Cartas

Un país sumido en la tristeza

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Soy una de las personas privilegiadas que aún conservan el empleo, pero eso no evita que me sienta apenado por los 5 millones de parados y por el futuro de nuestros jóvenes, entre ellos mis hijos, que de seguir así, se jubilarán siendo estudiantes. Es lamentable que los jóvenes no puedan emanciparse cuando la lógica y la madurez lo indican, y que con treinta o más años sigan dependiendo económicamente de sus padres.

El paro y la precariedad económica han sumido a este país en la tristeza y en la desesperanza. Y este estado de ánimo se nota claramente en el rostro de la gente, y, sobre todo, en las colas de las oficinas de empleo y en la masiva afluencia de solicitantes de empleo público o privado cuando, de vez en cuando, aparece una mínima oferta. Pero, por si fuera poco, a esa angustia hay que añadir la que empiezan a provocar los drásticos recortes en el Estado del bienestar y en los salarios, así como la subida de servicios y artículos de primera necesidad que cada día nos anuncia la clase política y empresarial.

Es evidente que nos han engañado, que nos hemos dejado engañar. Lo que hemos vivido hasta hace poco y que algunos llamaban desarrollo y progreso, no era tal, o al menos, no del todo. Lo que hemos vivido fue algo así como un sueño; como construir un precioso castillo sobre cimientos de arena. Pero tal vez este sea nuestro sino: debatirnos entre la ilusión y la desesperanza en el giro interminable de la rueda de la vida.