una decena de salas en 1993. Valimaña entró a trabajar como gerente y alquiló su sala a la misma empresa, que la explotó durante cuatro años. «No teníamos nada que hacer contra esa oferta. Las distribuidoras no querían estrenar las películas importantes aquí. Y como se suele decir, si no puedes con el enemigo, únete a él». Esa unión duró poco, apenas cuatro años. En 2002, el cine Macario, testigo mudo de las anécdotas y los secretos de muchos portuenses, proyectó su última película.