EL MAESTRO LIENDRE

AQUÍ SE ESCUPE POCO

Saquear los fondos creados para auxiliar a parados equivale, en esencia, a desviar una partida de alimentos destinados a una hambruna remota

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El ajuste de cuentas parece un extremo tan repulsivo e irracional como la impunidad. Ambos son equidistantes de un teórico punto medio que debe de ser el inasible concepto de la justicia y lo justo. Si esa distribución se da por buena, parece lógico pensar que haya gente que considere, ahora más que nunca, que la violencia está poco valorada. Si uno de los extremos se impone gracias a los, cada vez más, impunes, el otro, el de la ley del Talión y las calles en llamas, parece cada vez más legitimado o, al menos, alentado por la inadmisible y generalizada omisión de responsabilidades.

Lo único que falta por saber es cuándo nos podrá la ira. La semana que termina ha puesto a prueba, otra vez, la asombrosamente flexible y resistente paciencia colectiva. Hay quien piensa, con motivos, que es infinita, que nunca se agotará.

A veces, las conversaciones más chuscas de barras de bar resultan tener algo de sentido. Pero sólo se comprende con el paso de los años. A principios de este siglo, se escuchaba con cierta frecuencia que los alemanes, algún día, se cansarían de 'mandar dinero' porque aquí lo que hacíamos era llenarnos los bolsillos a su costa.

Esa generalidad, zafia, simplista, falsa y de trazo grueso, esconde algo parecido a la realidad si limitamos los que se hartaban de robar a un reducido, pero activo, grupo de 'cleptócratas'.

Ellos, a los que habrá que poner nombre y, si así lo considera un juez, ficha con antecedentes, utilizaron un río de billetes tan ancho y caudaloso como el Rhin para repartir un maná envenenado. Estaba destinado a equilibrar norte y sur pero, una vez repartido, puede usted comprobar con una ojeada a su alrededor los efectos reales que ha tenido.

Al cabo, ha dejado la sensación de crear una España más corrupta aún que cuando había longanizas y chorizos en cada despacho. Pero de todos los repugnantes casos de robo a la comunidad, los que producen más sed de violencia son los que sirvieron para limpiar cajas abarrotadas de dinero destinado a paliar los efectos del desempleo salvaje, estructural y crónico que existe en esta zona. Por más economía sumergida y colchón familiar que exista y reconozcamos.

El hecho de que entre los desempleados pudiera existir un (imposible) 50% de sinvergüenzas no restaría un ápice de crueldad a los que se han enriquecido a costa de las perras, enviadas por terceros, para aliviar a esa otra mitad de parados reales el tránsito hasta otro curro, hacia la jubilación o la muerte.

Repartir entre fieles, perros, esbirros y pandilleros, a través de amanuenses, el dinero que se enviaba a los que lo necesitaban, dentro de un programa de solidaridad entre territorios, equivale, en el fondo ético, a quedarse con el dinero que se manda a cualquier país asolado por una tragedia natural o bélica, para combatir la hambruna y la enfermedad. Cambian, y muchísimo, los grados de la necesidad del que espera el auxilio. Pero el hecho, en esencia, es idéntico.

Habrá que esperar a que se pronuncien los jueces, a través de incuestionables (aunque criticables) sentencias. Pero si se declara culpables a los acusados de desviar a sus papadas millones de euros en ayudas, o de vaciar en su beneficio una zona franca creada para repartir algo de empleo y riqueza, o de hacer ricos a compinches con expedientes (ERE) destinados a dar algo de ayuda a los parados, sólo espero que caiga sobre cada uno el mayor castigo posible. No sólo en forma de cárcel, también de repudio político y de simbólico escupitajo social, colectivo. Igual que si hubieran desviado y revendido un contenedor de arroz y leche en polvo destinado a los niños más necesitados del rincón más pobre del mundo.