Un manifestante pelea con un supuesto efectivo de las fuerzas de seguridad en El Cairo. :: EFE
MUNDO

Egipto se instala en el caos

El contagio de los enfrentamientos que estallaron en Port Said deja otros cuatro muertos y 1.500 heridos

EL CAIRO. Actualizado: Guardar
Enviar noticia por correo electrónico

Como enredados en una especie de bucle melancólico y violento, los egipcios volvieron ayer a sufrir las mismas escenas de destrucción y caos y los mismos discursos que hablan de conspiraciones secretas y manos extranjeras que tienen estancada la transición. La violencia que se desató en el estadio de fútbol en la ciudad de Port Said ha acabado por extenderse en el país. Cuatro nuevos muertos, más de 1.500 heridos y una sede administrativa incendiada son el saldo, por ahora, de este nuevo estallido, del que todo el mundo acusa a un complot, aunque con diferentes protagonistas.

Las inmediaciones de la plaza Tahrir y el Ministerio del Interior egipcio volvieron a convertirse en un campo de batalla donde volaban las piedras y los balines de goma. Miles de manifestantes, entre ellos muchos hinchas del fútbol enfurecidos por la muerte de 74 asistentes a un partido el pasado miércoles, se enfrentaron a las fuerzas de seguridad durante todo el día. Una sede administrativa de impuestos inmobiliarios fue incendiada. El olor asfixiante e irritante de los gases lacrimógenos volvió a inundar las calles del centro de la capital.

La noche anterior, dos manifestantes murieron tiroteados en Suez, una de las ciudades más combativas del país, supuestamente por disparos de la Policía, según sus compañeros. Las autoridades culparon a «criminales». Mientras, en El Cairo moría otro civil y también un militar arrollado por un vehículo policial. Los heridos salían por decenas de la primera línea de batalla, muchos de ellos en brazos de otros manifestantes, medio asfixiados por los gases.

En un dramático comunicado, la junta militar acusaba a «partes interesadas extranjeras e internas» de la escalada de violencia. Quiénes pueden ser no lo aclaró el Consejo Supremo de las Fuerzas Armadas, que quiso erigirse como mediador de un conflicto que, al parecer, nada tenía que ver con ellos. Pidió a «los hijos de la nación egipcia» que se unan y solidaricen para enterrar la discordia, y a las fuerzas políticas que «asuman su papel histórico» y adopten una iniciativa «positiva y rápida».

Ni una sola palabra de autocrítica. Pero para eso ya está Tahrir. Los manifestantes, como vienen haciendo desde el pasado noviembre, apuntaron directamente a la junta militar como responsable del deterioro «deliberado» de la seguridad. «Justo unos días después de levantar la Ley de Emergencia vuelve a haber disturbios en distintos puntos del país. Está claro que todo está orquestado, que quieren hacernos pensar que solo ellos y su mano dura pueden mantener la seguridad», denunciaba ayer el estudiante Mohamed Sayat, mientras se protegía de los gases lacrimógenos.

Hechos relacionados

Muchos en las protestas encuentran vínculos entre los trágicos eventos de Port Said, el ataque de matones a varias protestas recientemente e, incluso, varios robos de bancos a mano armada. Algunos de estos hechos son difíciles de relacionar, aunque sí parecen reflejar una relajación en las medidas de seguridad y, sobre todo, en la detención y castigo de los culpables, lo que ha creado una sensación de impunidad entre algunos de los manifestantes.

«Todo está relacionado, no me cabe la menor duda», aseguraba Silvia Makram Abeit, que portaba una página de periódico con fotos de algunas de las víctimas del partido de fútbol. Alzando una pancarta con la imagen de un querido amigo que murió a su lado en Port Said, el primo de Silvia, David, relataba cómo le habían pegado en la cabeza y en las piernas. «Eran matones, no era hinchas de fútbol», aseguraba.

Aunque la mayor parte de los manifestantes acudió a la plaza Tahrir para mostrar su repulsa a la violencia, homenajear a las víctimas y protestar por la aparente inacción de las fuerzas de seguridad para prevenir la desgracia, algunos grupos de activistas tenían reclamaciones más precisas. La exigencia de celebrar las elecciones presidenciales antes de la redacción de la nueva Constitución, para adelantar así el traspaso de poder de los militares a los civiles, estuvo ayer en boca de muchos.

El día anterior, el Parlamento, que podría considerar esta medida, había acusado de las muertes en Port Said a la negligencia de la Policía y el Ejército, y muchos diputados habían pedido la dimisión del ministro del Interior. Los Hermanos Musulmanes, la fuerza dominante en la Cámara, hablaban de «manos invisibles» que querían tumbar la revolución, una referencia velada a los miembros del antiguo régimen.

La tensión estaba a flor de piel en El Cairo, pero casi podría decirse que los egipcios han aprendido a convivir con esta situación excepcional. Poco a poco, escenas que parecen bélicas se han convertido en algo habitual y casi repetitivo para la vida cotidiana de los cariotas. Si hace unos meses los vendedores ambulantes de Tahrir se mantenían alejados de donde se libraba la batalla entre manifestantes y fuerzas de seguridad, ayer estaban ya casi a tiro de pedrada, impasibles, preparando bocadillos o té a los activistas. Los muertos, por desgracia, también han empezado a formar parte del paisaje en el país norteafricano.