DONDE LAS CALLES NO TIENEN NOMBRE

TIEMPOS REVUELTOSLA 'ANDALUFOBIA' DE ARTURITO

La Junta ha ofrecido a sus empleados de Justicia trabajar horas extra por la tarde; quizá debería haberlo hecho con parados

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Aunque dentro de una semana tendremos nuevo presidente del Gobierno, hoy no pienso hablarles ni de Rajoy ni de Rubalcaba, que ya estamos teniendo suficiente. Pero no puedo evitar la tentación de volver a escribir sobre de los políticos catalanes, y más concretamente sobre los nacionalistas de Covergencia y Unión (CIU). Aunque sólo sea como gesto de cortesía, por las molestias que se están tomando a la hora de hablar constantemente de Andalucía y ponernos como los trapos. Ya nos han llamado derrochadores, indolentes, caraduras y aprovechados. Y no tardará en caer un nuevo piropo. Muy probablemente, antes de que finalice la campaña electoral. El caso es que a medida que leo o escucho las ocurrencias de Durán i Lleida o Artur Mas, los dos máximos exponentes de esto que podríamos llamar 'andalufobia', menos importancia les doy. Al principio me dolían un poco más, después me llegaron a causar indiferencia y ahora ya me hacen gracia. Por eso he decidido escribir de ellos, porque me divierte muchísimo ver como estos paletos la han tomado con nosotros. Debe ser que no para de soplar la tramontana por aquellas latitudes y eso es como cuando aquí salta el levante, que a los más relajados de sesera se les cruzan los cables. El viernes se añadió una tontería más a la sarta de sandeces que estos individuos nos han dedicado en los últimos meses. Su autor, el honorable Artur Más, al que me referiré desde ahora, y siempre desde el cariño, como Arturito. Queda más familiar, más cercano, ¿verdad? Bien, pues Arturito volvió a hincharse el pecho con una buena dosis de andalufobia para preguntarse que cómo se atreve Andalucía a aumentar el presupuesto de la Comunidad Autónoma para el año que viene. Que hasta puede tener razón, oiga. Pero que eso es algo que nos compete a nosotros y discutiremos los andaluces. Yo me imagino a Arturito como a esas vecinas cotorras que se asoman a la mirilla cuando llega el vecino de enfrente y que después se ponen a rajarle al marido del coche nuevo que se ha comprado el del tercero, y de que a ver cómo lo va a pagar y bla, bla, bla. Y el marido mientras tanto pensando en que es impresionante la temporada que está haciendo este año el Levante en Primera División. Fijense que paradoja. Detrás de un comportamiento así, como el de Arturito, se esconde algo tan genuinamente español como la envidia. No le pega a Arturito, ¿verdad? Siendo él tan catalán. No logro entender que para destacar tus virtudes o lo que tu piensas que haces bien, tengas que compararte con el de enfrente de manera constante. Es lo que llevan haciendo meses estos politicuchos catalanes. Y ya están pesaditos. Después lo intentan arreglar siempre con el mismo argumento de que ellos no atacan a los andaluces sino a nuestros representantes políticos. Pues tampoco me vale, porque para poner verdes a los políticos de aquí también estamos nosotros, que nos encanta zumabarles de vez en cuando. Y no necesitamos ningún tipo de ayuda, Arturito. Yo, como cualquier ciudadano de bien, le tengo respeto y cariño a Cataluña, aunque ni mucho menos a estos tipos. Pero claro, nos han puesto tantas veces de flojos y de catetos que después se sorprende uno al tropezarse con noticias como la siguiente: Un pueblo catalán está estudiando prohibir que los restaurantes de la zona utilicen para sus menús productos que no sean originarios de la comarca. Como decía José María García, vaya monumento a la falta de neuronas, señores. Es el extremismo nacionalista llevado a la mesa, la exclusión más radical a la hora de comer y beber. De prosperar esta genial idea, en estos restaurantes no podrías beber nunca una copa de fino ni un buen rioja. Olvidate de las gambas de Huelva, los langostinos de Sanlúcar o el jamón de Guijuelo. Ni sueñes con los polvorones de Estepa, la ensaimada mallorquina o los pimientos de Padrón. Ahora, eso sí, de vino del Penedés y de calçots te vas a poner hasta la colcha. Vaya tela. Y después nos dicen a nosotros catetos...Lo que hay que oir, señores.