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Material inflamable

Es preciso andar con tiento porque con una chispa bien arrimada a la sardina aparece otro 'cojo manteca'

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En unos pocos años España se ha convertido en el segundo país de la OCDE más equitativo -detrás de Finlandia- a la hora de ofrecer igualdad oportunidades a nuestros muchachos para acceder a la educación. Entre becas, ayudas, centros públicos y concertados, enseñanza obligatoria y demás, hemos repoblado el bosque de la formación de millones de retoños de estudiantes con la esperanza de que la cantidad acabaría fructificando en calidad. Pero el resultado es, por el contrario, más bien rácano. Con un alto nivel de fracaso escolar, un 36% de repetidores y un mezquino grado de excelencia en los alumnos, el frágil mundo de la educación escolar y preuniversitaria oscila entre el sístole que le empuja a la calle contra la tijera que amenaza recortar el número de profesores y el diástole que alarma a la sociedad con un clima escolar de amenazas a maestros, problemas con los padres, acoso entre los escolares, absentismo y demás indicadores negativos.

Nuestro sistema educativo ha optado por el objetivo igualitario sacrificando la calidad y la excelencia alejándonos de los países punteros en investigación e innovación cuyas carencias aquí repercuten negativamente en toda la cadena productiva de la economía nacional. Los países que ocupan los primeros puestos del ranking por su calidad de enseñanza -Japón, Australia, Canadá, Finlandia, Singapur- casualmente están a la cabeza de los más desarrollados. Nosotros hemos puesto en práctica -como en tantas cosas- la teoría del péndulo. Ayer solo estudiaba «el que valía». Y de aldeas remotas de la España profunda surgían de pronto chavalitos con el flequillo rebelde y las gafas prematuras que saltaban sobre todos los obstáculos como atletas olímpicos y en un parpadeo de años se convertían en Registradores de la Propiedad o Ingenieros de Caminos Canales y Puertos. Hoy las aulas están a reventar. A la ola educacional obligatoria interna se ha unido la migratoria externa que también tiene derecho a soñar con un futuro mejor a base de títulos académicos. Pero en poco tiempo nos hemos caído del caballo porque los títulos no abren la puerta del ascensor social de modo que se ha ido quedando atrás como agua estancada un nuevo lumpen de estudiantes sin vocación, de aprobados raspados, de suficientes que no dicen nada.

Todo parece un espejismo de aulas llenas y talentos escasos. Y es preciso andar con mucho cuidado con todo ese 'material' inflamable porque con una chispa bien arrimada a la sardina aparece otro 'cojo manteca' y se arma el taco. Sobran ejemplos para constatar la capacidad desestabilizadora de estudiantes cabreados pero proponer la calle como válvula de escape para la frustración adolescente que ve el futuro azul oscuro casi negro no es la mejor hoja de ruta porque después de las fallas callejeras llega la resaca que no perdona.