EL MAESTRO LIENDRE

CUANDO OBAMA IBA A CAMBIAR EL MUNDO

Si apenas tienen margen de maniobra, si nuestros políticos no pueden cambiar nada ¿para qué las loas y las ilusiones electorales? ¿Qué más da quién ocupe qué lugar si no tiene nada que hacer cuando caemos?

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Los cuatro últimos años, los que van de 2008 a 2012, forman la olimpiada de la desesperanza. Nunca como en este periodo se ha vivido, en las tres últimas décadas, al menos, una desencanto mayor ante las instituciones públicas y sus representantes. Hace sólo cuatro años, los que marcan el inicio de ese periodo negro, la llegada de Barack Obama al poder, recuerden, supuso la mayor explosión de ilusión colectiva en la política que hemos conocido, al menos, en lo que va de siglo. Ruboriza recordarlo, ¿cómo pudimos ser tan cándidos?. Puede que lo hayamos olvidado para evitar preguntarnos por nuestra necedad, pero sucedió. Entonces veías los informativos y rondaban la cabeza, en silencio, frases pregrinas como «ahora sí», «esto es distinto», incluso carajotadas como « va a cambiar el mundo». No las pronunciabas porque, como el tiempo ha demostrado, la prudencia siempre debe acompañar a las expectativas.

Ahora, aquella fe pagana parece prehistórica, difusa, perdida. Llegas a dudar de que pasara, pero si haces memoria con honestidad compruebas que aquello pasó. Y duró meses.

Pensábamos que el ascenso de un negro a los altares del despacho oval, o de una mujer si hubiera ganado Hillary Clinton, era un síntoma de que el mundo cambiaba para siempre, que la igualité, liberté y fraternité, mezclada con la campana quebrada de Filadelfia, nos había llegado a la sangre. Occidente había crecido, ya somos justos y solidarios, somos uno cada cual, the american dream distribuido en píldoras, en 140 caracteres de Twitter, por todo el planeta.

Cuatro años después, cuando Barack vuelve a la campaña con su imponente porte pluscuamperfecto lleno de carisma, los pamplinas, que fuimos casi todos, echamos la vista atrás y encontramos que su primer mandato ha coincidido, casi exactamente, con el periodo de mayor incomprensión, asco y decepción respecto a la vida política, pública, a la colectividad, a lo financiero, lo empresarial y lo económico que hayamos conocido en nuestras, ya no tan cortas, vidas.

En vez de rodearse de humanistas, como esperábamos cual papanatas, llamó desde el minuto uno a los hermanos de Lehmann o a los dorados chicos de Sachs. Como habían hecho sus predecesores. Los resultados, los números, son 'brillantes', allí y aquí, cada cual a su escala. La mayor expectativa, la previsión de la mayor esperanza, ha coincidido en el tiempo con la confirmación del mayor desánimo compartido que haya existido jamás a este lado del río Pecos y del Atlántico. Y al otro.

No hay que ir tan lejos ni apuntar a tan estelares alturas. A tamaño regional, poco cambia. La ilusión y su opuesto nunca entendieron de número de habitantes ni kilómetros cuadrados. También causa sonrojo releer ahora las reacciones que generó el ascenso de Griñán a los cielos santélmicos hace apenas tres años. Que si gran orador, que si gran gestor, que si renovador, que si ni acento andaluz tiene mi niño, que si colchonero y campechano, que si un proyecto, que si un relevo, que si el fin de las inercias chavistas, que si se acabaron los 30 años de PRI en Andalucía, que si las bicefalias muertas y enterradas.

Recuerdo encendidas loas de los que se daban codazos para ver quién le quería más. ¿Quién es más griñanista aquí?. Y, por cientos, gritaban: «Yo, yo, yo, yo...».

Lo mismo que con Obama pero a nuestra escala aldeana. No recuerdo una etapa de menos iniciativa, más paro, menos ideas, más denuncias por corrupción, mayor desamparo e indefensión, menos entusiasmo colectivo, mayor rendición y descrédito de lo público, lo institucional.

Como alternativa (?) tenemos a los «no culpables» de relacionarse con macarras de billar. Y a sus amiguitos del alma, y a los amigos de los amigos de los corruptores potenciales que se van de rositas. Aves carroñeras.

Asociar las arcadas indignadas a los gestores es maniqueo, injusto, demagógico, nos dirán. Ha sido casualidad, el problema es global, es que les ha tocado esta etapa. Cabe pensar, nos contarán, que no han tenido nada que ver, que no tienen, en Washington o Sevilla, capacidad de maniobra ni posible influencia, que nada pueden hacer por más que lo intenten, ni ellos ni sus oponentes. Entonces, si eso es cierto ¿para qué las loas y las ilusiones si no podían mejorar un ápice nuestra realidad común, nuestra percepción de nada? ¿Qué más da quién ocupe qué lugar si no tiene nada que hacer cuando caemos? Si sus roles son tan inocentes, tan inocuos y neutros ¿Qué más da que esté Arenas, Romney o Pocoyó?.

Ya sé que a los malvados de la película, reunidos en algún lugar secreto y lujosísimo, les conviene que pensemos así. A más desilusión y más apatía, más inactividad y mayor indolencia. Mejor para sus intereses. Más tijera para todos y aún mayores beneficios para sus carteras reventonas. Pero, seamos deportivos, sin han maquinado esto son unos grandes estrategas. La jugada resulta de una brillantez inapelable. Ganan con estrépito.